Hace veinte años que no me acuesto con una de veinte ¿y a quién le importa? No veas los pechos operados que pululan entre cuarentonas generosas que odian a Newton. Ni en mis mejores sueños, ni siquiera en mis mejores momentos juveniles, había yo disfrutado de tetas tan suculentas, duras y perfectas.
La extensión de la accesibilidad de este servicio quirúrgico a un mayor sector social, ha permitido que un mayor número de tristes mortales disfrutemos del fruto reservado a los dioses del Parnaso. ¡Olé los huevos de Pitanguí y su ciencia pionera! Oye…yo, encantado de vivir en la era de la democratización de las tetas sintéticas.
Ríete tú de las turgentes prominencias que recorrían mis nerviosos dedos en las cálidas noches de verano, allá por los años ochenta. Por entonces no sabía muy bien el privilegio que ostentaba, pero ahora sí; ahora soy consciente de que se trata de un concepto nuevo y avanzado. Algo impensable hasta no hace mucho, una evolución magnífica que ha materializado formas que no existían fuera de los bocetos pictóricos.
El argumento es siempre que la operación es para gustarse a sí mismas y tal, pero lo cierto es que la inversión suele amortizarse con escotes por entre los que discurre el canal de Suez (ya no hablamos de canalillo), y que uno no sabe dónde mirar cuando la mujer de un amigo aparece con semejante exposición pectoral, levantándole la camiseta con un par de volúmenes imposibles y separadísimos. Una alegría, ya te digo y, si te descuidas un poco, hasta te anima a que se las toques y todo.
Lo de las armas de mujer siempre me ha sonado a que te pegan un tiro con un pezón o algo así; como hacía Afrodita, la novia de Mazinguer Z, cuando aparecían nipones malvados, pero que va…no era eso, y si lo fuera, ahora, además, dispondrían de artillería pesada.
La extensión de la accesibilidad de este servicio quirúrgico a un mayor sector social, ha permitido que un mayor número de tristes mortales disfrutemos del fruto reservado a los dioses del Parnaso. ¡Olé los huevos de Pitanguí y su ciencia pionera! Oye…yo, encantado de vivir en la era de la democratización de las tetas sintéticas.
Ríete tú de las turgentes prominencias que recorrían mis nerviosos dedos en las cálidas noches de verano, allá por los años ochenta. Por entonces no sabía muy bien el privilegio que ostentaba, pero ahora sí; ahora soy consciente de que se trata de un concepto nuevo y avanzado. Algo impensable hasta no hace mucho, una evolución magnífica que ha materializado formas que no existían fuera de los bocetos pictóricos.
El argumento es siempre que la operación es para gustarse a sí mismas y tal, pero lo cierto es que la inversión suele amortizarse con escotes por entre los que discurre el canal de Suez (ya no hablamos de canalillo), y que uno no sabe dónde mirar cuando la mujer de un amigo aparece con semejante exposición pectoral, levantándole la camiseta con un par de volúmenes imposibles y separadísimos. Una alegría, ya te digo y, si te descuidas un poco, hasta te anima a que se las toques y todo.
Lo de las armas de mujer siempre me ha sonado a que te pegan un tiro con un pezón o algo así; como hacía Afrodita, la novia de Mazinguer Z, cuando aparecían nipones malvados, pero que va…no era eso, y si lo fuera, ahora, además, dispondrían de artillería pesada.