visitas desde el 23/07/2008

jueves, 21 de agosto de 2008

Lo que da de sí un tornillo


A Marcel Proust le ocurrió mojando una magdalena en el café y a mí desatornillando una lámpara que coloqué hace diez años. Ya ves, diez años. Qué melancolía más extraña siento manipulando algo que yo mismo coloqué dos lustros atrás. En este momento, un breve momento, mi mente viaja por una serie de sensaciones y pensamientos totalmente inadecuados para esa postura y esa circunstancia: encima de una escalera sujetando una estructura metálica, con una mano, y un destornillador de estrella en la otra. Pero…Qué más da. ¿qué prisa tengo yo? Aquí me pilla, aquí lo pienso.
Hace diez años no conocía a mi ex, aún no había nacido mi pequeña Clara y ni siquiera sabía si iba a ser feliz en este apartamento que compré cuando todavía la vivienda no tenía precios imposibles. Tal y como están las cosas parece indecente decir esto, pero casi lo tengo pagado ya.
En televisión Tequila canta una canción y a mí me dan ganas de besarle la calva a Alejo Stivel por haberle puesto banda sonora a mi juventud, pero ahora estoy ocupado haciendo girar el tornillo y cada vuelta, que lo devuelve de su inserción en el techo, es el giro de un grifo por el que fluyen evocaciones aleatorias y caprichosas. Lentamente, vuelta a vuelta, me veo a mí mismo en aquellos tiempos. ¿Cómo estaría yo en ese momento? Qué distinto era todo. Por entonces yo compraba cedés, hacía zapping, era fumador, peatón, conductor, currante, dominguero y hacía todas esas cosas normales que casi todos hacíamos. Hoy soy mucho más, ahora soy nudista, internáuta, chatero, forero, blogger, adicto al cibersexo, jugador on line, single, articulista en adn, piercingneado, pirata de la red y algunas rozagantes cosas más que no sé ni como se llaman. Ya ves, casi como todo el mundo. Lo que no sé es lo que seré dentro de otros diez años, cuando vuelva a cambiar la lámpara. Uf, mejor ni lo pienso... Lo que da de sí un tornillo, oye.

viernes, 15 de agosto de 2008

Yo de hombres no entiendo


Mi amigo va sin afeitar, con dos lamparones en los pantalones y, en general, con visible aspecto de dejadez. Vale, reconozco que no tiene barriga ni está calvo, pero con sus cincuenta años, aunque aparente menos, ya tiene arrugas y flacidez facial. Pues ya ves, el cabrón, liga lo que le da la gana y eso que es un jodido despistado que no se esfuerza lo más mínimo. Varias veces he oído decir a alguna amiga mía que es atractivo y guapo. Hay que joderse. Pero es que tengo otro conocido, ex yonqui, con más arrugas que un Shar-pei y con el pelo veteado de canas, que las vuelve locas. Ninguno muestra aspecto de adinerado ni van de eso, con lo cual, esa explicación queda descartada.
He visto tipos pulcros y atractivos no comerse una puta rosca. Tíos bien vestidos, bien peinados y con coches imponentes, tonteando en las barras de los pubs sin éxito alguno y también he visto a barrigones, a catetos y a pendencieros con patillas a lo Curro Jiménez merodeados por veinteañeras como gallos de corral. Desde siempre he oído decir a las mujeres que los hombres no reconocemos que otros hombres nos parecen apuestos por miedo a que nos tachen de mariquitas, y aseguran que en realidad, al igual que una mujer sabe cuando una chica es mona, a nosotros nos pasa lo mismo con nuestros compañeros de género. Pues no, mire usted, están equivocadas, siempre lo han estado. Yo no tengo ni puñetera idea de cuando un tío esta bueno o es guapo y cuanto más observo sobre ese particular más despistado me encuentro.
Vale, hay unos cánones muy precisos. Yo sé que los tíos musculosos y atléticos las incitan sexualmente, a pesar de que hay tías que aseguran que esa clase de hombres no les gustan, pero lo cierto es que luego las ves, calentonas perdidas, metiéndole mano en el paquete a los boys en las despedidas de soltera, bebidas o sobrias, es igual. Así que yo no entiendo de tíos, pero nada de nada.
Seguramente debe haber algún déficit en mi diseño genético que me impide entender de hombres, y no me preocupa. Lo que sí llegó a preocuparme, durante un tiempo, es no entender a las mujeres, es más, creo que están locas y que son contradictorias y bastante anárquicas en este tema que nos ocupa. Desde mi adolescencia las recuerdo enfrascadas en discusiones sobre si estaba más bueno Miguel Bosé, Pedro Marín o Iván. El que para una era un ejemplar deseado, para otra era amanerado e insulso. Después he seguido viendo este fenómeno a lo largo de los años aunque con algunas excepciones. Los tíos somos más previsibles; un pedazo de rubia buenorra es un valor universal para todos y en todos los sitios. Si no, pónsela delante, ligera de ropa, al más mojigato y verás como se desatan los cilicios.

