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lunes, 1 de diciembre de 2008

Nunca le compres una agenda a un chino


Nunca le compres una agenda a un chino en uno de esos bazares donde las puedes encontrar a dos euros. Una agenda no es un juguetito, es algo muy serio. Eso lo supe ayer, cuando por entretenerme fui a comprar una nueva para pasar los números de la antigua, que ya estaba rota.
En principio nada raro, pero a medida que iba pasando nombres y números no veas tú que sofocón iba cogiendo. Si acaso tuvieras que hacerlo, no se te ocurra esperar a un día de lluvia de esos grises y solitarios porque el efecto se amplifica y puede ser peor.
Ni que decir tiene la variedad de sensaciones que uno experimenta cuando vuelve a escribir el nombre de personas de las que hace años no se sabe nada, la de lugares y situaciones que se evocan haciéndote reír o inquietándote o el encogimiento y la melancolía inevitable que se experimentan.
A los fallecidos les hice un tachón y los deje descansar en paz en la antigua agenda a punto de ir a la basura, sin permitirles mucho más que el escalofrío que me provocó verlos aún ahí, pero a algunas de las antiguas novias, sin pensarlo demasiado, me dispuse a llamarlas para saber qué era de ellas.
La primera, a la que llamé, fue Araceli, una empleada de una tienda de ropa de Córdoba con la que me cité en varias ocasiones y con la que viví días dulces y tórridos hasta que decidió probar con otro contacto de internet. En su momento, cuando no tenía clientela, me llamaba desde el comercio cuyo número aún conservo. Llamé, y ahora la tienda es una pollería. Me sentí perdido y solo, pero no era plan de vengar su memoria a pedradas; como hizo Sabina con los cristales de la sucursal del Banco Hispano Americano, así que continúe marcando números.
A Victoria hace al menos tres años que no la veo y cuando descolgó el móvil pronunció mi nombre con sorpresa. Detrás, una voz infantil balbuceó…papáaaaaa. No jodas. Por si acaso me excusé y aseguré que era una equivocación.
En el teléfono de la siguiente se puso un maromo que en seguida comenzó a violentarse preguntando quien era el tío que llamaba, momento en el que comprendí que a lo mejor no era buena idea rescatar algunos números de su lugar en el tiempo, pero antes de terminar quise hacer una última llamada.
Mª Ángeles era una cuarentona preciosa, tipo Mata Hari, cuando la conocí hace diez años. ¿Cómo iba yo a imaginar que me iba a encontrar a una abuela respetable, sentada en la cafetería y esperando con ilusión volver a verme?
Lo que yo te diga, nunca le compres una agenda a un chino en uno de esos bazares donde las puedes encontrar a dos euros. Vale que un bolígrafo, unas zapatillas o un regalito por compromiso, pero si quieres un buen consejo: procura que tu agenda sea de primera calidad; de esas cosidas y pegadas y con pastas de piel, de las que duran toda la vida.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Fíjate, hoy tengo Florencia y Juanma, nada menos. Gran noche en mi sofá reclinable, con la luz ajustada y la letra del portátil convenientemente ampliada para leer más a gusto.

Me ha gustado este relato capicúa. La moraleja de que a veces es mejor dejar las cosas donde están, me parece muy adecuada... a veces.

Hace poco se reunió mi clase de EGB, nada menos. Más de 20 años después. Yo no asistí por razones que no vienen al caso, que no por falta de ganas.

La organizadora del anterior evento, una chica fantástica, ha vuelto ahora a la carga, proponiendo un segundo encuentro. Me muero de curiosidad. ¿Cuántos se apuntarán esta vez? Yo de momento callo como una puta. Si la acaban organizando, esta vez iré. Espero tener más suerte que el protagonista del relato. :)

Anónimo dijo...

Seguro que con Florencia pasas mejores momentos que conmigo, reclinado en el sofá. Momentos literarios quiero decir...jajaja
Saludos Alfredo.

Anónimo dijo...

Estoy solo entre tanta gente
cansado y no hago nada,
dormido y tengo insomnio...
¿Recuerdas? Hoy nos hemos visto casualmente a la mortecina luz de un zaguán, ¿Cuánto tiempo ha pasado de esos primeros versos, de esos primeros acordes? Yo he vuelto a aquellas aulas y recuerdo aquellos años cuando eramos unos chiquillos !que distinto es ahora!.
Me dices que has encontrado frente al ordenador lo que en otro sitio quizas nunca buscaste. Me alegro.
Al final caminos diferentes que confluyen de vez en cuando en una esquina de la misma ciudad de siempre o en la puerta de un videoclub o en un triste y oscuro zaguán de la consulta de un médico una tarde fría de invierno, saludo rápido y cada cual con su historia.
Siempre te gustó escribir, he leido algunos y lo mismo que te decía de tus poemas y canciones son originales y personales. Un saludo.

Anónimo dijo...

Hombre Alfonso, que sorpresa verte por aquí. Veo que has preferido no identificarte. Bienvenido a mi blog, que es tu blog también si así lo deseas. Pero chico…¿Todavía conservas aquellos poemas ramplones de nuestra adolescencia? Me has dejado de piedra. Cuéntame…¿los tenías en alguna carpeta de cartón? Me encantaría que los colocaras en un mensaje para volverlos a leer. Si te soy sincero no recuerdo si esos versos que has trascrito son tuyos o míos.
Lo que sí recuerdo es que nos editaron algo en la revista del instituto el año en que nos dieron aquellos premios de literatura; allá por el año 82. La revista creo que se llamaba Delta y creo recordar que te dieron el primer premio de poesía y a mí el segundo de prosa.
Sospecho que ahora, como profesor de ese insti, has revuelto en los archivos y has encontrado ese material …jajajaj. Efectivamente, siempre me ha gustado escribir, tú eres testigo desde los primeros tiempos. Me encantaría leer algo tuyo reciente; seguro que algo sigues escribiendo. No es que no quisiera buscar, es que no tuve la suerte de encontrar. A ver si en lugar de vernos en el médico nos vemos en un concierto de rock vestidos de cuero, coño, que es más divertido. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Ya se sabe que si vas a comprar a un lugar como los llamado "!Los Chinos o los Moros", te puedes encontrar artículos de buena, regular o mala calidad, que a la primera de cambio nada más tocarla se deshace o te puede durar una eternidad.
Cuando miramos al pasado nos encontraremos buenos recuerdos de la gente que conocimos y de la que ya no tenemos contacto y nos acordamos y pensamos "¿qué será de fulan@ o cetan@?", y si decidimos optar por llamar y quedar para recordar viejos tiempos, tener presente que la gente cambiamos a lo largo de nuestra vida, unos mejoraran su aspecto personal y otras en cambio se ha desmejorado como la tal Mª Angeles.
Si uno no quiere llevarse sorpresas desagradables siempre es mejor dejar las cosas tal y como están y pensar en los buenos y malos momentos que se ha tenido en la vida.
Las agendas se llenan de nombres y números, pero los recuerdos no se apuntan en una agenda.
Muy bueno y reflexivo

Anónimo dijo...

Efectivamente, los recuerdos permanecen en algún archivo de la memoria. Los nombres de la agenda actúan, en estos casos, como icono de vínculo sobre el escritorio.

Me alegra que te guste.