visitas desde el 23/07/2008

sábado, 2 de agosto de 2008

Deformidades.


A los que conviven, más o menos, cerca de uno no se les presta mayor atención, no se les notan los cambios hasta un buen día que, viniendo al pelo, te sueltan o les sueltas aquello de: -ya vamos para mayores con las barriguitas, las patas de gallo o la raya ancha en el peinado-. Realmente son implacables los cambios cuando empiezan a suceder, pero por aquello de que se producen paulatinamente uno los va asimilando con naturalidad. Los que no se asimilan tan fácilmente son los de quienes no vemos desde hace años y de repente te los encuentras convertidos en cuarentones de solemnidad. Casciari los llamaba cara deformes y te dan unos sustos de la hostia. Mejor sería ni encontrárselos. Cuando a un conocido/a lo identificas con dificultad y te recuerda más a los amigos/as de tu padre o madre que a aquellas personas que formaban parte de tu florido decorado juvenil…mal rollo. Últimamente llevo una racha que para mi se queda. Eso de cruzarse de golpe con antiguos amigos convertidos en skingheart y con las bellezas que endulzaron mi juventud transformadas en señoras con cuerpos desgarbados, sin cintura ni caderas y sostenidos por piernecillas varichonas, no digo yo que sea como para traumatizarse, pero…coño… tampoco es plato de gusto. Y además es que van apareciendo más y más cada día y todo de golpe, ya digo. Supongo que dentro de poco dejará de crearme estupefacción, pero de momento estoy en fase de asimilación.
De todas formas, las deformidades más difíciles de digerir, las que a uno más mella le hacen y más lo entristecen no son precisamente esas. Existen las otras, las que no se ven a simple vista cuando te cruzas con alguien. Posiblemente las captes, a poco observador que seas, después de un rato hablando o relacionándote con el individuo en cuestión. Cuanta más relación y más dedicación, mayores y más profundas se te revelarán. Esas sí que son terroríficas, sin coñas ni concesiones. Esas desvelan la necrosis, el abandono profundo y las mutilaciones en el alma. Las hipotecas, las letras, la rutina, las humillaciones, el desamor, los fracasos, las ilusiones perdidas y las aspiraciones frustradas suelen pasar factura con una metástasis galopante y no hay quimioterapia que frene el proceso. No existe crema reafirmante ni cirugía plástica para tal flacidez. No hay loción hidratante que recupere esas parcelas resecas y ajadas, no hay intervención ni cosmética para ese desgaste devastador y, por supuesto, no existe brillo para tal opacidad.
La risa de mis antiguos amigos se ha convertido en una mueca resentida y ponzoñosa, casi molesta. Los saludos efusivos de antaño ahora son un golpe en la espalda que raya la agresión. Las barras de los bares se han convertido en un lugar peligroso donde el alcohol se agría, siempre receloso, en el paladar y ya no provoca risas y elucubraciones. La envidia y el odio se instalaron, hace tiempo, como una invasión viral, infame, subcutánea e invisible que todo lo impregna. No sé que clase de veneno acabó trocando nuestro candor de antaño en esa crueldad domesticada, calva, barrigona y arrugada, pero esa sí que nos deforma de manera monstruosa.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen vocabulario tiene Ud... Casi siempre topo con alguna palabra que no conocía (no soy tan culto). Esta vez ha sido "trocar". Voy y las busco en rae.es, claro. La envidia es un esfuerzo infructuoso: siempre hay alguien a quien envidiar más aún. Mejor evitarlo. Cumplir años es una bendición, pues la única alernativa es su contrario. :)

Anónimo dijo...

Pero es que además la envidia y el odio (ajenos) condenan a la soledad más si cabe. ¿Quién quiere estar rodeado de ponzoña?

Anónimo dijo...

Juanma, me imagino que eso te ocurre cuando vas a tu pueblo por vacaciones u otros motivos, pero creo por que te veo listo, sabes muy bien cuales son los pilares de esa enfermedad y quienes se benefician de ella. (la filosofía del Alcalde de Marina leda siempre fue la mas honesta

Anónimo dijo...

y es que los otros son espejo de nosotros mismos