visitas desde el 23/07/2008

sábado, 27 de septiembre de 2008

Crónica desde una silla


-¿Para que voy a pagar un sofá de golpe si puedo pagarlo cómodamente a plazos por un poco más? No sea que me haga falta el dinero para alguna emergencia y no pueda disponer de él. Pensé antes de firmar los papeles de la financiación.
Necesitaba cambiar urgentemente el antiguo cheslón hundido por el centro e imposible ya de usar sin acabar con los riñones machacados, así que les expresé mi prisa y convine con ellos que retirarían el mueble viejo y me llevarían el nuevo por cincuenta euros más. Eso fue todo. A mi no me advirtieron de nada más. Sólo que tendría que esperar una semana hasta que la financiera transfiriera el dinero, lo cual ocurrió dos semanas más tarde porque mediaron unas fiestas. Durante ese tiempo me senté en una silla y cuando quería descansar me iba a la cama. Echaba de menos la calidad de vida que, sin darme cuenta, disfrutaba tendido en mi sofá viendo la tele en el salón. Nunca somos conscientes de la importancia de algunas cosas hasta que las perdemos, y yo había perdido eso, el acto rutinario de tenderte después de comer, la posibilidad de dejarme caer lánguidamente en cualquier momento para pensar, para descansar unos minutos al llegar a casa o simplemente para hacer un paréntesis y desperezarme. No obstante, se trataba de un par de semanas solamente, y pude soportarlo.
El sofá llegó, justo cuando mis ganas eran ya incontenibles, y es de imaginar el regocijo con el que oí como lo subían por las escaleras. Pero, lamentablemente, aún no era el momento de mi solaz; las patas no venían montadas y un empleado se presentaría un día después para colocarlas y de paso traer los cojines, que venían dentro de un embalaje en una furgoneta que se había averiado de camino al almacén.
- Bueno, ya se sabe que estas cosas son así. Un día más puedo aguantar perfectamente, pensé mientras miraba la estructura desnuda y dura del mueble ya colocado en mi salón.
La tarde siguiente fue de tensa y pesada espera hasta que por fin sonó el portero y apareció el empleado con sus herramientas y la parte blanda del sofá. Deseando que acabara y se fuera, miraba como iba colocando una a una las patas sin prever que, ¡oh fatalidad!, sobrevendría la catástrofe cuando pinchó el cuero con el taladro eléctrico y atravesó la madera con un tornillo, de manera que tampoco pude usarlo aquella tarde porque cojeaba y se inclinaba sobre su propio peso. Resignado, aquella noche, me fui pronto a la cama intentando ignorar la exasperación que ya se había instalado dentro de mí de manera inevitable.
Me temí lo peor, y mis temores se confirmaron cuando al día siguiente, martes, me llamaron por teléfono para comunicarme que la pieza no llegaría hasta el viernes, que en realidad, como suele ocurrir, pasó a ser el lunes.
Menos mal que me dio por financiar porque, casualmente, en aquellos días, surgió el imprevisto para el que había querido guardar mis pocos ahorros. Y no fue uno, sino dos, el fontanero y el dentista, quienes me dejaron con apenas saldo para terminar el mes.
Los chicos del transporte retiraron uno de los dos módulos que formaban la estructura y subieron el nuevo, ya con sus patas colocadas. Lo dejaron y se fueron, y yo no podía creer que por fin pudiera retomar mi antiguo estilo de vida, ese que se desvaneció hacía un mes. Esta misma incredulidad, en mi tan intuitiva, me hizo sospechar que algo no iba bien, que esta historia no iba acabar con el esperado final feliz que tanto deseaba y, efectivamente, al empujar el modulo para encajar las dos partes, las abrazaderas no coincidían, de manera que al sentarme el sofá se abría y yo me hundía en el hueco de los cojines y el de mi propia desesperación. Tuve que hacer todo tipo de ejercicios de control mental, desde meditación trascendental hasta sofronización, pasando por los métodos de Jacobson y Bühler, para poder controlar mi ira asesina de aquellos momentos, pero lo conseguí y, con golpes secos y contenidos, pude marcar el número de la tienda para comunicarles la incidencia. Algo debió notar en mis palabras y mi tono de voz, la chica que me atendió, que esta vez sólo tardaron tres días en venir a acoplarme por fin las piezas.
No podía ser verdad, pero ahí estaba yo, feliz y cómodamente recostado, abriendo el correo que había sobre la mesa, como solía hacer habitualmente, cuando de nuevo tuve la sensación de que algo no iba bien, de que esta historia aún no había acabado y, efectivamente, mis temores se confirmaron de nuevo cuando abrí una carta de la financiera en la que me mandaban una tarjeta de crédito asociada a la financiación del mueble. Una tarjeta que me facilitaban, amablemente, por una cantidad mensual semejante a la que tenía que abonar por el sofá. Como ya dije, nadie me había avisado de este detalle y por supuesto yo no había pedido tal servicio.
En mi cartera tengo la tarjeta maestro, la mastercard, la visa electrón, la visa oro, la maxi tarjeta, la del club carrefort y otra de color negro que no sé ni de que es. La mayoría de ellas asociadas a préstamos y a seguros, no uso ninguna y, por supuesto, no quiero ninguna más; mucho menos una por la que me cobran, la use o no. Volví a coger el teléfono y marqué el número que indicaban en la carta. Primero salió la maquinita que te va guiando por una serie de opciones numéricas hasta que, finalmente, suena la voz de una chica sudamericana que te pide todo tipo de datos y la causa de tu llamada. Yo, que ya me conozco la manera canallesca de funcionar que tienen, me niego a ir repitiendo exhaustivamente el problema, una por una, a cada una de las sucesivas chicas sudamericanas con las que me van pasando, de departamento en departamento, hasta que definitivamente llego a la jefecilla, que suele ser una argentina con yeismo exacerbado y voseo, a la cual le digo también: “si me vas a pasar con otra, hazlo directamente que no te voy a repetir el problema con la tarjeta de crédito”.
Esta señorita es jefecilla por algo y, en seguida, despliega sus dotes de liderazgo parlanchín. Como buena argentina, es especialista en buscarle los cinco pies al gato hasta que te rinde por desgaste, pero a mi no, conmigo no puede. Yo conozco sus prácticas y sé que su aire de superioridad proviene del refuerzo que adquieren, en largas sesiones de psicoanálisis doméstico, bebiendo ese jodido brebaje al que llaman mate. Ahí está la clave, ese es un líquido diabólico aunque aparentemente sea inocuo. Si no…¿cómo te explicas lo del Ché, Maradona, Valdano y Calamaro por citar algunos?
En vista de mi resistencia heroica para dejarme convencer de la necesidad de esa tarjeta, la financiera me retiró el crédito al que iba vinculada indisociablemente y, consecuentemente, unos fornidos operarios, me retiraron el sofá esa misma tarde también. Hoy, en estos momentos inciertos y grises de un día de lluvia, escribo esta crónica desde una silla, mirando, impotente, el vacío insustituible que dejó el sofá en mi salón y en mi vida.


