visitas desde el 23/07/2008

sábado, 27 de diciembre de 2008

El momento perfecto


El momento perfecto podría estar en un paseo otoñal con hojas secas y bermejas cayendo, en la perfección emotiva y arquitectónica de una melodía de Satie, en una caricia, en el momento después de la tormenta, en no estar solo para entonces, en andar con las viejas botas, en subirse el cuello del abrigo y sentir protección, en saber que el abismo ha quedado atrás, en una curva superada, en la evocación del mar, en estar aún vivo, en tu regreso, en despertar de una pesadilla, en no tener que volver mañana, en la distancia acompañada, en estar lejos de aquí, en una playa vacía. El momento perfecto es cualquier momento en el que no me duelas.

Cogerle el puntillo. (3ª parte)


Ya sé que me querías cariño; cada vez que me empujabas en plena penetración, apartándome de ti, era amor. Que tontería que me enfadara, que poco considerado era por querer terminar el coito una vez que tú ya te habías cansado o habías terminado.
Me obligabas a afeitarme escrupulosamente y cortarme las uñas antes de follar, y ahora te veo, en un pub, comiéndote a besos a un tipo de esos con aspecto de pizzero napolitano. ¿Es que está de moda llevar barbita de cinco días?, ¿es que le sienta bien? ¿O es que tu cutis ya no es tan sensible?… Como siempre, no logro cogerte el puntito, cariño.
Ahora me dices que nunca puse velitas cuando hacíamos el amor y digo yo… ¿por qué no las ponías tú cuando iba a follarte a tu casa? Soñabas con visitar lugares lejanos a los que sólo habías accedido en sueños y yo te llevé, y yo te amé en una habitación con vistas a un paisaje exuberante y pirenaico, pero claro…no se me ocurrió poner velitas y ese detalle ensombreció toda tu ilusión porque, según me cuentas, para las mujeres son más importantes ese tipo de detalles pequeños. Sigo sin cogerte el puntillo, corazón, sobre todo porque a mí jamás se me habría ocurrido echar en falta un plato de aceitunas cuando me preparaste aquel pescado al horno con salsa de berenjenas.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Mi tercer matrimonio


Yo no tengo mujer ni hijos, tengo ordenador; un precioso portátil con el que me casé en terceras nupcias. Mi primer matrimonio fue con una rubia de Salamanca y el segundo con un Pentium tres, grande y torpón que, a pesar de su pantalla plana y su grabador de cedés, no tenía capacidad suficiente para llenar mi vida. Aunque… ahora que lo pienso… hace muchos años mantuve una relación efímera con un armatoste, de pantallón voluminoso, que apenas era capaz de abrir una foto cuando lo sacabas del eme-esedós.
He de reconocer que, lejos de traumas y abogados, este último cambio de pareja ha sido gozoso, aunque hayamos tenido que superar ciertas incompatibilidades con la vieja impresora, el escaner y demás periféricos. Con cada uno de los ordenadores inicié una vida nueva basada en un sistema operativo distinto y a pesar de que todas mis relaciones fueron windoneas, una fue más profesional y otra mejor vista; como ha ocurrido siempre.
Decían las malas lenguas que eso del ordenador es algo muy frío…No estoy de acuerdo. A mí me dio una vida que no tenía; ocupó mis largas horas de soledad y me brindó la oportunidad de realizar todas mis inquietudes; abriéndome una ventana al mundo con todo tipo de chats, blogs y foros. Con mi ordenador he podido viajar por las cumbres más remotas o por las intimidades de alcoba más excitantes y siempre me ha acompañado. Mi ordenador siempre me espera, paciente y encendidito, mientras estoy en la cocina o en el sofá y trae, hasta su disco duro, películas y canciones para mí, que luego me canta.
Gracias a él, mi casa y mi lecho se han llenado, a veces, de risas de mujeres que me han mostrado su alma o han desaparecido sin dejar el más mínimo rastro de calor humano. Gracias también a él, los días fríos de invierno, las tardes calurosas de verano, las mañanas lluviosas y melancólicas de otoño, los miércoles de ceniza y la noche de San Juan no han sido fieras al acecho. Mi ordenador siempre me sorprende, por navidad y para mi cumpleaños, con un bonito mensaje que se despliega en la pantalla y yo, agradecido, le regalo un ratón óptico, un pen drive, un disco duro externo o alguna bagatela para tenerlo contento y actualizado.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Nunca le compres una agenda a un chino


Nunca le compres una agenda a un chino en uno de esos bazares donde las puedes encontrar a dos euros. Una agenda no es un juguetito, es algo muy serio. Eso lo supe ayer, cuando por entretenerme fui a comprar una nueva para pasar los números de la antigua, que ya estaba rota.
En principio nada raro, pero a medida que iba pasando nombres y números no veas tú que sofocón iba cogiendo. Si acaso tuvieras que hacerlo, no se te ocurra esperar a un día de lluvia de esos grises y solitarios porque el efecto se amplifica y puede ser peor.
Ni que decir tiene la variedad de sensaciones que uno experimenta cuando vuelve a escribir el nombre de personas de las que hace años no se sabe nada, la de lugares y situaciones que se evocan haciéndote reír o inquietándote o el encogimiento y la melancolía inevitable que se experimentan.
A los fallecidos les hice un tachón y los deje descansar en paz en la antigua agenda a punto de ir a la basura, sin permitirles mucho más que el escalofrío que me provocó verlos aún ahí, pero a algunas de las antiguas novias, sin pensarlo demasiado, me dispuse a llamarlas para saber qué era de ellas.
La primera, a la que llamé, fue Araceli, una empleada de una tienda de ropa de Córdoba con la que me cité en varias ocasiones y con la que viví días dulces y tórridos hasta que decidió probar con otro contacto de internet. En su momento, cuando no tenía clientela, me llamaba desde el comercio cuyo número aún conservo. Llamé, y ahora la tienda es una pollería. Me sentí perdido y solo, pero no era plan de vengar su memoria a pedradas; como hizo Sabina con los cristales de la sucursal del Banco Hispano Americano, así que continúe marcando números.
A Victoria hace al menos tres años que no la veo y cuando descolgó el móvil pronunció mi nombre con sorpresa. Detrás, una voz infantil balbuceó…papáaaaaa. No jodas. Por si acaso me excusé y aseguré que era una equivocación.
En el teléfono de la siguiente se puso un maromo que en seguida comenzó a violentarse preguntando quien era el tío que llamaba, momento en el que comprendí que a lo mejor no era buena idea rescatar algunos números de su lugar en el tiempo, pero antes de terminar quise hacer una última llamada.
Mª Ángeles era una cuarentona preciosa, tipo Mata Hari, cuando la conocí hace diez años. ¿Cómo iba yo a imaginar que me iba a encontrar a una abuela respetable, sentada en la cafetería y esperando con ilusión volver a verme?
Lo que yo te diga, nunca le compres una agenda a un chino en uno de esos bazares donde las puedes encontrar a dos euros. Vale que un bolígrafo, unas zapatillas o un regalito por compromiso, pero si quieres un buen consejo: procura que tu agenda sea de primera calidad; de esas cosidas y pegadas y con pastas de piel, de las que duran toda la vida.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Misterios cotidianos


La vida está llena de misterios que nos rodean, y no me refiero a las pirámides o la santísima trinidad, me refiero a misterios cotidianos que, por cotidianos, nos pasan desapercibidos. El microondas, el mando a distancia, las gafas de visión nocturna, el móvil, los índices de audiencia televisivos…Eso sí que es un misterio.
A ver cómo demonios saben ellos cuanta gente ve un programa. ¿Es que las televisiones emiten una señal que retorna información a las cadenas? Algo leí sobre el share, pero de todos modos ¿cómo saben cuanta gente está viendo el programa?, ¿es acaso la televisión un aparato diabólico de funcionamiento recíproco?…Es decir, que si tiene algún artefacto secreto incorporado por el cual pueden ver, desde algún sitio, a una familia viendo un programa.
No se queda ahí la cosa, estamos rodeados de misterios de todo tipo; tecnológicos, casuales, religiosos, interpersonales, fisiológicos e incluso mentales. Estos últimos son los más desconcertantes. Hace poco sufrí, durante horas, uno de ellos.
De repente, una tarde, fui victima de una amnesia numérica. Sí, se me olvidaron las cifras más importantes de mi vida. Las verdaderamente importantes digo; no la fecha del aniversario de mi boda, el santo de mi suegra o el día de navidad. Veras…me di cuenta en el video club. Había bajado a alquilar una peli porque estaba aburrido en casa y cuando la chica me preguntó por el número de socio…joder tío, que no me acordaba a pesar de que llevo repitiéndoselo años. Buscando una solución, me preguntó el número del dni, pero que va, tampoco me acordaba, y eso que hace décadas que lo memoricé; en aquellos lejanos tiempos en que rellenaba una solicitud un día sí y otro también.
En vista de la imposibilidad de alquilar una peli decidí cambiar de planes e ir a tomar un cubatilla, para lo cual tenía que sacar dinero en el cajero de enfrente. Como ya habrás imaginado, tampoco me acordaba del número de la tarjeta. Uffff, mi desesperación iba creciendo por momentos, así que saqué el móvil y me dispuse a llamar a algún amigo para contarle lo que me estaba sucediendo y de camino pedirle prestados treinta euros, pero el puto aparatejo me pedía el pink para poder hablar y como es de imaginar tampoco me acorbada…Allí de pie, totalmente paralizado, miré el videoclub, el cajero, el pub y el teléfono y supe que mi vida se había bloqueado misteriosamente. No obstante, aún podía hacer algo aquella tarde. Me fui a casa y tuve una interesante conversación con el tío ese de las estadisticas que me estaba vigilando al otro lado de la tele para ver que programa estoy viendo.

lunes, 17 de noviembre de 2008

La mujer de mi vida


Ni mi madre, ni mi abuela, ni mi primera novia…¡que va! Para saber quien es la mujer más importante de mi vida hay que remontarse más atrás en el tiempo, hasta mi tierna infancia. Yo no lo supe hasta mucho después; cuando un psicólogo de la escuela freudiana me retrotrajo, a través del psicoanálisis, hasta aquellos días de televisión en blanco y negro con sólo dos canales. Ahí estaba Pipi Langstrum, mandando poderosos mensajes subliminales a toda la población infantil que hoy somos cuarentones. Yo, personalmente, aprendí con ella cosas que han marcado toda mi vida.
Gracias a ella supe que en el desastre está la solución; ya lo había intuido previamente, pero conocerla en la pequeña pantalla fue algo totalmente revelador. En seguida me identifiqué. Con ella aprendí también a ser respetuoso con la naturaleza; fíjate que tenía un mono o un caballo con lunares (no me acuerdo muy bien) al que llamaba, muy ceremoniosamente, Señor Nilson, y lo trataba con más respeto que al padre, que era un pirata borrachuzo. Existe una teoría que asegura que lo de andar todo el día del mono al caballo y del caballo al mono era una clara alegoría que el guionista, que era bastante drogata, introdujo; haciendo referencia a su propia experiencia vital.
En la vida real, Pipi Calzaslargas, tenía un primo que se llamaba Gil y Gil, que también era más respetuoso con los caballos que con las personas, aunque a veces, a Pipi, se le iba el casco y le tocaba los cojones al caballo levantándolo a pulso.
Fue devastadora la influencia que tuvo su imagen a principios de los años ochenta. ¿De dónde crees que salieron los punkis? …pues eso, de sus fervientes seguidores infantiles. Aquellas coletas fueron precursoras de toda una estética estilística y de hecho, Pipi, de mayor, tocaba en un grupo que se llamaba las Vulpes. Cuando oí por primera vez su éxito “me gusta ser una zorra” mi vida volvió a enriquecerse con una visión nítida, sobre el sentido del amor, que ha guiado mis pasos hasta el día de hoy.
Pero la sombra de Pipi es más poderosa de lo que a simple vista pudiera parecer, y la prueba evidente es la influencia que tuvo en la forma de entender la economía de los políticos de principios de los noventa. Sí, la cultura del pelotazo tuvo su génesis en el cofre lleno de monedas de oro con el que vivía haciendo lo que le salía de las calzas…a ver de dónde coño había salido el cofre. Me consta que Mario Conde, Juan Guerra y Roldán no se perdían ni un capítulo.
Y si hablamos del mundo de la moda, ni te cuento… empezó llamándose Ágata Ruiz de la Prada y ha acabado de asesora de imagen de cantidad de ministras. Lo flipas con la Pipi. Sin duda, la mujer de mi vida.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Algunos pensamientos sobre el fútbol


