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domingo, 26 de octubre de 2008

Viajes astrales


Esa mañana, como todas, los primeros rayos del día se filtraban en la habitación, tamizados por entre las rendijas de la persiana, la cual nunca ha cerrado herméticamente porque jamás han encajado correctamente algunas de sus láminas; por más que estire de la cinta con intención de hacer desaparecer esos incómodos rayitos oblicuos que antes o después acaban dándome en la cara y arrebatándome de los brazos de Morfeo. En días laborares no me importa demasiado, pero los domingos siempre me despiertan con la firme determinación de poner una cortina que nunca pongo.
Aquella mañana, además, fue empujándome al mundo de los despiertos una suave melodía matutina con claras cadencias orientales desde la estridente radio de mi vecino. Yo a veces he sintonizado cadenas moras pero siempre de paso en el dial. Esta vez no era así, era una sintonía estable y en estéreo que inundaba con sus decibelios la atmósfera dominguera.
Ese domingo tenía previsto ir a comer al Mc donalds e ir al cine para ver la última de Indiana Jones. Sobre el sillón mis Levis manchados de ketchup y en la nevera nada más que coca-cola. Estos yanquis imperialistas lo inundan todo con sus multinacionales, solía decir a menudo, profiriendo además todo tipo de frases hechas sobre los mismos, porque claro… hablar peyorativamente de ellos queda muy bien y además luces como inteligente, moderno, y sensible en cuanto a conciencia social se trata. Y eso que, en su momento, estudié que Norte América nos sacó las castañas del fuego impidiendo que los nazis impusieran en el mundo su régimen de terror. Tiempos de leche en polvo y bienvenido Mister Marshall que ya quedaron atrás. Ahora es otro cantar.
Bajé a la calle y me pareció carnaval, pero en realidad me estaba ocurriendo uno de esos fenómenos extraños que a veces nos ocurren a todos durante unas horas. Sí, ya sabes, uno de esos viajes a otra realidad paralela. Suele ocurrirle a los depresivos en la fase más profunda de la patología, les ocurre a quienes fuman porros sin desayunar y en general a todos los que suelen ver la vida con otros ojos.
No era la primera vez que me pasaba. Anteriormente he visitado calles rurales en la profunda España franquista y he visto la Mille Miglia a comienzos del pasado siglo, pero no estoy muy seguro de si lo que estaba viendo realmente era un paso de semana santa con mujeres de mantilla y una exhibición de automóviles antiguos respectivamente. Del Val de vez en cuando saca su colección por el pueblo. Mi episodio, esta vez, era más inquietante. Sí, todo el mundo vestía con atuendo árabe. Bueno, los árabes de verdad llevaban debajo ropa occidental, como es costumbre en ellos, pero los demás, ya te digo… como si deambularan por una calle de Marrakech. Yo tenía hambre y, consciente de que estaba en plena incursión por otra dimensión, fui en busca de un menú de esos de hamburguesa y refresco con cartucho de patatas, pero que va... donde se supone que tenía que estar el Burguer King había una cadena multinacional de cuscús, Mac´uscus se llamaba y ofertaba, por un euro más, un vaso grande de té moruno y unos chupetones en una pipa de esas grandes de las que salen varios brazos. Si así lo deseabas, también había toda una variedad de pinchos morunos disponibles con lechuga, mayonesa, mixtos, dobles, de luxe, regulares, bigpincho, woperpincho, y hapypincho.
Nada de vaqueros, nada de zapatillas Nike o Adidas… ¡ni hablar! Por fin el mundo se había librado del capitalismo americano. En este paraíso oriental la gente solía llevar todo tipo de marcas, pero la más usuales eran las de las chilabas salanmalicú y las pantuflas atalajaca, por no hablar de la moderna línea de burkas “belleza interior”.
Me senté a comerme mi menú árabe y estando en pleno chupeteo de la pipa vi en televisión a cetapé queriendo ser recibido por Bush en la cumbre del G 20 por el tema ese de la crisis. Hay que ver, con la de años que llevaba insultándolo en la otra realidad…Estos viajes astrales cada día son más alucinantes.

