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martes, 29 de abril de 2008

Hay que ver como está el patio

Aún me queda algún que otro amigo que sigue casado. Son pocos y están inquietos. Hasta no hace demasiado nos miraban, a los amigos separados o solteros, con cierto distanciamiento; como quien oye hablar de un accidente de coche pensando que son cosas que les ocurren a los demás e, incluso, hablaban con sus mujeres sobre el tema. Ya sabes, conversaciones del tipo: “pobre Pepe, lo ha dejado sin un duro y encima pagando trampas“, “quien lo iba a decir, con lo buena persona que es José Luís y se ve solo en un piso de alquiler” ,“se le ve muy dejado y triste y no lo merece”, “le ha hecho la vida imposible hasta que lo ha echado” ha tenido cuernos hasta última hora”…y la mujer, que es amiga de la ex, efectivamente, confirmaba la situación y aportaba cosas desconocidas por su cónyuge, tales como las influencias que ha tenido de otras amistades que la alentaban a la separación, lo mucho que cambió cuando entró a trabajar en el hospital de cuidadora, como se desmelenó en la comida de empresa por navidad y alguna indiscreción sobre un viaje que hizo para acudir a unas jornadas laborales.
Por nuestra parte, miramos a nuestros amigos, aún casados, con cierta admiración incrédula, de la misma manera que mirábamos, a los veintitrés años, a los primeros que empezaron a aprobar oposiciones, preguntándonos ¿y eso cómo se hace? A aquellos en su momento y a estos ahora, los sublimamos dotándolos de un halo que los distingue como seres especiales que viven su existencia en un nivel más digno. Son, tal vez, nuestra última esperanza y el ejemplo más cercano de que es posible una vida mejor, aunque en el fondo estemos pensando que, en algunos casos, es sólo cuestión de tiempo.
Hasta ahora habíamos podido contar con ellos para corrernos alguna juerguecita que otra y los oíamos decir aquello de “quien pudiera estar como vosotros”, incluso nos reconfortaba oírlo y nos hacía pensar que alguna ventaja teníamos que tener, pero no veas como está cambiando el cuento. Hace tiempo que no se oye esa célebre frase y ahora hasta parece estúpido que alguien la diga. Nuestros amigos, aún casados, están conociendo, a través de los muchos casos que los rodean, los rigores del abandono y los efectos devastadores que produce en la salud y la economía. Saben que no es lo mismo estar solo a los treinta que a los cuarenta y seis y ya no bromean con las bondades de la soltería. Siempre se han quejado de los gastos que produce una familia y ahora saben que la separación es la ruina total.
En verano, nos ven quedarnos en casa mientras ellos van a la costa, tan ricamente, con la mujer y los chiquillos a disfrutar de unos días en la terraza del hotel al relente marinero y les aterra pensar en como sería si no tuvieran lo que tienen. Ahora, como ya digo, están inquietos, ven como el círculo se estrecha y se van sintiendo acorralados. Tienen un mosqueo de un par de narices y se preguntan si serán los próximos en oír aquello de “ya no siento nada por ti y es mejor que nos separemos”. No hay manera de controlar los imponderables, pero se sabe que en los pueblos pequeños hay menos separaciones y que los moteros y los ramplones tienen menos posibilidades de quedarse solos que los que tocan el clarinete en la banda municipal. No obstante, tampoco es plan de comprarse una Harley o de irse a vivir a Arjonilla.
Para nosotros, el concepto de familia y los valores que conlleva ha pasado a ser algo propio de la mafia y tal, pero para ellos, ya ves tú, aún es una realidad de la que son más o menos conscientes. Entre nuestros amigos, aún casados, los hay que todavía les dicen a su mujer, delante de nosotros, “cállate que no llevas razón“ y, ¡oh maravilla!, no les pasa nada, quedan impunes. Yo, por supuesto, contemplo la escena entre estupefacto e incrédulo y no puedo evitar pensar: verás tú el capullo este. No sabe lo que está haciendo, pero hay que reconocer que los tiene bien puestos el muy inconsciente. Otros en cambio, más observadores e inteligentes, han puesto sus barbas a remojar y están experimentando una reconversión. Desde hace un tiempo, llaman a sus mujercitas desde el trabajo preocupados por una mala cara al levantarse, dejan a los compañeros al mediodía para ir a tomarse la cervecita con ella y en lugar de echar canitas al aire, como antaño, compran frecuentemente un sucedáneo mas barato de la viagra. Hay que ver como está el patio.











domingo, 27 de abril de 2008

Papelitos, papelitos, papelitos.