Banderas, defender colores, pinturas en la cara, atuendos que uniforman, rituales, jerarquía, eslóganes, gritos sobre el campo, himnos, pasiones contenidas, exaltación, adrenalina, masas humanas enfrentadas, desplazamientos multitudinarios…¿No suena a batalla? Pues hablo de fútbol. Un inocente juego con reglas sencillas hasta el punto de ser entendidas por niños desde edades tempranas, por más que los argentinos quieran hacer una ciencia del mismo.
A mi entender, la experiencia institucionalizada más cercana a la violencia y la guerra; y no por el juego en sí, sino por todo lo que conlleva asociado a una escala impensable para cualquier otro deporte. De hecho, a menudo, estalla en violencia el graderío. Existen ultras, hinchas, hooligans y todo tipo de grupos más o menos aguerridos, pero también conviven en estas mismas gradas, codo con codo, intelectuales y mentes científicas, obreros y poetas, benditos e infames y todo tipo de género humano, aglutinado sorprendentemente como en pocos sitios ocurre.
Se lleva en la sangre, como se lleva, de forma atávica, el instinto natural humano por la lucha y la dominación. David y Goliath, Numancia y Viriato, Roma y Constantinopla, la guerra fría y la fragor de la batalla. Todo lo ha reproducido el fútbol y lo que lo rodea.
Definitivo estimulador de serotonina un domingo de liga, poderoso afrodisíaco contra el tedio marital cuando gana el Madrid o el Barcelona y alimento del sicótico oculto si pierden. Fútbol es fútbol, con tal poder de anestesia social que ya lo quisieran para sí los más importantes políticos, así como la medicina contar con semejante revulsivo de las funciones vitales.
Ni la más hermosa y desatendida de las mujeres podría soñar con levantar pasiones de esa manera ni la más enamorada y virtuosa novia competir en atenciones en una final. Es por eso, tal vez, que desde hace algún tiempo también se suman a esta fiesta, en lugar de esperar asténicas y pacientes a que termine el encuentro.
Con el dinero que mueve esta actividad podría, perfectamente, dotarse de presupuesto un ministerio en un país del primer mundo. Con las astronómicas cantidades que se gastan los clubes en adquirir jugadores podría crearse una infraestructura industrial en cualquier ciudad africana y, de paso, dar de comer, durante mucho tiempo, a toda una región. Sin embargo, miles de personas que repiten de memoria la alineación del Atletic desconocen donde está Monrovia o el hundimiento del sustento de miles de personas en Sudáfrica a causa de la globalización y la monopolización del azúcar.
Hay quien habla del arte de la guerra cuando en realidad la guerra sólo es una monstruosidad y nada más, lo cual demuestra hasta que punto puede adornarse algo hasta concebirse de forma distinta. El fútbol puro, el que se extingue fuera del césped y cuando acaba un partido, posee componentes que, sin duda, hacen disfrutar a sus miles de amantes, pero existe todo lo demás, eso que algunos explican sin explicar diciendo…fútbol es fútbol.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Hoy, almejas


Hoy almejas con limón, que me gustan a mí de vez en cuando de tapita por la noche. !!!¿Pero dónde están las almejas?¡¡¡ En el súper las venden en unas mallas, ya pesadas y preparadas para llevar. Cómo además tenía que comprar algunas cositas, esta tarde, aproveché y bajé. He mirado en todos los rincones del frigorífico y no hay rastro de ellas; ni debajo de los tomates ni detrás de la bolsa de los melocotones. Nada, ni rastro. La cervecita preparada y el cuerpo hecho y las almejas que no aparecen … con lo que jode eso. Incluso he dudando de si las he comprado o no, pero he encontrado el ticket y ahí están reflejadas y bien cobradas. He bajado al coche pensando que igual se habían quedado ahí, pero una vez que he mirado he caído en la cuenta de que fui andando. De hecho, haciendo un pequeño esfuerzo, incluso he podido recordar el recorrido desde el súper hasta mi casa. Pasé por el videoclub, pero las bolsas no las solté porque fue llegar y coger la peli que tenía reservada y ni siquiera tuve que meterme la mano en el bolsillo para pagarla. Luego subí a la casa de mi novia y sí que las solté; aunque Puri asegura que en su casa no están. La he llamado por teléfono para preguntárselo; ya no tanto por recuperarlas como por una cuestión de inquietud y curiosidad. A esas alturas ya me había conformado con una lata de mejillones, pero no van a poder más que yo unas simples almejas. Vamos… que no estoy dispuesto.
Agotando posibilidades, he mirado las bolsas de plástico en las que he traído las cosas y no tienen ningún roto y, pensando pensando, pienso que en el ascensor pude haberlas soltado. Mi vecino asegura que ese ascensor esconde algún misterio. En una ocasión le desapareció la Biblia a un testigo de jehová y la señora de la limpieza no deja de quejarse de que, entre planta y planta, el ascensor extravía botes de lejía y cubos; sobre todo si están recién estrenados.
¿Será que no las metí y las dejé sobre la caja del súper?…La chica me habría avisado rápidamente, como hace otras veces. Pues verás, como resulta que a mi los misterios me sacan de quicio no voy a hacer uno con la cuestión esta de las almejas, así que…hoy mejillones, que me gustan a mí de tapita, de vez en cuando, por la noche.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Cinco con veinte


Entre las cuatro y media y las cinco de la tarde, a veces, en el acostumbrado receso, antes de reincorporarme, me encuentro con Marta y tomamos juntos un café. Han abierto un local nuevo en la calle paralela y hemos decidido visitarlo..bueno pues…por hacer algo diferente; ya ves tú.
Nada, un ratito apenas y nos vamos para el curre rápidamente que hay que fichar. Pago yo esta vez. ¿Me dices que te debo chica? Ha sido un cubata y un cortado.
-Pues.. cuatro euros del cubata y uno veinte del café… cinco veinte. Eso esperaba yo escuchar mientras iba preparando la cantidad extrayendo monedas del puñado que tenía en la otra mano. Un simple y rapidito cálculo mental, dos palabritas y ya está, pero que va; la chica se da la vuelta sin decir nada y comienza a golpear compulsivamente una pantallita con el dedo. Ha debido equivocarse y vuelve a hacerlo otra vez. La operación se ha bloqueado y comienza a teclear por tercera vez. Un ruidito extraño en una maquinita periférica irrumpe y la chica se aleja. Joder, con la prisa que tengo. Marta me mira inquietándose; hemos apurado el tiempo del que disponíamos y casi que llegamos tarde. No es bueno vivir con este estrés, me digo a mi mismo y me relajo por un momento hasta que aparece la camarera con un rollo de papel que introduce en una impresora de tickets antes de comenzar de nuevo a toquetear cuadritos en la dichosa pantalla sin prisa ninguna. En la pantalla aparece un mosaico con dibujitos de refrescos y demás y a mí se me antoja que lo hace adrede y cada vez la veo más ralentizada. Sus movimientos son pausados como los del bicho ese que tarda dos horas en subir treinta centímetros de árbol y mis nervios empiezan a funcionar como los de cualquier ser urbano encorsetado en un horario.
Oye, ten piedad, le digo a la chica. Cóbrame y sigues con la maquinita todo el rato que quieras, a mi no me hace falta ticket ni nada, sólo quiero irme ya.
La chica me mira y responde malhumorada, aunque no sé exactamente qué, pero da igual; desde la época de Sardá y sus ilustres invitados uno se ha acostumbrado a muchas cosas en este país.
Ya me había pasado antes en una droguería. En aquella ocasión pregunté por el precio de unas brochas y tuve que esperar un buen rato mientras el chico consultaba tranquilamente, en un ordenador, el material del que disponía, los distintos modelos y sus precios correspondientes, para después alargar la mano detrás de él y darme un paquetito que ya tenía el precio marcado en una etiqueta. ¡No fastidies tío! Mira la estantería y punto, que es más rápido y más sano y de camino te metes el ordenador por ahí mismo.
Después de todo un día de atascos, cámaras por doquier y ordenadores hasta en la sopa, uno merece otro trato; aquel que te dispensaban los camareros cuando te decían sin dilación…cinco euros con veinte. Si señor, sin software ni pollas, que para eso estaban los mostradores, las tizas, y las orejas para sostenerlas.

domingo, 26 de octubre de 2008

Viajes astrales


Esa mañana, como todas, los primeros rayos del día se filtraban en la habitación, tamizados por entre las rendijas de la persiana, la cual nunca ha cerrado herméticamente porque jamás han encajado correctamente algunas de sus láminas; por más que estire de la cinta con intención de hacer desaparecer esos incómodos rayitos oblicuos que antes o después acaban dándome en la cara y arrebatándome de los brazos de Morfeo. En días laborares no me importa demasiado, pero los domingos siempre me despiertan con la firme determinación de poner una cortina que nunca pongo.
Aquella mañana, además, fue empujándome al mundo de los despiertos una suave melodía matutina con claras cadencias orientales desde la estridente radio de mi vecino. Yo a veces he sintonizado cadenas moras pero siempre de paso en el dial. Esta vez no era así, era una sintonía estable y en estéreo que inundaba con sus decibelios la atmósfera dominguera.
Ese domingo tenía previsto ir a comer al Mc donalds e ir al cine para ver la última de Indiana Jones. Sobre el sillón mis Levis manchados de ketchup y en la nevera nada más que coca-cola. Estos yanquis imperialistas lo inundan todo con sus multinacionales, solía decir a menudo, profiriendo además todo tipo de frases hechas sobre los mismos, porque claro… hablar peyorativamente de ellos queda muy bien y además luces como inteligente, moderno, y sensible en cuanto a conciencia social se trata. Y eso que, en su momento, estudié que Norte América nos sacó las castañas del fuego impidiendo que los nazis impusieran en el mundo su régimen de terror. Tiempos de leche en polvo y bienvenido Mister Marshall que ya quedaron atrás. Ahora es otro cantar.
Bajé a la calle y me pareció carnaval, pero en realidad me estaba ocurriendo uno de esos fenómenos extraños que a veces nos ocurren a todos durante unas horas. Sí, ya sabes, uno de esos viajes a otra realidad paralela. Suele ocurrirle a los depresivos en la fase más profunda de la patología, les ocurre a quienes fuman porros sin desayunar y en general a todos los que suelen ver la vida con otros ojos.
No era la primera vez que me pasaba. Anteriormente he visitado calles rurales en la profunda España franquista y he visto la Mille Miglia a comienzos del pasado siglo, pero no estoy muy seguro de si lo que estaba viendo realmente era un paso de semana santa con mujeres de mantilla y una exhibición de automóviles antiguos respectivamente. Del Val de vez en cuando saca su colección por el pueblo. Mi episodio, esta vez, era más inquietante. Sí, todo el mundo vestía con atuendo árabe. Bueno, los árabes de verdad llevaban debajo ropa occidental, como es costumbre en ellos, pero los demás, ya te digo… como si deambularan por una calle de Marrakech. Yo tenía hambre y, consciente de que estaba en plena incursión por otra dimensión, fui en busca de un menú de esos de hamburguesa y refresco con cartucho de patatas, pero que va... donde se supone que tenía que estar el Burguer King había una cadena multinacional de cuscús, Mac´uscus se llamaba y ofertaba, por un euro más, un vaso grande de té moruno y unos chupetones en una pipa de esas grandes de las que salen varios brazos. Si así lo deseabas, también había toda una variedad de pinchos morunos disponibles con lechuga, mayonesa, mixtos, dobles, de luxe, regulares, bigpincho, woperpincho, y hapypincho.
Nada de vaqueros, nada de zapatillas Nike o Adidas… ¡ni hablar! Por fin el mundo se había librado del capitalismo americano. En este paraíso oriental la gente solía llevar todo tipo de marcas, pero la más usuales eran las de las chilabas salanmalicú y las pantuflas atalajaca, por no hablar de la moderna línea de burkas “belleza interior”.
Me senté a comerme mi menú árabe y estando en pleno chupeteo de la pipa vi en televisión a cetapé queriendo ser recibido por Bush en la cumbre del G 20 por el tema ese de la crisis. Hay que ver, con la de años que llevaba insultándolo en la otra realidad…Estos viajes astrales cada día son más alucinantes.