lunes, 11 de agosto de 2008

Un maravilloso legado


En los años sesenta y setenta había una tribu urbana que, aunque desdibujada, ha llegado hasta nuestros días, conviviendo con el resto de tribus. Posee una idiosincrasia especial. Nunca fueron bien vistos, ni antes ni ahora, tal vez porque su característica especial siempre ha sido la de incordiar, su ubicación natural la del grano en el culo y su argumento más reconocible aquel de “ni sí ni no sino todo lo contrario”. Hablo de los “progres“. Durante la dictadura se decantaban por una clara ideología izquierdista, a pesar de no someterse a ninguna disciplina de partido y de estar en conflicto con todas. Se les reconocía por sus barbas y jerseys de corte existencialista en el caso de ellos y por el aire seudo-hippie en el caso de ellas. Estos progres de antaño, hoy en día, están reciclados y militan en todo tipo de formaciones políticas; nacionalistas, moderadas, radicales, oposicionistas y gubernamentales, pero en su momento formaban grupos medio clandestinos en los que la mitad de sus miembros eran policías infiltrados. Durante sus primeros momentos, querían cambiar el mundo y matar dictadores.
Ni templarios ni masones, los progres, más bien pasan por ser una especie de opus dei al revés. Controlan, desde la sombra o desde posiciones visibles, muchos aspectos de nuestra vida. Su aristocracia preside asociaciones y ocupan puestos directivos en departamentos administrativos. Entre otras cosas, se sabe que han implantado el canon para material audiovisual y que por tanto deciden cuanto tenemos que pagar por un cedé virgen. Diseñan planes educativos, crean nuevas consejerías, nos piden optimismo ante la crisis y marcan estilo en muchos ámbitos. De hecho, en sus comienzos, tenían su propia música, el llamado rokc progresivo, -como no-. Ensalzaron a Smash como banda de culto y después nos vendieron cantautores por un tubo desde las discográficas que controlaban o creaban.
Esta tribu no son simples pandillas de moteros que se juntan para ir a las concentraciones, no son raperos protestotes ni grupos de camorristas. El objetivo de los progres siempre ha sido el poder y su legado late con fuerza en nuestra sociedad. Ahora se les llama "alternativos" y fundan oenegés, pero se reciclarán y ostentarán poder pasado un tiempo, vive Dios que lo harán. Entre ellos, como en todo, hay variedad, hay intrusismo y también autenticidad, pero, en general, la mayoría tienen un claro afán de protagonismo y les pierde su inevitable pose esnob. El mismísimo cetapé ha bebido de su filosofía y, aunque en versión adaptada, es un ejemplo claro de que siguen en el candelero. ¿O creías que sólo la iglesia tiene tentáculos invisibles?
Sería injusto, no obstante, decir que entre sus luces y sus sombras no se incluyen aportaciones positivas que han supuesto ciertos avances en determinados periodos de los últimos cincuenta años de nuestra historia. ¿Aún no sabes quienes son?, ¿nunca habías oído hablar de ellos? Yo aprendí a identificarlos hace tiempo, pero aún me siguen despistando y me sigo preguntando cuando veo a uno de ellos: ¿de qué va este tío? Precisamente en eso radica su genialidad.

