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jueves, 22 de mayo de 2008

Una tierna historia de amor


Desde hace un tiempo, siempre que puedo, procuro ir a repostar gasolina al mismo surtidor, uso la misma máquina y descuelgo la misma manguera. Digan lo que digan, yo tengo la certeza de que hay gasolineras que escatiman combustible. Lo sé porque cuando reposto en la que hay detrás del centro comercial, la gasolina me dura menos que cuando lo hago en la que hay cerca de mi casa. Mi trayecto diario para ir al trabajo es invariable y rutinario y eso me ofrece la posibilidad de corroborar lo que digo. En esta última me da para un viaje y medio más con la misma cantidad de dinero, lo tengo más que comprobado. Pero no es esa la razón por la que últimamente voy al mismo lugar exacto a repostar.
Todos hemos oído esa voz femenina que dice: “está usted repostando gasolina súper noventa y cinco sin plomo”. Sé que es la misma voz para todos y que es la misma grabación en la mayoría de las estaciones de servicio, pero la de esa manguera a la que me refiero, en concreto, tiene algo especial que me provoca una sensación extraña, su voz me resulta especialmente femenina y dulce, cual canto de sirena. Ya sé que es la misma chica quien grabó estos mensajes sonoros e incluso, en una ocasión, recuerdo haberla visto en televisión entrevistada y se trataba de una chica tipo Cristina Almeida, ya me entiendes.
Hay días en los que todo parece confabularse para hacerte sentir mal. La cajera del supermercado te niega la acostumbrada mirada cuando te devuelve la tarjeta y se lima impúdica las uñas mientras tú te sientes un estúpido hablándole de cualquier trivialidad; el camarero que te sirve el almuerzo lo hace atropelladamente y dando golpes deliberados con todo lo que encuentra por delante; Pepe te llama para volver a pedirte cincuenta euros prestados; la mujer de la limpieza se autodespide y te dice que te busques a otra; Puri no responde a los mensajes y parece inminente que se repita la misma descorazonadora historia de siempre; te sientes vigilado por el chino del bazar cuando entras a comprar espuma de afeitar; las amigas del Messenger no te contestan o Ramón está en plan cabrón otra vez cuando lo llamas para ir a ver al Chelsea. Pero en esos días, siempre tengo la certeza de que, al menos, la dulce voz del surtidor número cinco no me va a fallar y va a estar ahí, sugerente y tierna, cuando me acerque hasta ella para obtener un pequeño respiro y treinta euros de combustible.
Siguiendo la costumbre, aquella noche de la que voy a hablar, también fui a echar gasolina a aquel lugar y, en principio, salvo por un par de detalles, todo parecía normal. Esta vez, después de colocar la manguera en su sitio, no oí la voz diciéndome: “ha repostado gasolina súper noventa y cinco, buen viaje”.
-Vaya, ha debido estropearse el aparato, pensé. Y en ese momento me invadió una inesperada inquietud. Confieso que me puse algo nervioso.
Justo detrás, una chica se percató de mi inocultable ansiedad y se dirigió hacía mí diciéndome:
-Veo que has perdido algo y que estás inquieto. No te preocupes que no será para tanto, ya verás. Fíjate en mí, ahí tengo el coche averiado y a estas horas no hay ni taxis disponibles.
Ostras pedrinnnnnnnnnn…si no es porque la vi en la tele y no se parecía en nada a esta, juraría que era la chica que grabó la voz de los surtidores. Es la misma voz. Idéntica.
Como ya habréis imaginado, me ofrecí amablemente a llevarla hasta su casa o hasta donde ella me dijese. Sobre lo que ocurrió después se ha escrito mucho y se han hecho películas y tal, así que no voy a insistir en esa parte de la historia, sólo decir que se trataba de una preciosidad rubia, de unos treinta y dos años y ahhhhhgggggggg ….perfecta en todos los sentidos. Dulce, amable, dadivosa y, aparentemente, sin síntomas de crueldad y egocentrismo de cuarentona.
La noche acabó siendo noche de vino y rosas. En todo momento parecía anticiparse a mis deseos y mis pensamientos, conocía el deleite de un buen vino, conocía lugares que a mí me habían impresionado en su momento, hablaba del mar con un estremecimiento de ola y lo mejor de todo es que lo hacía con la misma voz de la chica del surtidor. A mí, que lo mismo me toca el jamón en la rifa del cuartelillo que se me pierde un zapato en una habitación vacía, no me extrañó nada de aquello y lo viví alegremente, sin comerme el tarro demasiado.
De madrugada, antes de que amaneciera, me pidió que la llevara de nuevo hasta su coche para coger el móvil. Esperaba llamadas importantes esa mañana y la acerqué hasta allí. Bajó del coche y justo cuando me bajé yo para acompañarla la perdí de vista, en cuestión de segundos.
-Joder con la tía esta, tan temprano se pone a jugar al escondite y yo estoy que me caigo de sueño y de cansancio. Pensé.
La llamé, la llamé y la llamé. La busqué entre los coches, detrás de los árboles y detrás de todas las esquinas del recinto, pero no la hallé. Desazonado y confundido desistí y me fui cuando aparecieron los primeros rayos del día. A partir de entonces fui todas las noches, una detrás de otra, buscándola desesperadamente. Yo la esperaba y ella no aparecía, pero su voz sonaba incansable cada vez que alguien descolgaba la manguera número cinco. Estoy seguro de que era su voz, no me cabe duda.
Una noche de aquellas pude leer, sobre el cristal de la cabina de cobro, un cartel en el que decían buscar personal, para el turno de noche, en esa gasolinera. Me acerqué para hablar con el tipo que trabajaba ahí y le pregunté. En seguida me dijo que el puesto quedaba vacante porque él se iba y añadió: -Las mejores noches de mi vida las he tenido junto a ella aquí mismo, en este despacho que ves. Juntos hemos visto amanecer una y otra vez, pero ahora es contigo con quien quiere estar. Anoche salió un momento de la máquina número cinco para decírmelo y ha vuelto a desaparecer.
Yo no supe qué pensar de todo aquello, pero tenía claro que quería volver a verla como fuera; saliera de la maquinita o viniera en bicicleta a sacar tabaco. Me daba igual. Acepté el puesto de trabajo, dejé mi cómodo horario de funcionario y durante estos dos últimos largos años la he esperado noche tras noche en esta fría y solitaria estación de servicio.
Ni la primavera, ni el otoño me la trajeron, duermo de día y he perdido todo contacto con aquellos que constituían mi vida diurna. La empresa, viendo mi inminente ida y teniendo serias dificultades para encontrar personal de turno de noche, empieza de nuevo a preparar el numerito de la chica que sale de la maquina. A mi, después de confesarme todo el entramado, me han dado un generoso incentivo para que colabore en la nueva captación y ahora sí que he vuelto a verla por fin. Ni me ha mirado, sólo ha aparecido detrás de un tipo que daba golpes en el armatoste y se ha ido con él.
-Total, no vale nada, me dije al volver a verla después de dos años. Menos mal que pedí excedencia.