lunes, 20 de octubre de 2008

...no te mojes la barriga


Más o menos, por definición, un cuarentón viene a ser un ejemplar reproductor que ya ha cumplido su cometido. Alguien, por tanto, a quien su pareja, si aún la conserva, a esas alturas ya le ha retirado todo tipo de prerrogativas.
Ser cuarentón supone encontrarse con las hijas de los amigos cuando a uno se le ocurre salir un sábado por la noche a tomar una copa a un pub, y sufrir remordimientos por la desubicación y los pensamientos inevitables en esas circunstancias.
Ser cuarentón supone sexo fácil con separadas, sin edulcorantes ni compromisos, como siempre habíamos soñado, pero también supone haber conocido todo tipo de despropósitos crueles que ellas justifican diciendo que antes éramos los hombres quienes los hacíamos. -Yo no recuerdo haberme jactado jamás de haber sido desconsiderado con alguna mujer y menos en su cara.-
Como es de imaginar, en estas tesituras, ser cuarentón supone haberse tragado todo tipo de píldoras amargas y descubrir, de forma empírica, que la peor de las pesadillas es una fábula comparada con el balance provisional de los últimos cinco años, porque ser cuarentón supone también eso; todo tipo de descubrimientos.
¿Quién dijo que ya lo habíamos visto todo? Después de años de visión de dignos pechos caídos y estriados por la maternidad y el tiempo, uno descubre que el mayor milagro en equilibrio no es una novela de Lucía Etxebarría, sino el desafío a la gravedad de las inasequibles tetas de una veinteañera. Pero, sin duda, uno de los grandes logros de nuestra edad es descubrir y dominar la dulce práctica del polvo retorcido, en detrimento del frenesí del polvo conejero; típico de ejemplares masculinos jóvenes, furibundos y poco experimentados.
Un cuarentón suele ser un ejemplar masculino basectomizado, descreído y denostado. Alguien para quien el amor calienta pero no quema y para quien tener pareja no es una cuestión importante, porque ya no le apetecen más sobremesas aburridas, en el sofá, cogido de la mano y viendo la televisión; más bien anda de vuelta, disfrutando del “no sé qué” que proporciona la soledad.
Ser cuarentón no es ni bueno ni malo, es sólo eso, ser cuarentón, a pesar de que ahora la vida no tenga ningún miramiento y de que no se sea joven ni viejo. Es encajar grandes cambios que te dignifican y te desalman a la vez.
Ser cuarentón supone desmitificar, desaconsejar, quitarse la venda, tragar a sabiendas, relativizar por los que ya no están, seguir siéndolo durante algún tiempo y, sobre todo…cuidarse, muy mucho, de no mojarse la barriga.

miércoles, 15 de octubre de 2008

¿Y si me ven?


Hace un par de semanas que han instalado cámaras, estratégicamente colocadas, por todas las dependencias de mi centro laboral. Muchas de ellas las tenemos localizadas, pero otras están hábilmente camufladas, según creemos, dada la relevancia del lugar en el que se las supone. La dirección de la empresa no se ha pronunciado al respecto, no tiene por qué dar explicaciones y ni siquiera nos ha comunicado que estén ahí, pero las vemos, vaya que si las vemos o, mejor, ellas nos ven a nosotros. Dada su forma de teta bocabajo, al principio, creíamos que eran detectores de humo conectados con alarmas para adaptar el edificio a la nueva normativa de seguridad, pero pronto empezaron todo tipo de especulaciones al filtrarse información sobre la próxima reducción de plantilla que la dirección tiene planeada. Pronto, comenzamos a volvernos bastante neuróticos todos; no sólo por la espada de Damocles que pende sobre nosotros, sino por como ha afectado a los muchos hábitos arraigados que nos hacían más interesantes y distendidas las monótonas horas de labor.
Se acabaron los cigarritos a escondidas en la puerta del patio trasero y, como es de suponer, esto ha calentado la atmósfera con insufribles síndromes de abstinencia que se traducen en gestos agrios y nerviosismo contenido. A Manolo, el de presupuestos, ahora es difícil sorprenderlo, como llevamos años haciéndolo, tocándose los huevos por los pasillos. Mi compañero de confianza me comentaba el otro día que, por si acaso recogían sonido o moléculas olorosas, ha limitado sus ventosidades a los espacios más íntimos, y que esto le está costando serios trastornos intestinales por no expulsar los gases. Hasta que pase la tormenta de la regulación de empleo, todos acudimos al servicio lo estrictamente necesario. Por el tiempo transcurrido dentro de los servicios, la dirección puede incluso saber si realizamos aguas menores, mayores o acciones sospechosamente fuera de tiempo y como nadie sabe con exactitud a qué criterios se atendrán para llevarla a cabo, las visitas a los servicios se han reducido bastante en pos de la productividad. ¿Y si les da por despedir a los cagones?
Yo no fumo ni tengo vida secreta e intensa en los servicios, pero las cámaras han arruinado la única alegría que desde hace años puedo permitirme. Mi romance de pasillos con Marta. Durante estos últimos meses, nuestros achuchones en la sala de la fotocopiadora, los apretones en el culo al cruzarnos por las galerías vacías, la hora concertada para encontrarnos en archivos y sus felaciones de los viernes cuando todos se han ido, han sido el único aliciente en mi monótona vida. Ahora, la bella y cobarde Marta, ha puesto distancia entre nosotros, evita encontrarse conmigo y, cuando lo hace, desvía su mirada con frialdad. Le he propuesto quedar en algún hotel, pero su marido trabaja para la DGT y controla, desde los monitores, la trayectoria de su automóvil desde que sale de casa hasta que entra.
Están en todos sitios, en la calle, en el trabajo, en la carretera, en los supermercados y en los centros comerciales…¡en todas partes!, cual Dios omnipresente y mi animadversión irreprimible por este gran hermano ha explotado. Sí, me he puesto, como loco, a hacerle cortes de mangas a la camarita de Carrefour cuando la he descubierto colocadita en una columna. Nadie ha venido a decirme nada, pero he tenido que irme porque los seguratas se han puesto a observarme desde el final de la calle de los electrodomésticos, mientras hablaban por el walkie talkie ese que llevan.
Una vez en casa enciendo el ordenador, a sabiendas de que el más mínimo tecleo es espiado, vía internet, vete tú a saber por quién y para qué, pero sabido es el intenso espionaje que se produce en la red. ¿Y si la camarita web esta que lleva incorporada el portátil funciona sin que yo lo sepa y me están viendo por ahí? Cagonlaleche que paranoias me están entrando…

sábado, 27 de septiembre de 2008

Crónica desde una silla


-¿Para que voy a pagar un sofá de golpe si puedo pagarlo cómodamente a plazos por un poco más? No sea que me haga falta el dinero para alguna emergencia y no pueda disponer de él. Pensé antes de firmar los papeles de la financiación.
Necesitaba cambiar urgentemente el antiguo cheslón hundido por el centro e imposible ya de usar sin acabar con los riñones machacados, así que les expresé mi prisa y convine con ellos que retirarían el mueble viejo y me llevarían el nuevo por cincuenta euros más. Eso fue todo. A mi no me advirtieron de nada más. Sólo que tendría que esperar una semana hasta que la financiera transfiriera el dinero, lo cual ocurrió dos semanas más tarde porque mediaron unas fiestas. Durante ese tiempo me senté en una silla y cuando quería descansar me iba a la cama. Echaba de menos la calidad de vida que, sin darme cuenta, disfrutaba tendido en mi sofá viendo la tele en el salón. Nunca somos conscientes de la importancia de algunas cosas hasta que las perdemos, y yo había perdido eso, el acto rutinario de tenderte después de comer, la posibilidad de dejarme caer lánguidamente en cualquier momento para pensar, para descansar unos minutos al llegar a casa o simplemente para hacer un paréntesis y desperezarme. No obstante, se trataba de un par de semanas solamente, y pude soportarlo.
El sofá llegó, justo cuando mis ganas eran ya incontenibles, y es de imaginar el regocijo con el que oí como lo subían por las escaleras. Pero, lamentablemente, aún no era el momento de mi solaz; las patas no venían montadas y un empleado se presentaría un día después para colocarlas y de paso traer los cojines, que venían dentro de un embalaje en una furgoneta que se había averiado de camino al almacén.
- Bueno, ya se sabe que estas cosas son así. Un día más puedo aguantar perfectamente, pensé mientras miraba la estructura desnuda y dura del mueble ya colocado en mi salón.
La tarde siguiente fue de tensa y pesada espera hasta que por fin sonó el portero y apareció el empleado con sus herramientas y la parte blanda del sofá. Deseando que acabara y se fuera, miraba como iba colocando una a una las patas sin prever que, ¡oh fatalidad!, sobrevendría la catástrofe cuando pinchó el cuero con el taladro eléctrico y atravesó la madera con un tornillo, de manera que tampoco pude usarlo aquella tarde porque cojeaba y se inclinaba sobre su propio peso. Resignado, aquella noche, me fui pronto a la cama intentando ignorar la exasperación que ya se había instalado dentro de mí de manera inevitable.
Me temí lo peor, y mis temores se confirmaron cuando al día siguiente, martes, me llamaron por teléfono para comunicarme que la pieza no llegaría hasta el viernes, que en realidad, como suele ocurrir, pasó a ser el lunes.
Menos mal que me dio por financiar porque, casualmente, en aquellos días, surgió el imprevisto para el que había querido guardar mis pocos ahorros. Y no fue uno, sino dos, el fontanero y el dentista, quienes me dejaron con apenas saldo para terminar el mes.
Los chicos del transporte retiraron uno de los dos módulos que formaban la estructura y subieron el nuevo, ya con sus patas colocadas. Lo dejaron y se fueron, y yo no podía creer que por fin pudiera retomar mi antiguo estilo de vida, ese que se desvaneció hacía un mes. Esta misma incredulidad, en mi tan intuitiva, me hizo sospechar que algo no iba bien, que esta historia no iba acabar con el esperado final feliz que tanto deseaba y, efectivamente, al empujar el modulo para encajar las dos partes, las abrazaderas no coincidían, de manera que al sentarme el sofá se abría y yo me hundía en el hueco de los cojines y el de mi propia desesperación. Tuve que hacer todo tipo de ejercicios de control mental, desde meditación trascendental hasta sofronización, pasando por los métodos de Jacobson y Bühler, para poder controlar mi ira asesina de aquellos momentos, pero lo conseguí y, con golpes secos y contenidos, pude marcar el número de la tienda para comunicarles la incidencia. Algo debió notar en mis palabras y mi tono de voz, la chica que me atendió, que esta vez sólo tardaron tres días en venir a acoplarme por fin las piezas.
No podía ser verdad, pero ahí estaba yo, feliz y cómodamente recostado, abriendo el correo que había sobre la mesa, como solía hacer habitualmente, cuando de nuevo tuve la sensación de que algo no iba bien, de que esta historia aún no había acabado y, efectivamente, mis temores se confirmaron de nuevo cuando abrí una carta de la financiera en la que me mandaban una tarjeta de crédito asociada a la financiación del mueble. Una tarjeta que me facilitaban, amablemente, por una cantidad mensual semejante a la que tenía que abonar por el sofá. Como ya dije, nadie me había avisado de este detalle y por supuesto yo no había pedido tal servicio.
En mi cartera tengo la tarjeta maestro, la mastercard, la visa electrón, la visa oro, la maxi tarjeta, la del club carrefort y otra de color negro que no sé ni de que es. La mayoría de ellas asociadas a préstamos y a seguros, no uso ninguna y, por supuesto, no quiero ninguna más; mucho menos una por la que me cobran, la use o no. Volví a coger el teléfono y marqué el número que indicaban en la carta. Primero salió la maquinita que te va guiando por una serie de opciones numéricas hasta que, finalmente, suena la voz de una chica sudamericana que te pide todo tipo de datos y la causa de tu llamada. Yo, que ya me conozco la manera canallesca de funcionar que tienen, me niego a ir repitiendo exhaustivamente el problema, una por una, a cada una de las sucesivas chicas sudamericanas con las que me van pasando, de departamento en departamento, hasta que definitivamente llego a la jefecilla, que suele ser una argentina con yeismo exacerbado y voseo, a la cual le digo también: “si me vas a pasar con otra, hazlo directamente que no te voy a repetir el problema con la tarjeta de crédito”.
Esta señorita es jefecilla por algo y, en seguida, despliega sus dotes de liderazgo parlanchín. Como buena argentina, es especialista en buscarle los cinco pies al gato hasta que te rinde por desgaste, pero a mi no, conmigo no puede. Yo conozco sus prácticas y sé que su aire de superioridad proviene del refuerzo que adquieren, en largas sesiones de psicoanálisis doméstico, bebiendo ese jodido brebaje al que llaman mate. Ahí está la clave, ese es un líquido diabólico aunque aparentemente sea inocuo. Si no…¿cómo te explicas lo del Ché, Maradona, Valdano y Calamaro por citar algunos?
En vista de mi resistencia heroica para dejarme convencer de la necesidad de esa tarjeta, la financiera me retiró el crédito al que iba vinculada indisociablemente y, consecuentemente, unos fornidos operarios, me retiraron el sofá esa misma tarde también. Hoy, en estos momentos inciertos y grises de un día de lluvia, escribo esta crónica desde una silla, mirando, impotente, el vacío insustituible que dejó el sofá en mi salón y en mi vida.