domingo, 10 de agosto de 2008

Por nuestro bien


Todo empezó hace años, con la aprobación de la ley antitabaco. Como todos recordamos, se empezó a prohibir fumar en ciertos lugares y se dispusieron sanciones para quienes infringieran esta norma. Lo curioso es que gran parte de la juventud fuma; según coinciden en su observación los adultos que no tuvieron tanta información ni prohibiciones en su momento.
Poco después llegó el carné por puntos que, aunque no supuso una mejora destacable en las cifras de siniestralidad, fue endureciéndose progresivamente. Los ciudadanos seguíamos sufriendo a los conductores enloquecidos, dentro de las poblaciones, sin que jamás apareciera un guardia en ese momento a retirarle puntos, y teníamos que ver también cómo se los quitaban a trabajadores del transporte, que los necesitan para darle de comer a sus hijos. A veces por una simple distracción en un tramo en el que había que reducir de golpe de noventa a cuarenta, sin que apenas hubiera espacio para frenar.
Llegó la crisis, y en lugar de aliviarnos de presiones, se establecían más disposiciones, como aquella en la que en la iteuve te echaban para atrás el coche porque el dibujo de las ruedas alineadas no era exactamente igual, independientemente de que estuvieran flamantes. Si pedías al fabricante una rueda con el mismo dibujo te decía que ya no la fabricaban, aunque te la hubieran vendido cuando pinchaste hacía un mes, con lo cual te tenías que fastidiar y comprar las cuatro nuevas. Y no estaban baratas, nada estaba barato por entonces ni lo está actualmente. Nadie hizo disposiciones para solucionar esas cosas y facilitarnos a los ciudadanos el transito a través de esos malos tiempos.
Empezaron las protestas por la subida del carburante, los camioneros se echaron a la calle y el gobierno reprimió la huelga con veinticinco mil efectivos policiales. El carburante no bajó.
Estando en estas, el gobierno se sintió paternalista y protector y le pilló el gustillo a eso de poner medidas y quitar puntos, de manera que siguieron en esa línea hasta el día de hoy, extendiendo la medida a los tripulantes de los barcos y a los pilotos de los aviones.
Al principio eran simples consejos en televisión, como ocurría en su momento con lo del tabaco y la conducción, pero después continuaron y continuaron. Salir a la calle con ola de calor o a partir de cuarenta grados supone, por tu bien, una retirada de puntos del carné peatonal. Porque se estableció un carné por puntos para peatones. Una vez perdidos sufres arresto domiciliario o penas de cárcel en el caso de ser reincidente, dándole igual al estado que pierdas tu trabajo o que no tengas medios para subsistir.
Actualmente existe toda una variedad de faltas sancionables tipificadas en el código de comportamiento ciudadano. La falta que menos puntos resta es miccionar en la calle y la que más, copular sin protección. Como era de esperar, lo siguiente fue el alcohol. Ahora, la embriaguez pública supone pérdida de puntos. Lo del botellón se solucionó sacando a la calle, otra vez, a los veinticinco mil efectivos policiales. La gente ni mú. Es más, siguen votando a quienes hacen estas leyes.
Continuaron con los obesos. Estos son vigilados, por su bien, con un sistema de tablas de calorías que acompañan a los precios en las cartas de los restaurantes. El obeso está obligado a llevar una tarjeta que el encargado del negocio introduce en un dispositivo junto con la lista del menú elegido. Sobrepasar la cifra permitida de calorías supone una sanción para el dueño del local.
Con los diabéticos ya te puedes imaginar y la próxima parece ser que va a estar enfocada desde el punto de vista de controlar el gasto innecesario en bazares. En esta sociedad actual y libre las cifras no arrojan unos índices destacables en cuanto a la mejora del colesterol, azúcar en la sangre, gastos innecesarios, insolaciones y consumo de alcohol, pero el gobierno, por nuestro bien, sigue diseñando medidas sancionadoras.

sábado, 2 de agosto de 2008

Deformidades.


A los que conviven, más o menos, cerca de uno no se les presta mayor atención, no se les notan los cambios hasta un buen día que, viniendo al pelo, te sueltan o les sueltas aquello de: -ya vamos para mayores con las barriguitas, las patas de gallo o la raya ancha en el peinado-. Realmente son implacables los cambios cuando empiezan a suceder, pero por aquello de que se producen paulatinamente uno los va asimilando con naturalidad. Los que no se asimilan tan fácilmente son los de quienes no vemos desde hace años y de repente te los encuentras convertidos en cuarentones de solemnidad. Casciari los llamaba cara deformes y te dan unos sustos de la hostia. Mejor sería ni encontrárselos. Cuando a un conocido/a lo identificas con dificultad y te recuerda más a los amigos/as de tu padre o madre que a aquellas personas que formaban parte de tu florido decorado juvenil…mal rollo. Últimamente llevo una racha que para mi se queda. Eso de cruzarse de golpe con antiguos amigos convertidos en skingheart y con las bellezas que endulzaron mi juventud transformadas en señoras con cuerpos desgarbados, sin cintura ni caderas y sostenidos por piernecillas varichonas, no digo yo que sea como para traumatizarse, pero…coño… tampoco es plato de gusto. Y además es que van apareciendo más y más cada día y todo de golpe, ya digo. Supongo que dentro de poco dejará de crearme estupefacción, pero de momento estoy en fase de asimilación.
De todas formas, las deformidades más difíciles de digerir, las que a uno más mella le hacen y más lo entristecen no son precisamente esas. Existen las otras, las que no se ven a simple vista cuando te cruzas con alguien. Posiblemente las captes, a poco observador que seas, después de un rato hablando o relacionándote con el individuo en cuestión. Cuanta más relación y más dedicación, mayores y más profundas se te revelarán. Esas sí que son terroríficas, sin coñas ni concesiones. Esas desvelan la necrosis, el abandono profundo y las mutilaciones en el alma. Las hipotecas, las letras, la rutina, las humillaciones, el desamor, los fracasos, las ilusiones perdidas y las aspiraciones frustradas suelen pasar factura con una metástasis galopante y no hay quimioterapia que frene el proceso. No existe crema reafirmante ni cirugía plástica para tal flacidez. No hay loción hidratante que recupere esas parcelas resecas y ajadas, no hay intervención ni cosmética para ese desgaste devastador y, por supuesto, no existe brillo para tal opacidad.
La risa de mis antiguos amigos se ha convertido en una mueca resentida y ponzoñosa, casi molesta. Los saludos efusivos de antaño ahora son un golpe en la espalda que raya la agresión. Las barras de los bares se han convertido en un lugar peligroso donde el alcohol se agría, siempre receloso, en el paladar y ya no provoca risas y elucubraciones. La envidia y el odio se instalaron, hace tiempo, como una invasión viral, infame, subcutánea e invisible que todo lo impregna. No sé que clase de veneno acabó trocando nuestro candor de antaño en esa crueldad domesticada, calva, barrigona y arrugada, pero esa sí que nos deforma de manera monstruosa.