14 comentarios:

lola dijo...

Ya me extrañaba, tratándose de ti que fuera una historia de amor al uso, pero es verdad que inspira mucha ternura imaginar al protagonista esperar a esa voz, incluso sabiendo que no es real. Todos merecemos tener nuestro ratito de gloria, aunque no sea verdad,¿ pero quién ha dicho que no sea bueno vivir creyendo ciertas mentiras?.
Muchas gracias por la historia, y sigue en ello que ya sabes que tienes un público que espera siempre la próxima.

sonata dijo...

Dulce, amable, dadivosa y aparentemente, sin síntomas de crueldad y egocentrismo de cuarentona.
Esto es por mi.. y las de mi quinta??
Yo no soy egocentrica, eh??? exceptuando esto,, el resto,, una maravilla de imaginacion,, eso eres.

Anónimo dijo...

Genial! Menos mal que las máquinas de tabaco la voz que tienen también es femenina, porque si no es lo que me hacía falta...

Anónimo dijo...

¡Bravo! Qué historia más buena

Anónimo dijo...

muy buena

Anónimo dijo...

Hola:

El relato muy interesante. espero que la idea que tienes de las cuarentonas solo sea de imaginaciones y no de realidades.......... protesto.

Bien por la historia.

Anónimo dijo...

Muy bien por el relato. Lo que más me ha gustado es que ha conseguido que entre en él con una facilidad pasmosa (algo no tan común en mí). Realmente es super dinámico el escrito, y la idea me pareció interesante.

Anónimo dijo...

¡Hola Juanma!
Me gustó tú relato. Me pareció interesante. Utilizaste recursos que agregaron intriga al cuento. ¡Lindo para leer!
Saludos,

Anónimo dijo...

A veces las obsesiones nos llevan por caminos mágicos e incomprensibles, eso me dijo tu relato. Ya habrá oportunidad en los siguientes de desmenuzarlos más.

Un abrazo
Arturo

Anónimo dijo...

¡¡Hola Juanma!!

¡Que buena historia!

Conocí a un tipo que se enamoró de la voz que en el teléfono le daba los mensajes.
Me gustó tu cuento.

MARO

Anónimo dijo...

Pero qué interesante historia nos regalas aunque en algunos párrafos me he perdido por los modismos del idioma, sobre todo en la parte más interesante respecto a “esa noche” porque las imágenes no me quedaron muy claras.


El final me quedó incompleto porque no entiendo lo que es excedencia, aunque ese tan sorpresivo desenlace de verdad me gustó, con esa palabra de plano me pierdo porque no entiendo su significado y respecto a la empresa, se antoja como un juego macabro de la compañía expedidora de gasolina el utilizarla como gancho.

Y por último, no nada más en tu ciudad existen los litros incompletos. Esas historias urbanas no son tan urbanas y es verdad que la gasolina te rinde más o menos dependiendo de la gasolinera en donde la surtas, comprobado también meticulosamente como tu personaje.

Saludos.

Anónimo dijo...

¿Soledad?, creo que sí, conozco esos síntomas. No me interesa si es cierta o no la historia, su lectura, me ha sabido a muy buena. La última frase, es lo único que le resto.

Julia dijo...

Hola Juanma Medina.
Si no te importa, y como te he dicho en el Foro, me gustaría ser yo quien inserte el comentario en tu Blog.
Espero que no te moleste mi atrevimiento.

En parte estoy de acuerdo con el comentario de Ria.
Empiezas a leer el relato y, poco a poco te va enganchando y, por supuesto, no importa lo real o irreal de la historia porque te envuelve hasta el último momento.
Respecto a la última frase no pienso que le sobre ya que, creo entender que no es una frase despectiva, más bien opino que es una frase con la que el protagonista intenta disfrazar la frustración de enfrentarse de nuevo a su realidad, su rutina y a la soledad.
Me ha gustado mucho, un saludo.

Julia.

Anónimo dijo...

Gracias Julia por tu generosidad y gracias a todos por las muchas satisfacciones que me estáis dando gracias a este relato que un día me salto a las manos de la manera más sencilla y curiosa.