viernes, 19 de septiembre de 2008

Mi entierro

A mis cuarenta y tres la vida ha querido lucirse conmigo metiendo en mi cama a la treintañera más potente de la ciudad. Ya ves, una preciosidad con uno de esos culos tan perfectos que servirían de molde para hacer prótesis de silicona y tan duros que partirían cocos con solo sentarse encima. Ella misma está enamorada de sus propias posaderas; hasta el punto de que son lo último que mira en el espejo antes de salir de casa, realizando una torsión suave y graciosa de cintura para facilitarse el visionado.Después de unos meses de amor intenso con semejante ejemplar cualquier mortal defectuoso, como yo, diría aquello de: “ya puedo morirme tranquilamente”. Y es verdad. Últimamente fantaseo con mi propio entierro. ¿Te imaginas? Años y años hace que la poca familia que tengo ignora mi molesta existencia. Ni siquiera me llaman para decirme: “hola, soy Edu, feliz navidad”. (Coño que anticuado estoy, pero es que ese era el anuncio que estaba de moda la última vez que vi a un congénere de primera, segunda o tercera línea consanguínea). Por eso pienso que a mi entierro no faltarán (si es que se enteran), aunque sea para repartirse lo obtenido de la venta del pisito que casi tengo ya pagado. Imagino a mis sobrinos en la notaría oyendo mi testamento con cara de quien se arrasca a escondidas un insidioso picor anal. Y digo esto porque el testamento prohíbe taxativamente que reciban un puto duro. Mi dinero irá a parar a un fondo reservado para subvencionar los polvos guarrindongos, en un conocido puticlub, a todo aquel que acredite ser un marido cornificado, abandonado y desahuciado (tienes uno garantizado Pepe Luís). No sé hasta donde dará el presupuesto, pero al menos servirá para honrar mi memoria brindando en la barra del burdel durante algún tiempo. Lo tengo especificado claramente en una cláusula; esa que dice que será así en caso de que nadie demuestre ser descendencia mía con una prueba de adn.Fracasé como escritor; mi única novela yace en cajas, sin ver la luz, en el almacén de un editor estafador. Nunca brillé como cantautor, no destaqué por mi valor ni impresioné por mi inteligencia, pero ahora tengo una oportunidad de alcanzar la gloria, mi única gloria posible. Cariño, en mi entierro, no vistas de negro, no llores ni muestres duelo alguno. A mi entierro tienes que asistir divina de la muerte, como tú eres. Alquila un descapotable rojo y si puedes, por favor, guíñale el ojo a alguno de mis familiares más allegados; no quiero que me tengan lástima pensando que fallecí justo cuando apareció en mi vida el amor virtuoso de una mujer leal. Eso sí que no, dar lástima… ¡jamássss! Incluso las putas de las musas desaparecen durante semanas y tengo que emborracharme para encontrarlas. Tú no vas a ser menos.En tus manos, amor mío, está la responsabilidad de dignificar mi final. Que lo último que recuerden de mí sea tu culo.

martes, 2 de septiembre de 2008

¡Coño...una multa!


-¡Coño una multa!, ¿y esto por qué?, ¿qué he hecho yo para merecer esto? Además, ¿Cuándo me la han puesto?
Lo primero que se me vino a la cabeza es que me hubieran pillado cuando miccioné detrás de un contenedor hace unos días. Es que ni me había enterado hasta que recibí por correo el papelito ese plegable que no aclara muy bien la causa. Una vez en el banco un señor lo pasó por una maquinita y, automáticamente, la cantidad de la sanción pasó de mi cuenta a no sé exactamente dónde. Joder qué eficacia, visto así es que ni te enteras, es que no parece ni una multa.
Verás…una cámara te hace una foto y un código de barras se encarga de todo lo demás. No me digas que no es otra cosa que un mecanismo perfecto de recaudación. ¿Qué efecto paliativo o psicológico puede tener algo tan aséptico y tan tecnificado? Más bien parece que te han cargado el recibo de la luz.
Ni eso es una multa ni nada. Las multas tienen que tener todos sus componentes para que surtan efecto, digo yo. ¿Cómo va a ser lo mismo sin el sustillo que te dan los picoletos cuanto te paran? ¿Cómo va a ser igual de educativa una sanción si no te explican, in situ, la falta cometida?..Has pisado la raya. -¿Ah sí? Pues no me he dado cuenta-. Tú miras la raya y dices…disculpe agente… ¿Qué raya? Vas en dirección contraria…Uy…no me había dado cuenta, es que la señal la tapan unas ramas y tal. ¿Ahora con quién establezco yo este diálogo tan necesario para que no se me atrofie el hígado? Hostias, es que te niegan hasta el derecho al pataleo, pero lo que peor llevo es no saber en la puñetera madre de quién me voy a cagar, ¿en la de la camarita de los cojones o en la del código de barras? A uno sólo le queda volverse coprolálico como un argentino en un partido del Boca y eso sí que no.
Pero qué eficacia, por Dios. Si utilizaran esta tecnología para encontrarnos trabajo, para detectar corruptos o para resolver las reclamaciones otro gallo nos cantara…pero no, no había camarita cuando el gerente de un camping me sometió a trato vejatorio y por tanto la administración desestimó mi queja; por más que me humillara con insultos este gorila borracho que estaba en la recepción con ganas de divertirse. Desde luego es que dan ganas de emigrar a Marte y de paso hacerle una visita a cetapé en la Luna.




jueves, 21 de agosto de 2008

Lo que da de sí un tornillo


A Marcel Proust le ocurrió mojando una magdalena en el café y a mí desatornillando una lámpara que coloqué hace diez años. Ya ves, diez años. Qué melancolía más extraña siento manipulando algo que yo mismo coloqué dos lustros atrás. En este momento, un breve momento, mi mente viaja por una serie de sensaciones y pensamientos totalmente inadecuados para esa postura y esa circunstancia: encima de una escalera sujetando una estructura metálica, con una mano, y un destornillador de estrella en la otra. Pero…Qué más da. ¿qué prisa tengo yo? Aquí me pilla, aquí lo pienso.
Hace diez años no conocía a mi ex, aún no había nacido mi pequeña Clara y ni siquiera sabía si iba a ser feliz en este apartamento que compré cuando todavía la vivienda no tenía precios imposibles. Tal y como están las cosas parece indecente decir esto, pero casi lo tengo pagado ya.
En televisión Tequila canta una canción y a mí me dan ganas de besarle la calva a Alejo Stivel por haberle puesto banda sonora a mi juventud, pero ahora estoy ocupado haciendo girar el tornillo y cada vuelta, que lo devuelve de su inserción en el techo, es el giro de un grifo por el que fluyen evocaciones aleatorias y caprichosas. Lentamente, vuelta a vuelta, me veo a mí mismo en aquellos tiempos. ¿Cómo estaría yo en ese momento? Qué distinto era todo. Por entonces yo compraba cedés, hacía zapping, era fumador, peatón, conductor, currante, dominguero y hacía todas esas cosas normales que casi todos hacíamos. Hoy soy mucho más, ahora soy nudista, internáuta, chatero, forero, blogger, adicto al cibersexo, jugador on line, single, articulista en adn, piercingneado, pirata de la red y algunas rozagantes cosas más que no sé ni como se llaman. Ya ves, casi como todo el mundo. Lo que no sé es lo que seré dentro de otros diez años, cuando vuelva a cambiar la lámpara. Uf, mejor ni lo pienso... Lo que da de sí un tornillo, oye.

viernes, 15 de agosto de 2008

Yo de hombres no entiendo


Mi amigo va sin afeitar, con dos lamparones en los pantalones y, en general, con visible aspecto de dejadez. Vale, reconozco que no tiene barriga ni está calvo, pero con sus cincuenta años, aunque aparente menos, ya tiene arrugas y flacidez facial. Pues ya ves, el cabrón, liga lo que le da la gana y eso que es un jodido despistado que no se esfuerza lo más mínimo. Varias veces he oído decir a alguna amiga mía que es atractivo y guapo. Hay que joderse. Pero es que tengo otro conocido, ex yonqui, con más arrugas que un Shar-pei y con el pelo veteado de canas, que las vuelve locas. Ninguno muestra aspecto de adinerado ni van de eso, con lo cual, esa explicación queda descartada.
He visto tipos pulcros y atractivos no comerse una puta rosca. Tíos bien vestidos, bien peinados y con coches imponentes, tonteando en las barras de los pubs sin éxito alguno y también he visto a barrigones, a catetos y a pendencieros con patillas a lo Curro Jiménez merodeados por veinteañeras como gallos de corral. Desde siempre he oído decir a las mujeres que los hombres no reconocemos que otros hombres nos parecen apuestos por miedo a que nos tachen de mariquitas, y aseguran que en realidad, al igual que una mujer sabe cuando una chica es mona, a nosotros nos pasa lo mismo con nuestros compañeros de género. Pues no, mire usted, están equivocadas, siempre lo han estado. Yo no tengo ni puñetera idea de cuando un tío esta bueno o es guapo y cuanto más observo sobre ese particular más despistado me encuentro.
Vale, hay unos cánones muy precisos. Yo sé que los tíos musculosos y atléticos las incitan sexualmente, a pesar de que hay tías que aseguran que esa clase de hombres no les gustan, pero lo cierto es que luego las ves, calentonas perdidas, metiéndole mano en el paquete a los boys en las despedidas de soltera, bebidas o sobrias, es igual. Así que yo no entiendo de tíos, pero nada de nada.
Seguramente debe haber algún déficit en mi diseño genético que me impide entender de hombres, y no me preocupa. Lo que sí llegó a preocuparme, durante un tiempo, es no entender a las mujeres, es más, creo que están locas y que son contradictorias y bastante anárquicas en este tema que nos ocupa. Desde mi adolescencia las recuerdo enfrascadas en discusiones sobre si estaba más bueno Miguel Bosé, Pedro Marín o Iván. El que para una era un ejemplar deseado, para otra era amanerado e insulso. Después he seguido viendo este fenómeno a lo largo de los años aunque con algunas excepciones. Los tíos somos más previsibles; un pedazo de rubia buenorra es un valor universal para todos y en todos los sitios. Si no, pónsela delante, ligera de ropa, al más mojigato y verás como se desatan los cilicios.

