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jueves, 9 de septiembre de 2010

El riesgo de cumplir una fantasía


Mi matrimonio discurría con toda normalidad; fue así durante años. Polvete el sabadete y vaciones si se podía. Esos eran, entre otros, los placeres extras a los que uno aspiraba abiertamente. Pero también existían otros anhelos inconfesables, o al menos poco susceptibles de cumplirse, que uno guardaba en algún lugar entre las fantasías remotas y los objetivos por cumplir.
Un buen día vino a infiltrarse en el lecho conyugal el virus de la reivindicación marital y, después de pensarlo mucho, le pedí a mi, que yo supiera, recto-virginal esposa aquello con lo que había soñado durante tiempo...una larga noche de sodomía (activa por mi parte, evidentemente).
Ni que decir tiene que se negó en rotundo a semejante aberración, con lo cual y a pesar de haber albergado cierta esperanza de poderlo conseguir con lisonjas e insistencia, mi gozo cayó en un pozo. Pasaron algunas semanas y cuando ya daba por imposible la fantasía; como en su momento me resigné a que jamás lo haría con dos a la vez sin pagar, mi recto-virginal esposa, después de discutir con una vecina sobre las bondades del sexo anal, y de que esta le despertara el morbo, una buena noche, adoptó una postura lordósica y me dijo: “venga, dame por el culo y déjame en paz ya de una vez”.
Ostras...aquello sonó a música celestial. Por entonces se me empalmaba con suma facilidad y poco me costó con un poco de empuje y paciencia; hoy no podría disponer de semejante dureza para tal empresa sin ayuda de la química o de la motivación de un pivón que jadeara como loca sólo con rozarla. Fíjate que una vez conseguido el objetivo me resultó hasta guarro, pero las peores consecuencias aún estaban por llegar, de manera que jamás hubiera imaginado el riesgo que entrañaba aquella práctica.
Pocos días después ella se quejaba de unas almorranas provocadas por la penetración en el recto de un cuerpo extraño (fíjate tú, llamarle extraño después de 10 años de matrimonio y cinco de relaciones prematrimoniales). A partir de ahí su distanciamiento y su acritud fueron en aumento día a día y su carácter se tornó insoportable hasta que la relación se arruinó definitivamente y sobrevino la separación. Nadie me cree cuando lo cuento, pero aquella mujer nunca volvió a ser la misma después de aquella noche, yo sé que fue así.