4 comentarios:

Unknown dijo...

Pobre juanma!! :( comprate otro sofá hombre pero uno normalito, y en un sitio de fiar :) Yo tengo un master en sofas, soy probadora oficial, si algun sia quieres que te recomiende alguno ya sabes :D jajaja Un besiito

Anónimo dijo...

Cuando compramos a crédito nos exponemos a que nos ocurra lo que a tí con tu nuevo sofá, que las letras pequeñas nunca las leemos y no sabemos lo que firmamos, y así los listorros de las financieras, bajo la venta a comodos plazos te están obligando a utilizar una tarjeta que no ha sido solicitada, si no que te vienen bajo la esperanza de utilización por el consumidor y pagar por ella unos intereses no deseados y ya que la tienes por que no "utilizarla" si te la facilitan tan comodamente.
Hoy en día vivimos bajo el embrujo del dinero de plástico, y eso hace que seamos cada vez más consumidores emperdernidos.
Vaya dilema de sofá, primero que no viene, y una vez instalado en su lugar correspondiente, mancillado por unos operarios sin delicadeza y ya que se puede disfrutar, desaparece de un plumazo.
Pues nada, a la busqueda y captura de un nuevo sofá, aunque esta vez procurando no cometer el error de que la financiera nos engañe con promesas de facilidad de pago, mientras tanto tendrás que seguir sentado en el sillón, incomodo a la hora de la siesta y claro sin poder tumbarte languidamente.

Anónimo dijo...

siempre pasa lo mismo con los envios!

sonata dijo...

Eres unico describiendo las situaciones... tienes una facilidad que asusta...bueno a mi me gusta..
Como siempre me encanta leerte.. y si hubiera nota.. te doy un 10
Un saludo,
M.J.