lunes, 11 de agosto de 2008

Un maravilloso legado


En los años sesenta y setenta había una tribu urbana que, aunque desdibujada, ha llegado hasta nuestros días, conviviendo con el resto de tribus. Posee una idiosincrasia especial. Nunca fueron bien vistos, ni antes ni ahora, tal vez porque su característica especial siempre ha sido la de incordiar, su ubicación natural la del grano en el culo y su argumento más reconocible aquel de “ni sí ni no sino todo lo contrario”. Hablo de los “progres“. Durante la dictadura se decantaban por una clara ideología izquierdista, a pesar de no someterse a ninguna disciplina de partido y de estar en conflicto con todas. Se les reconocía por sus barbas y jerseys de corte existencialista en el caso de ellos y por el aire seudo-hippie en el caso de ellas. Estos progres de antaño, hoy en día, están reciclados y militan en todo tipo de formaciones políticas; nacionalistas, moderadas, radicales, oposicionistas y gubernamentales, pero en su momento formaban grupos medio clandestinos en los que la mitad de sus miembros eran policías infiltrados. Durante sus primeros momentos, querían cambiar el mundo y matar dictadores.
Ni templarios ni masones, los progres, más bien pasan por ser una especie de opus dei al revés. Controlan, desde la sombra o desde posiciones visibles, muchos aspectos de nuestra vida. Su aristocracia preside asociaciones y ocupan puestos directivos en departamentos administrativos. Entre otras cosas, se sabe que han implantado el canon para material audiovisual y que por tanto deciden cuanto tenemos que pagar por un cedé virgen. Diseñan planes educativos, crean nuevas consejerías, nos piden optimismo ante la crisis y marcan estilo en muchos ámbitos. De hecho, en sus comienzos, tenían su propia música, el llamado rokc progresivo, -como no-. Ensalzaron a Smash como banda de culto y después nos vendieron cantautores por un tubo desde las discográficas que controlaban o creaban.
Esta tribu no son simples pandillas de moteros que se juntan para ir a las concentraciones, no son raperos protestotes ni grupos de camorristas. El objetivo de los progres siempre ha sido el poder y su legado late con fuerza en nuestra sociedad. Ahora se les llama "alternativos" y fundan oenegés, pero se reciclarán y ostentarán poder pasado un tiempo, vive Dios que lo harán. Entre ellos, como en todo, hay variedad, hay intrusismo y también autenticidad, pero, en general, la mayoría tienen un claro afán de protagonismo y les pierde su inevitable pose esnob. El mismísimo cetapé ha bebido de su filosofía y, aunque en versión adaptada, es un ejemplo claro de que siguen en el candelero. ¿O creías que sólo la iglesia tiene tentáculos invisibles?
Sería injusto, no obstante, decir que entre sus luces y sus sombras no se incluyen aportaciones positivas que han supuesto ciertos avances en determinados periodos de los últimos cincuenta años de nuestra historia. ¿Aún no sabes quienes son?, ¿nunca habías oído hablar de ellos? Yo aprendí a identificarlos hace tiempo, pero aún me siguen despistando y me sigo preguntando cuando veo a uno de ellos: ¿de qué va este tío? Precisamente en eso radica su genialidad.

domingo, 10 de agosto de 2008

Por nuestro bien


Todo empezó hace años, con la aprobación de la ley antitabaco. Como todos recordamos, se empezó a prohibir fumar en ciertos lugares y se dispusieron sanciones para quienes infringieran esta norma. Lo curioso es que gran parte de la juventud fuma; según coinciden en su observación los adultos que no tuvieron tanta información ni prohibiciones en su momento.
Poco después llegó el carné por puntos que, aunque no supuso una mejora destacable en las cifras de siniestralidad, fue endureciéndose progresivamente. Los ciudadanos seguíamos sufriendo a los conductores enloquecidos, dentro de las poblaciones, sin que jamás apareciera un guardia en ese momento a retirarle puntos, y teníamos que ver también cómo se los quitaban a trabajadores del transporte, que los necesitan para darle de comer a sus hijos. A veces por una simple distracción en un tramo en el que había que reducir de golpe de noventa a cuarenta, sin que apenas hubiera espacio para frenar.
Llegó la crisis, y en lugar de aliviarnos de presiones, se establecían más disposiciones, como aquella en la que en la iteuve te echaban para atrás el coche porque el dibujo de las ruedas alineadas no era exactamente igual, independientemente de que estuvieran flamantes. Si pedías al fabricante una rueda con el mismo dibujo te decía que ya no la fabricaban, aunque te la hubieran vendido cuando pinchaste hacía un mes, con lo cual te tenías que fastidiar y comprar las cuatro nuevas. Y no estaban baratas, nada estaba barato por entonces ni lo está actualmente. Nadie hizo disposiciones para solucionar esas cosas y facilitarnos a los ciudadanos el transito a través de esos malos tiempos.
Empezaron las protestas por la subida del carburante, los camioneros se echaron a la calle y el gobierno reprimió la huelga con veinticinco mil efectivos policiales. El carburante no bajó.
Estando en estas, el gobierno se sintió paternalista y protector y le pilló el gustillo a eso de poner medidas y quitar puntos, de manera que siguieron en esa línea hasta el día de hoy, extendiendo la medida a los tripulantes de los barcos y a los pilotos de los aviones.
Al principio eran simples consejos en televisión, como ocurría en su momento con lo del tabaco y la conducción, pero después continuaron y continuaron. Salir a la calle con ola de calor o a partir de cuarenta grados supone, por tu bien, una retirada de puntos del carné peatonal. Porque se estableció un carné por puntos para peatones. Una vez perdidos sufres arresto domiciliario o penas de cárcel en el caso de ser reincidente, dándole igual al estado que pierdas tu trabajo o que no tengas medios para subsistir.
Actualmente existe toda una variedad de faltas sancionables tipificadas en el código de comportamiento ciudadano. La falta que menos puntos resta es miccionar en la calle y la que más, copular sin protección. Como era de esperar, lo siguiente fue el alcohol. Ahora, la embriaguez pública supone pérdida de puntos. Lo del botellón se solucionó sacando a la calle, otra vez, a los veinticinco mil efectivos policiales. La gente ni mú. Es más, siguen votando a quienes hacen estas leyes.
Continuaron con los obesos. Estos son vigilados, por su bien, con un sistema de tablas de calorías que acompañan a los precios en las cartas de los restaurantes. El obeso está obligado a llevar una tarjeta que el encargado del negocio introduce en un dispositivo junto con la lista del menú elegido. Sobrepasar la cifra permitida de calorías supone una sanción para el dueño del local.
Con los diabéticos ya te puedes imaginar y la próxima parece ser que va a estar enfocada desde el punto de vista de controlar el gasto innecesario en bazares. En esta sociedad actual y libre las cifras no arrojan unos índices destacables en cuanto a la mejora del colesterol, azúcar en la sangre, gastos innecesarios, insolaciones y consumo de alcohol, pero el gobierno, por nuestro bien, sigue diseñando medidas sancionadoras.

sábado, 2 de agosto de 2008

Deformidades.


A los que conviven, más o menos, cerca de uno no se les presta mayor atención, no se les notan los cambios hasta un buen día que, viniendo al pelo, te sueltan o les sueltas aquello de: -ya vamos para mayores con las barriguitas, las patas de gallo o la raya ancha en el peinado-. Realmente son implacables los cambios cuando empiezan a suceder, pero por aquello de que se producen paulatinamente uno los va asimilando con naturalidad. Los que no se asimilan tan fácilmente son los de quienes no vemos desde hace años y de repente te los encuentras convertidos en cuarentones de solemnidad. Casciari los llamaba cara deformes y te dan unos sustos de la hostia. Mejor sería ni encontrárselos. Cuando a un conocido/a lo identificas con dificultad y te recuerda más a los amigos/as de tu padre o madre que a aquellas personas que formaban parte de tu florido decorado juvenil…mal rollo. Últimamente llevo una racha que para mi se queda. Eso de cruzarse de golpe con antiguos amigos convertidos en skingheart y con las bellezas que endulzaron mi juventud transformadas en señoras con cuerpos desgarbados, sin cintura ni caderas y sostenidos por piernecillas varichonas, no digo yo que sea como para traumatizarse, pero…coño… tampoco es plato de gusto. Y además es que van apareciendo más y más cada día y todo de golpe, ya digo. Supongo que dentro de poco dejará de crearme estupefacción, pero de momento estoy en fase de asimilación.
De todas formas, las deformidades más difíciles de digerir, las que a uno más mella le hacen y más lo entristecen no son precisamente esas. Existen las otras, las que no se ven a simple vista cuando te cruzas con alguien. Posiblemente las captes, a poco observador que seas, después de un rato hablando o relacionándote con el individuo en cuestión. Cuanta más relación y más dedicación, mayores y más profundas se te revelarán. Esas sí que son terroríficas, sin coñas ni concesiones. Esas desvelan la necrosis, el abandono profundo y las mutilaciones en el alma. Las hipotecas, las letras, la rutina, las humillaciones, el desamor, los fracasos, las ilusiones perdidas y las aspiraciones frustradas suelen pasar factura con una metástasis galopante y no hay quimioterapia que frene el proceso. No existe crema reafirmante ni cirugía plástica para tal flacidez. No hay loción hidratante que recupere esas parcelas resecas y ajadas, no hay intervención ni cosmética para ese desgaste devastador y, por supuesto, no existe brillo para tal opacidad.
La risa de mis antiguos amigos se ha convertido en una mueca resentida y ponzoñosa, casi molesta. Los saludos efusivos de antaño ahora son un golpe en la espalda que raya la agresión. Las barras de los bares se han convertido en un lugar peligroso donde el alcohol se agría, siempre receloso, en el paladar y ya no provoca risas y elucubraciones. La envidia y el odio se instalaron, hace tiempo, como una invasión viral, infame, subcutánea e invisible que todo lo impregna. No sé que clase de veneno acabó trocando nuestro candor de antaño en esa crueldad domesticada, calva, barrigona y arrugada, pero esa sí que nos deforma de manera monstruosa.

jueves, 31 de julio de 2008

Cuestión de estilo.


Esto del estilo ha debido existir desde siempre, imagino. Estoy convencido de que en el paleolítico ya había quien usaba buriles y rasgadores con diseños rompedores, grupos que cazaban con técnicas más vanguardistas, cuevas de alto standing, y abalorios y ropajes distinguidos. Desde el simple gruñido para identificar a un bisonte, hasta su sofisticada nomenclatura latina(Bison Bonasus), esto del estilo pasa por ser una cuestión de avance cultural.
Me ponen nervioso los restaurantes que sirven esos platos enormes en los que colocan una porción mínima de comida, decorada con pintarrajos hechos con no sé qué líquido negro. Sé que me va a costar un pastón la idiotez de que el cocinero tenga inquietudes artísticas. Vamos a ver…yo he venido a comer, no a pagarle a este señor el garabato sobre la merluza. El mismo medallón servido sin el rayajo me cuesta 20 euros menos en el bar de la esquina, pero ese es justo el precio que se paga, en este caso, por vivir con cierto estilo. El mío es más proletario. Yo disfruto mucho más con un cartucho de adobo y una cerveza en un banco de la playa o en la mesa de un saturado comedor de freiduría, o eso creía yo hasta que me encontré frente a un señor de costumbres bastante poco higiénicas que me quitó el apetito totalmente. Nunca me planteé las incomodidades de las colas o los humos en las mesas en las que me hacinaba junto a una familia con niños inquietos y cónyuges gritones hasta que probé las delicias de los comedores climatizados con menú de diseño, de los cuales siempre salgo con hambre y timado, pero tratado con exquisitez, que duda cabe.
Siempre me han entusiasmado los campings y la posibilidad de contacto con la naturaleza que proporciona alojarse en ellos. Yo vivía las vacaciones convencido de que las tiendas de campaña son una experiencia mejor que encerrarse en la habitación de un hotel. -Para eso me quedo en mi casa que es más cómoda y más grande, pensaba. Además no hay que reservar y te da libertad de movimiento.
Con esto pasaba por alto las muchas deficiencias con las que me iba encontrando en unos y otros campings. En muchos casos, el dueño suele ser un individuo que tenía un terreno y montó el negocio sin la más breve noción de turismo. En algunos el guarda nocturno era un pobre diablo medio bebido, en otros la recepción estaba atendida por personas que desconocen la cortesía y el buen trato, no era difícil toparse con pandillas ruidosas que te jodían el descanso impunemente y en la mayoría de ellos la limpieza de los servicios dejaba mucho que desear. Con este panorama empecé a valorar y a acostumbrarme al trato profesional y las comodidades de la hostelería sin darme cuenta. ¿Me estaré aburguesando o me estaré haciendo viejo? Esto de vivir con estilo, en muchos casos, es también una cuestión de comodidad más que de estética. Lo que no ha cambiado, en ninguno de mis viajes, es el hecho de que todas las mujeres con las que voy sufren, indefectiblemente, de estreñimiento durante todos los días que dura el mismo, sea cual sea su estilo, y créeme que ha habido variedad.