lunes, 20 de octubre de 2008

...no te mojes la barriga


Más o menos, por definición, un cuarentón viene a ser un ejemplar reproductor que ya ha cumplido su cometido. Alguien, por tanto, a quien su pareja, si aún la conserva, a esas alturas ya le ha retirado todo tipo de prerrogativas.
Ser cuarentón supone encontrarse con las hijas de los amigos cuando a uno se le ocurre salir un sábado por la noche a tomar una copa a un pub, y sufrir remordimientos por la desubicación y los pensamientos inevitables en esas circunstancias.
Ser cuarentón supone sexo fácil con separadas, sin edulcorantes ni compromisos, como siempre habíamos soñado, pero también supone haber conocido todo tipo de despropósitos crueles que ellas justifican diciendo que antes éramos los hombres quienes los hacíamos. -Yo no recuerdo haberme jactado jamás de haber sido desconsiderado con alguna mujer y menos en su cara.-
Como es de imaginar, en estas tesituras, ser cuarentón supone haberse tragado todo tipo de píldoras amargas y descubrir, de forma empírica, que la peor de las pesadillas es una fábula comparada con el balance provisional de los últimos cinco años, porque ser cuarentón supone también eso; todo tipo de descubrimientos.
¿Quién dijo que ya lo habíamos visto todo? Después de años de visión de dignos pechos caídos y estriados por la maternidad y el tiempo, uno descubre que el mayor milagro en equilibrio no es una novela de Lucía Etxebarría, sino el desafío a la gravedad de las inasequibles tetas de una veinteañera. Pero, sin duda, uno de los grandes logros de nuestra edad es descubrir y dominar la dulce práctica del polvo retorcido, en detrimento del frenesí del polvo conejero; típico de ejemplares masculinos jóvenes, furibundos y poco experimentados.
Un cuarentón suele ser un ejemplar masculino basectomizado, descreído y denostado. Alguien para quien el amor calienta pero no quema y para quien tener pareja no es una cuestión importante, porque ya no le apetecen más sobremesas aburridas, en el sofá, cogido de la mano y viendo la televisión; más bien anda de vuelta, disfrutando del “no sé qué” que proporciona la soledad.
Ser cuarentón no es ni bueno ni malo, es sólo eso, ser cuarentón, a pesar de que ahora la vida no tenga ningún miramiento y de que no se sea joven ni viejo. Es encajar grandes cambios que te dignifican y te desalman a la vez.
Ser cuarentón supone desmitificar, desaconsejar, quitarse la venda, tragar a sabiendas, relativizar por los que ya no están, seguir siéndolo durante algún tiempo y, sobre todo…cuidarse, muy mucho, de no mojarse la barriga.

miércoles, 15 de octubre de 2008

¿Y si me ven?


Hace un par de semanas que han instalado cámaras, estratégicamente colocadas, por todas las dependencias de mi centro laboral. Muchas de ellas las tenemos localizadas, pero otras están hábilmente camufladas, según creemos, dada la relevancia del lugar en el que se las supone. La dirección de la empresa no se ha pronunciado al respecto, no tiene por qué dar explicaciones y ni siquiera nos ha comunicado que estén ahí, pero las vemos, vaya que si las vemos o, mejor, ellas nos ven a nosotros. Dada su forma de teta bocabajo, al principio, creíamos que eran detectores de humo conectados con alarmas para adaptar el edificio a la nueva normativa de seguridad, pero pronto empezaron todo tipo de especulaciones al filtrarse información sobre la próxima reducción de plantilla que la dirección tiene planeada. Pronto, comenzamos a volvernos bastante neuróticos todos; no sólo por la espada de Damocles que pende sobre nosotros, sino por como ha afectado a los muchos hábitos arraigados que nos hacían más interesantes y distendidas las monótonas horas de labor.
Se acabaron los cigarritos a escondidas en la puerta del patio trasero y, como es de suponer, esto ha calentado la atmósfera con insufribles síndromes de abstinencia que se traducen en gestos agrios y nerviosismo contenido. A Manolo, el de presupuestos, ahora es difícil sorprenderlo, como llevamos años haciéndolo, tocándose los huevos por los pasillos. Mi compañero de confianza me comentaba el otro día que, por si acaso recogían sonido o moléculas olorosas, ha limitado sus ventosidades a los espacios más íntimos, y que esto le está costando serios trastornos intestinales por no expulsar los gases. Hasta que pase la tormenta de la regulación de empleo, todos acudimos al servicio lo estrictamente necesario. Por el tiempo transcurrido dentro de los servicios, la dirección puede incluso saber si realizamos aguas menores, mayores o acciones sospechosamente fuera de tiempo y como nadie sabe con exactitud a qué criterios se atendrán para llevarla a cabo, las visitas a los servicios se han reducido bastante en pos de la productividad. ¿Y si les da por despedir a los cagones?
Yo no fumo ni tengo vida secreta e intensa en los servicios, pero las cámaras han arruinado la única alegría que desde hace años puedo permitirme. Mi romance de pasillos con Marta. Durante estos últimos meses, nuestros achuchones en la sala de la fotocopiadora, los apretones en el culo al cruzarnos por las galerías vacías, la hora concertada para encontrarnos en archivos y sus felaciones de los viernes cuando todos se han ido, han sido el único aliciente en mi monótona vida. Ahora, la bella y cobarde Marta, ha puesto distancia entre nosotros, evita encontrarse conmigo y, cuando lo hace, desvía su mirada con frialdad. Le he propuesto quedar en algún hotel, pero su marido trabaja para la DGT y controla, desde los monitores, la trayectoria de su automóvil desde que sale de casa hasta que entra.
Están en todos sitios, en la calle, en el trabajo, en la carretera, en los supermercados y en los centros comerciales…¡en todas partes!, cual Dios omnipresente y mi animadversión irreprimible por este gran hermano ha explotado. Sí, me he puesto, como loco, a hacerle cortes de mangas a la camarita de Carrefour cuando la he descubierto colocadita en una columna. Nadie ha venido a decirme nada, pero he tenido que irme porque los seguratas se han puesto a observarme desde el final de la calle de los electrodomésticos, mientras hablaban por el walkie talkie ese que llevan.
Una vez en casa enciendo el ordenador, a sabiendas de que el más mínimo tecleo es espiado, vía internet, vete tú a saber por quién y para qué, pero sabido es el intenso espionaje que se produce en la red. ¿Y si la camarita web esta que lleva incorporada el portátil funciona sin que yo lo sepa y me están viendo por ahí? Cagonlaleche que paranoias me están entrando…