Aún me queda algún que otro amigo que sigue casado. Son pocos y están inquietos. Hasta no hace demasiado nos miraban, a los amigos separados o solteros, con cierto distanciamiento; como quien oye hablar de un accidente de coche pensando que son cosas que les ocurren a los demás e, incluso, hablaban con sus mujeres sobre el tema. Ya sabes, conversaciones del tipo: “pobre Pepe, lo ha dejado sin un duro y encima pagando trampas“, “quien lo iba a decir, con lo buena persona que es José Luís y se ve solo en un piso de alquiler” ,“se le ve muy dejado y triste y no lo merece”, “le ha hecho la vida imposible hasta que lo ha echado” ha tenido cuernos hasta última hora”…y la mujer, que es amiga de la ex, efectivamente, confirmaba la situación y aportaba cosas desconocidas por su cónyuge, tales como las influencias que ha tenido de otras amistades que la alentaban a la separación, lo mucho que cambió cuando entró a trabajar en el hospital de cuidadora, como se desmelenó en la comida de empresa por navidad y alguna indiscreción sobre un viaje que hizo para acudir a unas jornadas laborales.
Por nuestra parte, miramos a nuestros amigos, aún casados, con cierta admiración incrédula, de la misma manera que mirábamos, a los veintitrés años, a los primeros que empezaron a aprobar oposiciones, preguntándonos ¿y eso cómo se hace? A aquellos en su momento y a estos ahora, los sublimamos dotándolos de un halo que los distingue como seres especiales que viven su existencia en un nivel más digno. Son, tal vez, nuestra última esperanza y el ejemplo más cercano de que es posible una vida mejor, aunque en el fondo estemos pensando que, en algunos casos, es sólo cuestión de tiempo.
Hasta ahora habíamos podido contar con ellos para corrernos alguna juerguecita que otra y los oíamos decir aquello de “quien pudiera estar como vosotros”, incluso nos reconfortaba oírlo y nos hacía pensar que alguna ventaja teníamos que tener, pero no veas como está cambiando el cuento. Hace tiempo que no se oye esa célebre frase y ahora hasta parece estúpido que alguien la diga. Nuestros amigos, aún casados, están conociendo, a través de los muchos casos que los rodean, los rigores del abandono y los efectos devastadores que produce en la salud y la economía. Saben que no es lo mismo estar solo a los treinta que a los cuarenta y seis y ya no bromean con las bondades de la soltería. Siempre se han quejado de los gastos que produce una familia y ahora saben que la separación es la ruina total.
En verano, nos ven quedarnos en casa mientras ellos van a la costa, tan ricamente, con la mujer y los chiquillos a disfrutar de unos días en la terraza del hotel al relente marinero y les aterra pensar en como sería si no tuvieran lo que tienen. Ahora, como ya digo, están inquietos, ven como el círculo se estrecha y se van sintiendo acorralados. Tienen un mosqueo de un par de narices y se preguntan si serán los próximos en oír aquello de “ya no siento nada por ti y es mejor que nos separemos”. No hay manera de controlar los imponderables, pero se sabe que en los pueblos pequeños hay menos separaciones y que los moteros y los ramplones tienen menos posibilidades de quedarse solos que los que tocan el clarinete en la banda municipal. No obstante, tampoco es plan de comprarse una Harley o de irse a vivir a Arjonilla.
Para nosotros, el concepto de familia y los valores que conlleva ha pasado a ser algo propio de la mafia y tal, pero para ellos, ya ves tú, aún es una realidad de la que son más o menos conscientes. Entre nuestros amigos, aún casados, los hay que todavía les dicen a su mujer, delante de nosotros, “cállate que no llevas razón“ y, ¡oh maravilla!, no les pasa nada, quedan impunes. Yo, por supuesto, contemplo la escena entre estupefacto e incrédulo y no puedo evitar pensar: verás tú el capullo este. No sabe lo que está haciendo, pero hay que reconocer que los tiene bien puestos el muy inconsciente. Otros en cambio, más observadores e inteligentes, han puesto sus barbas a remojar y están experimentando una reconversión. Desde hace un tiempo, llaman a sus mujercitas desde el trabajo preocupados por una mala cara al levantarse, dejan a los compañeros al mediodía para ir a tomarse la cervecita con ella y en lugar de echar canitas al aire, como antaño, compran frecuentemente un sucedáneo mas barato de la viagra. Hay que ver como está el patio.
Por nuestra parte, miramos a nuestros amigos, aún casados, con cierta admiración incrédula, de la misma manera que mirábamos, a los veintitrés años, a los primeros que empezaron a aprobar oposiciones, preguntándonos ¿y eso cómo se hace? A aquellos en su momento y a estos ahora, los sublimamos dotándolos de un halo que los distingue como seres especiales que viven su existencia en un nivel más digno. Son, tal vez, nuestra última esperanza y el ejemplo más cercano de que es posible una vida mejor, aunque en el fondo estemos pensando que, en algunos casos, es sólo cuestión de tiempo.
Hasta ahora habíamos podido contar con ellos para corrernos alguna juerguecita que otra y los oíamos decir aquello de “quien pudiera estar como vosotros”, incluso nos reconfortaba oírlo y nos hacía pensar que alguna ventaja teníamos que tener, pero no veas como está cambiando el cuento. Hace tiempo que no se oye esa célebre frase y ahora hasta parece estúpido que alguien la diga. Nuestros amigos, aún casados, están conociendo, a través de los muchos casos que los rodean, los rigores del abandono y los efectos devastadores que produce en la salud y la economía. Saben que no es lo mismo estar solo a los treinta que a los cuarenta y seis y ya no bromean con las bondades de la soltería. Siempre se han quejado de los gastos que produce una familia y ahora saben que la separación es la ruina total.
En verano, nos ven quedarnos en casa mientras ellos van a la costa, tan ricamente, con la mujer y los chiquillos a disfrutar de unos días en la terraza del hotel al relente marinero y les aterra pensar en como sería si no tuvieran lo que tienen. Ahora, como ya digo, están inquietos, ven como el círculo se estrecha y se van sintiendo acorralados. Tienen un mosqueo de un par de narices y se preguntan si serán los próximos en oír aquello de “ya no siento nada por ti y es mejor que nos separemos”. No hay manera de controlar los imponderables, pero se sabe que en los pueblos pequeños hay menos separaciones y que los moteros y los ramplones tienen menos posibilidades de quedarse solos que los que tocan el clarinete en la banda municipal. No obstante, tampoco es plan de comprarse una Harley o de irse a vivir a Arjonilla.
Para nosotros, el concepto de familia y los valores que conlleva ha pasado a ser algo propio de la mafia y tal, pero para ellos, ya ves tú, aún es una realidad de la que son más o menos conscientes. Entre nuestros amigos, aún casados, los hay que todavía les dicen a su mujer, delante de nosotros, “cállate que no llevas razón“ y, ¡oh maravilla!, no les pasa nada, quedan impunes. Yo, por supuesto, contemplo la escena entre estupefacto e incrédulo y no puedo evitar pensar: verás tú el capullo este. No sabe lo que está haciendo, pero hay que reconocer que los tiene bien puestos el muy inconsciente. Otros en cambio, más observadores e inteligentes, han puesto sus barbas a remojar y están experimentando una reconversión. Desde hace un tiempo, llaman a sus mujercitas desde el trabajo preocupados por una mala cara al levantarse, dejan a los compañeros al mediodía para ir a tomarse la cervecita con ella y en lugar de echar canitas al aire, como antaño, compran frecuentemente un sucedáneo mas barato de la viagra. Hay que ver como está el patio.