lunes, 21 de julio de 2008

Cogerle el puntillo. (2ª parte)

¿Recuerdas cuando en nuestros mejores tiempos te pedía que eligieras restaurante para cenar? Tú, muy amable y complaciente, me respondías que eligiera yo e, incauto de mí, así lo hacía y ninguno te parecía bien. Uno por uno ibas rechazando mis propuestas y continuabas diciéndome que el que yo quisiera. Ignoro las razones que te llevaron a obligarme a recorrer toda la ciudad aquella noche al grito de “elige tú“, pero recuerdo ese gesto de hacer un barrido raudo con la cabeza por entre las mesas y salir de cada local, a prisa, con ese rictus nasal tan tuyo; ese que siempre usas cuando algo te desagrada. Yo sólo tenía hambre y ganas de sentarme y por eso te dije, algo enfadado, que iba a cenar contigo o sin ti. Una vez ubicados en una mesa al fondo del último de los restaurantes de Jaén; el más caro por cierto, sobrevino tu venganza entreverada en la conversación apasionada en la que nos enfrascamos:
-¿Cómo que te gusta follar conmigo o sin mi? ¿Es que quieres decirme algo que no capto? De veras cariño, es que no te cojo el puntillo. ¿Es broma o me quieres arruinar la noche?
Con el tiempo pude comprobar si era broma o no. ¡Vaya que sí lo comprobé!
Meses llevabas sin, ni siquiera, dirigirme una palabra. Por no hablarme, ni me respondías cuando te preguntaba si te importaba que apagase el aire acondicionado, no me escuchabas cuando me dirigía a ti para decirte que iba a recoger la mesa para cenar o que hicieras el favor de no empujarme para coger tus botes de la estantería mientras estaba sentado en la taza del w.c. Pasabas a mi lado como pasabas cerca de un sillón; creo que vivías en una dimensión paralela en la que yo era sólo un ente invisible que provocaba fenómenos poltergeist cuando cogía un vaso o deshacía la cama. Si no…¿qué explicación tiene que gritaras como posesa, sin mirarme, la noche que apagué la luz del dormitorio porque tardabas demasiado en volver del cuarto de baño y yo tenía sueño? Si me hubieras considerado un ser habitante de tu dimensión tal vez hubieras entrado con cuidado de no despertarme y te hubieras acostado sin gritarme, dejando el tema para otro momento mejor. Así pasó el tiempo suficiente para que llegara a sentirme invisible, inaudible, intangible, infumable, indigno, insulso, imbécil, ininteligible e ignoto y como tal me comporté durante dos días, después de los cuales rompiste el silencio para decirme que no soportabas mi comportamiento ausente y distante, que te largabas, que no podías más. Esta vez sí que te cogí el puntillo y te abrí la puerta, gentilmente, para que te fueras, tal como decías desear. ¿He dicho que te cogí el puntillo? Ni en broma…en ese momento me miraste como quien mira al futuro receptor de su riñón y te fuiste al dormitorio para continuar con tu existencia de habitante de realidad paralela que convive con una presencia paranormal en el mismo apartamento. En alguna ocasión estuve tentado de intentar atravesarte al cruzarme conmigo en la cocina, como lo hacen los fantasmas de las películas, tal era mi asunción del papel que me habías adjudicado.
Tanta guerra con los turnos de visita de los niños. Toda propuesta te parecía mal y me costó una fortuna en abogados llegar a establecer un acuerdo razonable contigo. Meses me tuviste sin verlos y ahora me los encasquetas todos los fines de semana, sin falta. Cuando te digo que me viene mal porque quiero mirar pisos para alquilar me preguntas, insidiosamente, que si me molestan mis hijos. No cariño, no me molestan. No me importa no echar un polvo desde hace meses porque no me dejas un solo sábado libre, mientras tú te vas de viaje con ese noviete que te has echado, es que mis hermanos quieren vender el piso de mis difuntos padres y necesito un lugar donde vivir ¿sabes? …Y ahora que hablamos de pisos. Tanto debate sobre qué partes del mismo nos pertenecen a ambos y resulta que la comunidad y la contribución la tengo que pagar yo porque dices que para eso es mío, a pesar de que no pongo los pies en él desde hace dos años. Definitivamente, reconozco que tengo serias dificultades para cogerte el puntito.

viernes, 18 de julio de 2008

Ligar con Lucía Etxebarría


Lucía Etxebarría dejaba una entrada en su blog hace unos días en la que decía:
“…por cierto, por si algun joven de buen ver me encuentra por el festival y se le ocurre la idea de ligar conmigo, aquí hay unas pequeñas reglas que le podrían servir de orientación:
- no me pidas que lea tu cuento o tu guion o tu borrador de novela. me haces pensar que solo te intereso en tanto potencial acceso a la publicación o a la producción
- no me apabulles con tus conocimientos literarios. a) no me gusta el name dropping b) ya he estado la semana pasada en un congreso literario y vengo agobiada de hablar de literatura
- no me hagas entrevistas. no me gusta responder entrevistas ni siquiera cuando me veo obligada a elllo por contrato, mucho menos en mis momentos de ocio
así de simple.”

“…por lo demás: QUE GUAPOS SON LOS HOMBRES VASCOS, no puedo dejar de repetirlo. ayer por la noche estuve en el bar Rïo, de Vitoria y … en fin, qué material. Pero la palma se la lleva el guitarrista que acompañabaa a HH. El hombre más guapo del mundo, en mi opinión. Negro, metro noventa, una cara espectacular, que parecía tallada, un cuerpo de desmayo. Venía de Benin. LIONEL LUEKE, se llama-”
Lo he copiado y pegado así, tal cual, con la falta de tildes y el descuido con el que la premio planeta escribe en su blog. A mí, que me ha “hecho gracia” el hecho de que ponga reglas para ligar con ella (tratándonos de borregos o estúpidos) y de que hable de los hombres como “material” y alabe los cuerpazos obviando otras cualidades como el intelecto, la sensibilidad, el amor por la familia, el ser trabajador etc….me ha parecido bastante contradictorio el asunto, dada su aversión por los hombres que hablan en esos términos de las mujeres.
Siendo respetuoso y suave y sin que falte en buen humor se me ha ocurrido colgar en su blog (del cual echa a quien discrepa con ella) el siguiente cuentecillo:


Ligar con Lucía Etxebarría.
Lucía hace alarde, sin reparo alguno, de su gusto por horrorosos grupos pseudopunkis y poperos de los años ochenta; yo creo que es ganas de dar porculo, pero también le gusta el jazz y eso la salva, sin duda que la salva. Yo, que soy un fiel seguidor de Pedro Ruy-Blas y de Patricia Barber, no suelo perderme un acontecimiento de este tipo y en esta ocasión se sumaba el aliciente de que ella iba a estar allí, así que ni lo dudé y saqué mi entrada con antelación. El año pasado me presenté en Almuñecar para ver los encuentros de jazz en la costa y tuve que ver a Stanley Jordan subido a un árbol del parque contiguo. Quién iba a sospechar que estos eventos llenarían de esa manera. En mi pueblo, Bisbal se vio solo cuando vino a cantar a la plaza de toros. Luego para que digan que no hay buen gusto en este país.
Bueno, pues reconozco que me daba un morbazo que te cagas ligarme a la Etxebarría y ya que ella había dado pistas de cómo hacerlo, en una entrada de su blog, la ocasión la pintaban calva.
Verás… a mí hablar de literatura me toca los cojones y me aburre cantidad y el name dropping no tengo ni pajolera idea de lo que es, así que en ese sentido no hay problema. En cuanto a hacerle leer uno de mis escritos ya lo estoy haciendo aquí y ahora.
Reconozco que en su momento fantaseé con ligármela para que, subyugada y encoñada conmigo y mi calidad literaria, exigiera a sus editores que me editaran un libro, pero desde que soy funcionario como que me la suda la fama y la gloria así que, en ese sentido, no tenía miedo de meter la pata. Es más, como si llama a sus contactos para impedir que prospere mi carrera literaria…me la suda. Lo realmente difícil eran dos cosas: localizarla entre tanta gente y establecer conversación con ella sin ser el guitarrista de kaka de luxe o un crítico musical negligente. ¿Si le digo hola qué tal te gusta el jazz parecería una entrevista? No se me ocurría otra forma mejor de establecer contacto que preguntándole algo, pero intuí que el encuentro debía ser algo natural, casual e inevitable. Quien sabe como atacarle a una excéntrica ínclita, así que no le di más vueltas y fijé mi objetivo.
Por fin la vi. Estaba hablando con LIONEL LUEKE después de una actuación.
-Ella se lo puede permitir por ser famosa. De no ser por eso lo iba a tener bastante dificilillo, pensé.
-La chica no está mal. Es guapita y tal. Yo he visto fotos suyas de joven y era un bombonazo, pero ahora es otro cantar…no obstante conserva aún curvas suculentas y a mí me da morbo cepillármela, sobre todo por si me menciona en algún parrafillo de su próxima novela y paso a la posteridad. Seguí pensando.
Yo soy un fenómeno para las cuarentonas…lo que yo te diga. Soy guapito desde siempre, no es coña, pero ahora he desarrollado un aspecto irresistible con la madurez. Las canas y mi piel bien cuidada son mi mejor garantía de éxito y con eso contaba cuando me acerqué y me coloqué al lado de ellos esperando mi oportunidad de hablar con ella. Lo tenía realmente difícil pero a mí me daba igual tomarme el cubata allí que en otro sitio, así que me coloqué estratégicamente y fue la atención de Lionel la que llamé, no la de Lucía, ya vés. Que mosqueo tronco, el tío no dejaba de mirarme. No sé si mosqueado, él también, o es que me reconoció de cuando yo era cantautor y tocaba el los pubs de Murcia. El caso es que el tío empezó a perder interés por la conversación con ella y se centró en intercambiar miradas conmigo. Te aseguro que fue bastante intimidante.
-Mira que si me da una hostia el negrazo este de dos metros…pero vamos..aún así lo prefiero a que le dé por ponerse cariñoso, pensé.
Y que conste que no eran prejuicios, era acojonamiento.
Lucía, que se percató de la movida, antes de despedirse de Loueke, me miró. En su cara pude ver que no iba a tener la más mínima oportunidad con ella…Total…no vale nada…me dije.

sábado, 12 de julio de 2008

Memoria SIM


Yo tengo dos móviles; uno es el arcaico número primitivo que conservo desde hace casi una década y el otro fue una adquisición posterior debida a la necesidad de separar algunas cosas de mi vida diaria. Sabido es que estos aparatejos se introducen de manera alarmante e inevitable en el buen discurrir de los asuntos cotidianos. Estos aparatos han dado lugar a grandes sorpresas y precipitadas separaciones. Estos aparatos lo registran todo; llamadas, mensajes, número … basta con hurgar un poco en sus entresijos para descubrir todo lo que de inconfesable y lado oscuro tienen muchas personas. No es nada nuevo que los seres humanos tengamos facetas y affeires ocultos, lo que ocurre, simplemente, es que la tecnología permite que ahora puedan ser descubiertos con relativa facilidad. Antaño no era fácil descubrir que tu mujer te pone los cuernos con el vecino y, según la creencia popular, el cornudo era el último en enterarse, pero hoy basta con mirar en la memoria sim para descubrirlo. Hay quien sabe que esto es así y jamás se atrevería a mirar en el móvil de su cónyuge por cierto miedo intuitivo a lo que se podría encontrar ahí. Esto de los móviles es un poco como los bolsos de las mujeres; uno nunca mete la mano dentro por no querer toparse con la cantidad de cosas que contiene, y aquí ocurre lo mismo. Un simple descuido ocasiona que no se borre un mensaje, o el desconocimiento del funcionamiento impide que hagamos desaparecer las llamadas realizadas y las recibidas.
Yo tenía una pareja y un solo móvil, pero empecé a chatear por internet y mi vida empezó a diversificarse en muchos aspectos. El indicativo perfecto o el barómetro de mi actividad social es o, mejor dicho, son mis móviles. Cuando no tengo ni pareja ni relación fluida con los amigos; bien sea por su no disponibilidad, por periodos de ciertas tensiones o por asuntos laborales, mis teléfonos conservan su carga de batería durante semanas sin otra función que la recepción de publicidad. Digamos que uno de los números, el más antiguo, goza de carácter oficial. O sea, que es el que tienen los bancos, mis compañeros, mi jefe, los comercios y mi novia cuando la tengo. Normalmente la novia que ha pasado a la agenda de este móvil ha sido extraida del segundo número, el cual, como es de imaginar, tiene sólo carácter oficioso. Esta permanencia en una u otra agenda convierte también a las personas en oficiales u oficiosas en mi vida ya que el primer teléfono permanece casi siempre disponible, al igual que lo estoy yo para ellas, no ocurriendo lo mismo con el segundo, cuya simple desconexión me permite desaparecer sin necesidad de farragosos abra cadabras. Bueno, esto de conectar o desconectar los móviles permite distintas posibilidades y combinaciones que conllevan una indiscutible implicación, a saber:
.Teléfono oficioso desconectado y oficial no.-Periodo de gran actividad en todos los sentidos; ligues que ocultar y novia a quien ocultárselo. Nunca estos periodos han ido más allá de cuatro o cinco meses. Dándose a veces la circunstancia de que pasado ese tiempo las chicas han cambiado de agenda, de manera que la oficiosa ha pasado a ser la oficial y viceversa.
.Teléfono oficial apagado y oficioso conectado.- Estoy de picos pardos y después diré que se me olvidó en el coche o que me quedé sin batería.
.Los dos teléfonos conectados.- No me como una puta rosca ni oficial ni oficiosa. Son periodos propensos a depresiones y reflexiones filantrópicas. Miradas lánguidas por la ventana, güisqui, sensación de fracaso, canciones de Hilario Camacho sonando sin cesar y desgana por toda actividad que no sea la meramente dedicada a la supervivencia. Son periodos cada vez más duraderos y frecuentes.
. Los dos teléfonos desconectados.- Estoy de vacaciones con mi nueva novia.
Las mujeres que conozco suelen tener un solo móvil. Cuando las llama algún tío dicen que es un amigo que sólo quería saludarlas, tú te lo crees y punto.

viernes, 27 de junio de 2008

Año y medio


Según no sé que estudios de no sé que universidad, el enamoramiento es un proceso químico y hormonal que tiene caducidad. Se estima que el tiempo medio de duración es de un año y medio, tras el cual sobreviene la rutina y el declive. A ver…analicemos los pros y los contras de tal afirmación. ¿Se supone que toda relación que sobreviva a este periodo lo hace sin amor? ¿A qué da paso esa circunstancia en una relación? Es desesperanzador, pero posiblemente esto dé explicación a muchas cosas que entendemos como simples fracasos.
Lucía Etxebarría aseguraba en “ya no sufro por amor” que estamos condicionados y programados para el sufrimiento y la dependencia emocional, que las mismas canciones que hemos escuchado y amado desde siempre se han encargado de que así sea con letras como “no puedo vivir sin ti”, “moriré si te vas”, “sin ti mi vida es gris” y otras exquisiteces por el estilo. Imagino, según estas teorías, la balada perfecta diciendo: “lo que siento por ti es una reacción química fungible” y también oigo en mi cabeza el bolero correcto expresando: “no digas ni pío que me coartas” o “si follas con otro lo comprenderé”...
Esta señorita, después de haberse enrollado con el ciento y la madre de tíos que le han hecho llegar a esa conclusión, propone vivir en una especie de desvinculación afectiva sobre la que impere la independencia; como si eso fuera así de sencillo. Ya comentó Gala en alguna ocasión que esta chica está algo rayada, pero lo cierto es que, sin llegar a esos extremos, no estaría mal tomar nota de esos principios, que al perecer ha plagiado de no sé que psicólogo con el que ahora anda de litigios.
Yo comprendo que una mujer que se separa lo primero que piensa es: “¿qué necesidad tengo yo de liarme con otro tío?”. Es más, precisamente al separarse pueden darse el atracón con todos los que quieran sin tener que sufrir los malos rollos de los celos y la rutina. Las habrá que lo hagan y vivan a gusto; yo de estas conozco pocas; más bien conviven con un incómodo vacío del que rehusan desprenderse. Pero las habrá también que se encapricharán de algún maromo, con suerte, durante este año y medio del que hablan los estudios que mencioné anteriormente.
Vale, eso es lo que hay, y yo estoy en pleno proceso de cambiar el chip para adaptarme a esa realidad. Es lo más inteligente. Me voy a enamorar para toda la vida durante un año y medio. Voy a vivir los ardores del sexo, durante ese tiempo con la pareja de turno, si la hay, como si atracara en puerto ajeno cada día. Me voy a olvidar de la fecha de caducidad para que no se me enturbie la relación, voy a hacer cada viaje como si fuera luna de miel, las cenas como si cada noche la tentación bajara a mi apartamento y cuando llegue el momento…a vivir alegremente la jodienda de la ruptura. ¿A que mola? O… ¿Es mejor tener amigas con las que echar un aséptico polvete de vez en cuando?, ¿es mejor divertirse con los amigos, vivir con libertad y recurrir a los puticlubs una vez al mes?,¿sería más adecuado, sobrepasados los cuarenta, encauzar las energías sexuales hacia una vida interior más profunda?, ¿y si me la pica un pollo?
…¿Quién habló de crisis existencial?…con lo fácil que es adaptarse. Lo que no sé es por qué cada día bebo más y me encuentro más inseguro y desmotivado. Precisamente ahora que he entendido la dinámica de la caducidad. Precisamente ahora que cambio, felizmente, de chochete cada año y medio.

lunes, 23 de junio de 2008

Mi distinguido pelo canoso

Ya me han dicho varias veces que tengo el pelo a lo George Clooney. ¿Es una manera suave de decirme viejo?, ¿un piropo que significa maduro interesante?, ¿Una tomadura de pelo?, ¿o una forma de aceptarme en un club inevitable?
El caso es que ahora no dejo de mirar a los tíos de mi edad que tienen el pelo blanco y establezco categorías según les siente de una manera u otra. Tener el pelo canoso ya de por sí supone formar parte de una clasificación. Están los calvetes, los rubios, los pelirrojos, los raros, los morenos y nosotros. De mis observaciones infiero varias conclusiones. Los hay canosos completos, medio canosos, canosos veteados y canosos por zonas. Los hay elegantes, excesivos, desaliñados, melenudos y con aspecto militar. Todos y cada uno de ellos presenta unas constantes. Yo me miro al espejo y me veo más canoso cuanto más me acerco, pero a unos cuantos metros de distancia me veo morenillo. Esto me despista y me crea ciertas confusiones a la hora de asumir mi imagen.
Los canosos completos de pelo cortito y de corte emparejado suelen ser elegantes y visten mucho con el negro. Los canosos melenudos tienen el pelo estudiadamente moldeado por detrás de las orejas y presentan un inconfundible aspecto de patriarca hippie reciclado. Suelen tener gafas y actitud de intelectual trasnochado. Los canosos por zonas suelen empezar a serlo por las sienes y todavía es un simple aviso que no los coloca por derecho en la categoría propiamente dicha y, para terminar, están los veteados. Estos tienen un feo pelo en el que se mezclan por igual cabellos blancos y negros. Suelen ser desaliñados y parecen haberse bajado de un andamio en el que han estado todo el día encalando una pared.
Hay mujeres que dicen que los canosos cuarentones resultan ser unos maduros interesantes. Bueno…yo últimamente procuro explotar mi recientemente asumida imagen, pero no termino de ubicarme en ninguna categoría. La ropa negra no me sienta bien por no ser lo suficientemente canoso, los colores vivos y la melenita tampoco me favorecen por la estructura de mi cara y lo indómito de mi pelo y me niego a la estética insulsa de los veteados.
Si algo caracteriza esta etapa de mi vida es la falta de sintonía con mi indumentaria. No me identifico con nada ni me sienta bien nada. Lo único que puedo hacer es intentar llevar un corte de pelo acertado, pero eso nunca lo he tenido claro. Bien peladito parece que mis facciones se agrandaran y llegado cierto punto me encuentro greñoso y descuidado. ¿Quién decía que eran las mujeres las que tenían problemas con su peinado y con su indecisión eligiendo la ropa? Tendrían que verme a mí.
Ayer pasó un tío en un deportivo negro, con una camisa azul y con un pelo parecido al mío. Y me gustó lo que transmitía. Seguro que ese me daría buenas ideas. Si supiera qué sitios frecuenta me dejaría caer por ahí y lo observaría. Esta tarde ha vuelto a pasar e iba acompañado de una preciosidad treintañera. Este tío ha dado con la solución. Seguro. Presenta un aspecto distinguido, sus gestos son armónicos y su imagen rezuma seguridad y éxito. ¿Será eso a lo que se refieren las mujeres que hablan de lo interesantes que son los tíos con el pelo canoso?
Podría recurrir al socorrido recurso de las marcas. Es algo muy común en tíos de mi edad. Si no sabe uno como afrontar estéticamente el declive, se supone que te aseguras el aire distinguido con prendas que ostentan el cocodrilo o el jinete jugando a polo, pero yo he visto patanes sin solución vestidos con Hilfiger de la cabeza a los pies.
A lo mejor es que tengo demasiado tiempo y me da por pensar en estas cosas…voy a ir a ver si encuentro algo de ropa que me siente bien y seguro que soluciono esta especie de crisis de identidad.


jueves, 29 de mayo de 2008

Peces muertos

¿Has pensado alguna vez cuándo empezó el miedo irracional y angustioso que a veces te asalta sin sentido? ¿Has reflexionado sobre el momento exacto en que te sobrevino ese punto de inflexión irreversible? No te hablo de ir al psicólogo para someterte a una regresión hipnótica. Te hablo, más bien, de una cita contigo mismo, sencilla y valiente. Decía Serrat que nunca es triste la verdad, que lo que no tiene es remedio. No estoy de acuerdo, en absoluto, con esa afirmación. Reconozco que es una frase catártica y redentora, pero carece de fundamento real. ¿Quién y cuándo te inoculó el miedo a la soledad, a la pérdida y a la nada? Hay veces que un simple cambió, pequeño y sin importancia, te inquieta irracionalmente hasta el punto de encenderte alarmas y provocarte un encogimiento visceral sin sentido. En mi caso no fue la pérdida de seres queridos o un éxodo hacía tierras frías y lejanas en una edad inadecuada.
Yo jugaba alegre a la orilla del Guadalquivir, casi todos los días que el tiempo lo permitía. Hacíamos incursiones a la isleta que se unía a la orilla mediante un árbol caído, nadábamos cerca de un tronco que nos servía de flotador y pasábamos largas horas en el bosque de rivera que hay cerca del molino. Cuando la autovía no separaba insalvablemente nuestra calle de aquellos parajes, cuando había que atravesar huertas y pisar nabos para llegar a las moredas, cuando la sobreprotección y la video-consola no hacían estragos como lo harían en los disléxicos y alérgicos niños que vendrían después (yo no recuerdo mascarillas ni aerosoles en mi infancia), cuando los esparadrapos, las magulladuras en las rodillas y las efímeras zapatillas de la tórtola eran nuestro aspecto inconfundible, cuando la libertad olía a mazorca y jabón lagarto.
En uno de aquellos días, tan inesperado como idéntico a los demás, bajamos siguiendo el canal por el camino entre los trigos hasta el río, pasando cerca de donde ahora está Carrefour. Aquel día seguíamos un olor extraño, aunque aún no supiéramos que ese olor era el olor de la muerte. De la muerte de miles de peces que llenaban las orillas y flotaban inertes en el agua. Mirábamos los niños, estupefactos, aquel espectáculo dantesco y desolador y no sabíamos qué estaba pasando con nuestro maravilloso y divertido parque temático (todavía no estaba acuñado este término). Nadie se bañó aquel día ni corrió desnudo entre los árboles. En realidad jamás volvimos a hacerlo. El río se tiñó de un feo color marrón que no recuerdo haber visto antes de aquel día aciago y el agua adquirió un olor a putrefacción que todavía hoy percibo al acercarme. Aquel mismo año murió el dictador y empezaron a ocurrir cosas que no comprendíamos y de las que nada se nos decía en la escuela. Aquel año la abeja Maya, Pipi Calzaslargas, Heidi, Orzowei y Sandokán se hicieron mayores y desaparecieron de nuestras vidas para dar paso a un nuevo tiempo.
La fábrica asesina de peces sigue ahí, vertiendo su fluido tóxico y un hedor insoportable en cientos de metros a su alrededor, paga multas periódicas presupuestadas en sus cuentas y sobrevive a lo largo de los años. Los peces no sobrevivieron, como no sobrevivieron nuestros juegos en el río ni nuestra certidumbre de que al siguiente día todo iba a estar como siempre.
Ese, para mí, fue un punto de inflexión irrevocable. El primero. Después, durante todos estos años, vendrían otros días de peces muertos que todo lo cambian, suceden a veces, irremediablemente, en el momento más inesperado. Al principio me cogían desprevenido, pero con el tiempo he desarrollado una intuición, bastante fiable, que los detecta cuando se aproximan y que se manifiesta con un encogimiento angustioso sin explicación. Ya no me sorprenden esos días, pero cada vez me resulta más insufrible su llegada.

jueves, 22 de mayo de 2008

Una tierna historia de amor


Desde hace un tiempo, siempre que puedo, procuro ir a repostar gasolina al mismo surtidor, uso la misma máquina y descuelgo la misma manguera. Digan lo que digan, yo tengo la certeza de que hay gasolineras que escatiman combustible. Lo sé porque cuando reposto en la que hay detrás del centro comercial, la gasolina me dura menos que cuando lo hago en la que hay cerca de mi casa. Mi trayecto diario para ir al trabajo es invariable y rutinario y eso me ofrece la posibilidad de corroborar lo que digo. En esta última me da para un viaje y medio más con la misma cantidad de dinero, lo tengo más que comprobado. Pero no es esa la razón por la que últimamente voy al mismo lugar exacto a repostar.
Todos hemos oído esa voz femenina que dice: “está usted repostando gasolina súper noventa y cinco sin plomo”. Sé que es la misma voz para todos y que es la misma grabación en la mayoría de las estaciones de servicio, pero la de esa manguera a la que me refiero, en concreto, tiene algo especial que me provoca una sensación extraña, su voz me resulta especialmente femenina y dulce, cual canto de sirena. Ya sé que es la misma chica quien grabó estos mensajes sonoros e incluso, en una ocasión, recuerdo haberla visto en televisión entrevistada y se trataba de una chica tipo Cristina Almeida, ya me entiendes.
Hay días en los que todo parece confabularse para hacerte sentir mal. La cajera del supermercado te niega la acostumbrada mirada cuando te devuelve la tarjeta y se lima impúdica las uñas mientras tú te sientes un estúpido hablándole de cualquier trivialidad; el camarero que te sirve el almuerzo lo hace atropelladamente y dando golpes deliberados con todo lo que encuentra por delante; Pepe te llama para volver a pedirte cincuenta euros prestados; la mujer de la limpieza se autodespide y te dice que te busques a otra; Puri no responde a los mensajes y parece inminente que se repita la misma descorazonadora historia de siempre; te sientes vigilado por el chino del bazar cuando entras a comprar espuma de afeitar; las amigas del Messenger no te contestan o Ramón está en plan cabrón otra vez cuando lo llamas para ir a ver al Chelsea. Pero en esos días, siempre tengo la certeza de que, al menos, la dulce voz del surtidor número cinco no me va a fallar y va a estar ahí, sugerente y tierna, cuando me acerque hasta ella para obtener un pequeño respiro y treinta euros de combustible.
Siguiendo la costumbre, aquella noche de la que voy a hablar, también fui a echar gasolina a aquel lugar y, en principio, salvo por un par de detalles, todo parecía normal. Esta vez, después de colocar la manguera en su sitio, no oí la voz diciéndome: “ha repostado gasolina súper noventa y cinco, buen viaje”.
-Vaya, ha debido estropearse el aparato, pensé. Y en ese momento me invadió una inesperada inquietud. Confieso que me puse algo nervioso.
Justo detrás, una chica se percató de mi inocultable ansiedad y se dirigió hacía mí diciéndome:
-Veo que has perdido algo y que estás inquieto. No te preocupes que no será para tanto, ya verás. Fíjate en mí, ahí tengo el coche averiado y a estas horas no hay ni taxis disponibles.
Ostras pedrinnnnnnnnnn…si no es porque la vi en la tele y no se parecía en nada a esta, juraría que era la chica que grabó la voz de los surtidores. Es la misma voz. Idéntica.
Como ya habréis imaginado, me ofrecí amablemente a llevarla hasta su casa o hasta donde ella me dijese. Sobre lo que ocurrió después se ha escrito mucho y se han hecho películas y tal, así que no voy a insistir en esa parte de la historia, sólo decir que se trataba de una preciosidad rubia, de unos treinta y dos años y ahhhhhgggggggg ….perfecta en todos los sentidos. Dulce, amable, dadivosa y, aparentemente, sin síntomas de crueldad y egocentrismo de cuarentona.
La noche acabó siendo noche de vino y rosas. En todo momento parecía anticiparse a mis deseos y mis pensamientos, conocía el deleite de un buen vino, conocía lugares que a mí me habían impresionado en su momento, hablaba del mar con un estremecimiento de ola y lo mejor de todo es que lo hacía con la misma voz de la chica del surtidor. A mí, que lo mismo me toca el jamón en la rifa del cuartelillo que se me pierde un zapato en una habitación vacía, no me extrañó nada de aquello y lo viví alegremente, sin comerme el tarro demasiado.
De madrugada, antes de que amaneciera, me pidió que la llevara de nuevo hasta su coche para coger el móvil. Esperaba llamadas importantes esa mañana y la acerqué hasta allí. Bajó del coche y justo cuando me bajé yo para acompañarla la perdí de vista, en cuestión de segundos.
-Joder con la tía esta, tan temprano se pone a jugar al escondite y yo estoy que me caigo de sueño y de cansancio. Pensé.
La llamé, la llamé y la llamé. La busqué entre los coches, detrás de los árboles y detrás de todas las esquinas del recinto, pero no la hallé. Desazonado y confundido desistí y me fui cuando aparecieron los primeros rayos del día. A partir de entonces fui todas las noches, una detrás de otra, buscándola desesperadamente. Yo la esperaba y ella no aparecía, pero su voz sonaba incansable cada vez que alguien descolgaba la manguera número cinco. Estoy seguro de que era su voz, no me cabe duda.
Una noche de aquellas pude leer, sobre el cristal de la cabina de cobro, un cartel en el que decían buscar personal, para el turno de noche, en esa gasolinera. Me acerqué para hablar con el tipo que trabajaba ahí y le pregunté. En seguida me dijo que el puesto quedaba vacante porque él se iba y añadió: -Las mejores noches de mi vida las he tenido junto a ella aquí mismo, en este despacho que ves. Juntos hemos visto amanecer una y otra vez, pero ahora es contigo con quien quiere estar. Anoche salió un momento de la máquina número cinco para decírmelo y ha vuelto a desaparecer.
Yo no supe qué pensar de todo aquello, pero tenía claro que quería volver a verla como fuera; saliera de la maquinita o viniera en bicicleta a sacar tabaco. Me daba igual. Acepté el puesto de trabajo, dejé mi cómodo horario de funcionario y durante estos dos últimos largos años la he esperado noche tras noche en esta fría y solitaria estación de servicio.
Ni la primavera, ni el otoño me la trajeron, duermo de día y he perdido todo contacto con aquellos que constituían mi vida diurna. La empresa, viendo mi inminente ida y teniendo serias dificultades para encontrar personal de turno de noche, empieza de nuevo a preparar el numerito de la chica que sale de la maquina. A mi, después de confesarme todo el entramado, me han dado un generoso incentivo para que colabore en la nueva captación y ahora sí que he vuelto a verla por fin. Ni me ha mirado, sólo ha aparecido detrás de un tipo que daba golpes en el armatoste y se ha ido con él.
-Total, no vale nada, me dije al volver a verla después de dos años. Menos mal que pedí excedencia.

domingo, 18 de mayo de 2008

Cogerle el puntillo

A las rotondas no termino de cogerles el punto, nunca sé exactamente en que momento entrar en ellas o dónde colocarme para abandonarlas mientras un Clío, tuneado, me desplaza hacia el interior sin mayor miramiento. Casi siempre es una cuestión de decidir en milésimas de segundo. No sé como no hay más golpes. A ti tampoco te cojo el punto, cariño. Nunca supe cuando ni como entrar y otro tanto de lo mismo me ocurre para salir. Esos grititos tuyos. Te juro que jamás he sabido distinguir cuando te hago daño o cuando son el síntoma inequívoco del éxtasis. Es como en las rotondas; tengo que encontrar el momento justo, lidiando con tus jaquecas, con los demás vehículos y con las llamadas inoportunas al móvil. De verdad que no te pillo el puntito, ni el g ni ninguno.
¿Recuerdas aquella época en la que te quejabas de que pasaba mucho tiempo en el ordenador y no estaba contigo? Supongo que recordarás que durante aquellos días cerraba antes el pecé para sentarme a tu lado pero, al hacerlo, en un extremo del sofá te impedía estirar los pies, en el otro te impedía ver la tele y a tu lado refunfuñabas diciendo que te estaba echando. Te lo digo de veras, nunca te he cogido el puntillo. Aún ando pensando qué es lo que realmente querías que hiciera, porque si me iba a la silla o al sillón, de nuevo, te sentías abandonada. Debe haber un punto intermedio que escapa a mi inteligencia.
Fíjate que hasta Ramón ya controla eso del puntillo perfectamente y sabe hasta donde llegar con los cubatas, pero yo no, y me pasa con casi todo. Siempre tengo la incómoda certeza de que me he pasado o me he quedado corto en todo lo que digo y hago. Me pasó en aquella ocasión en la que descubrí que el interior de tus muslos y tu culo estaban cuajados de cardenales. Mira que me lo pensé. Pero no di con la manera de hablar sobre el tema con tranquilidad. Aquel día me dijiste, furibunda, que te habías dado con la mesa del despacho. Ya ves…tantas veces y en tan distintos sitios. Muy razonable lo de la mesa. En nuestros mejores tiempos, yo mismo te había hecho marcas semejantes y no a golpes precisamente.
Seguramente había un punto, intermedio y esquivo, en aquella ocasión en la que te dije que te notaba fría y distante. ¿Tal vez fue el momento?, ¿la situación?…No comprendo por qué esto provocó aquel comentario tuyo de: “si me gusta un tío me acuesto con él". Tal vez te sentiste acosada por mi comentario y escapaste huyendo hacia delante. Yo sólo quería decirte que hacía mucho tiempo que no pronunciabas mi nombre, que no comíamos juntos y que no te dirigías a mí sin ese gesto agrio tuyo para decirme que no pise el pasillo porque lo has fregado. Yo habría preferido pasar más tiempo contigo, pero limpiar desaforadamente era tu pasión, era lo que daba sentido a tu vida y lo que la llenaba de contenidos. Ni siquiera soportabas que yo lo hiciera contigo, preferías apartarme de tus dominios nuevamente con gestos agrios. Sin embargo, el día que rayaste la encimera con el juego nuevo de cuchillos, en lugar de usar una tabla, me culpaste a mi por no haber sido yo quien troceara las cebollas. Nunca te cogí el puntillo cariño, ya te digo.
Años llevaba yo pidiéndote que revitalizaras nuestra vida sexual aderezándola con unos toques de lencería sexy y con un vestuario algo más sugerente, pero tu respuesta era siempre la misma: que tú no te ponías eso ni muerta, y te quejabas de mi frialdad y de que sólo te buscaba en la cama los sábados por la noche. Ahora que ya he abandonado nuestra vivienda conyugal, tal y como tú querías que hiciera, veo tangas y camisones transparentes tendidos en el balcón cuando voy a recoger a nuestro hijo los fines de semana. Ahora que lo más cerca que estoy de ti es cuando coincidimos en la calle o en algún local de copas, de punta a punta de la barra, te veo con minifaldas vertiginosas y con las tetas comprimidas casi escapándosete de los escotes, y el puntillo sigo sin cogértelo.