Yo era de los que tiraban los recibos y las facturas a la basura inmediatamente, incluso sin mirarlos. Nunca cogía el ticket en el supermercado y, en general, jamás guardaba otros papeles que no fueran los poemas o las letras de canciones que iba componiendo y acuñando. Pero de eso hace mil años, en una vida anterior y despreocupada que ahora me parece ajena y onírica. Yo, que siempre me he negado a la tiranía del papeleo, hoy miro con estupor las carpetas donde archivo papeles y papeles y, precisamente, lo que no encuentro desde hace años son los poemas y las canciones. Ahora el canto a la vida tiene otros textos más prosaicos y no son otros que los que contienen la carpeta de recibos del banco, con hipoteca, préstamos, domiciliaciones y otros conceptos; la carpeta de pólizas de seguros con el seguro del coche, el seguro de la vivienda y el seguro de vida; la carpeta de contratos con las entidades de suministro de gas, de luz, de agua, de teléfono, de internet, y de televisión por cable; la carpeta con las declaraciones de la renta y con los recibos de contribución; la carpeta con los documentos de la entidad médica; la carpeta con las licencias, permisos y títulos, la de…ufffff, marea sólo pensarlo. Ahora mismo estoy viendo sobre la mesa unos cuantos sobres abiertos que esta mañana he recogido del buzón y ahí permanecen, junto con los acumulados de toda la semana, esperando ser debidamente clasificados y archivados, pero me da pereza, y postergo esta acción hasta el momento oportuno, que suele coincidir con la limpieza semanal o con una recogida rápida de lo que hay por medio si es inminente una visita. Eso si, tengo la norma de no cambiar de lugar los papeles, de manera que cuando los toco es para guardarlos definitivamente. Supongo que más que por pereza es por repelús. Esta clase de papeles los manipulo con cierta tensión y con claro desagrado; como quien lava los platos acumulados en el fregadero después de tres días. Lo del fregadero no es mi caso porque tengo lavavajillas con sus correspondientes facturas y recibos.
-Un día tengo que buscar la carpeta de aquellos poemas al amor y a la ciudad-, me digo mientras abro un armario y miro carpetas y carpetas de apuntes de la facultad y de las oposiciones apiladas al fondo. Pienso que tengo que plantar un árbol para compensar mi consumo de celulosa durante todos estos años. ¡Que alguien plante un árbol por mi! Una cosa es tener un arrebato ecológico y otra cosa es ir a comprar el arbolito, buscar un vivero, encontrar aparcamiento y ponerme unas botas un domingo por la mañana para encontrar un lugar donde hacerlo, que esa es otra; habrá que documentarse un poco, porque no creo que prospere cualquier árbol en cualquier suelo ni que te dejen hacerlo en cualquier lugar, y la verdad, que para hacer una labor inútil, mejor estarse quieto y mandar el dinero a una asociación para la reforestación de zonas calcinadas, a pesar de que lo reconfortante sea el acto de hacerlo uno mismo.
Mi cartera es una papelera llena de papelitos que se me caen por doquier cada vez que la abro para coger la tarjeta y enseñarle el deneí a la cajera del supermercado que, una vez cotejado con aquella, me obsequia, a cambio de mi firma, con otro papelito que, a su vez, pasa a engrosar el caos de papelitos arrugados que la habitan y me dificultan el poder encontrar un arrugado papel moneda de cinco euros para alquilar una película en el videoclub. No es una estúpida manía sin sentido, que va, en absoluto. Todo tiene un por qué y esto también. Si paso con el coche por la ventanita del mc donalds, siempre me dan un ticket antes de servirme las hamburguesas y me dicen que me espere más adelante a que una chica me las saque, En ese momento pienso: ¿y si me falta el cartucho de patatas de luxe como las reclamo?, con lo cual introduzco, en un acto reflejo, el papelito en la cartera junto con el resguardo de la gasolinera y el de la zona azul, el vale descuento del supermercado, el comprobante del cajero, el de haberle puesto saldo al móvil y los tickets de la caja registradora y del restaurante.
Antes me ocurría que, cada vez que consultaba los movimientos de cuentas por internet o en la carta mensual del banco, pasaba una tarde angustiosa con la certidumbre de que el mundo conspiraba contra mi, consumiendo mi saldo lenta, sutil e inexorablemente. Nunca sabía a qué correspondía tanto gasto anónimo y notaba que mi propia vida escapaba a mi control. No tuve más remedio que guardar todos los comprobantes como única posibilidad de ser un poco dueño mi rumbo o, al menos, conocedor del mismo. Ahora sé en todo momento a qué obedece cada uno de los movimientos que se reflejan en mi cuenta y cuando aparece uno, del que no tengo recibo o comprobante, comienzo una guerra hasta aclarar su origen. Tengo todo tipo de estrategias para ello; desde poner en cuarentena la cifra, hasta que recibo comunicación por correo, a llamar al banco directamente, pasando por todo tipo de consultas retroactivas y comprobaciones. Sólo después de ser cotejados debidamente, tiro los comprobantes a la papelera y miro con alivio mi cartera, gozando de ella durante el poco tiempo que va a permanecer diáfana.
En una ocasión infame, hace ya tiempo, tuve la necesidad imperiosa de entrar en un servicio público; y digo imperiosa con toda seguridad porque de no haber sido así habría evitado entrar en este lugar para estos menesteres. Como quiera que el servicio no disponía de papel higiénico, no tuve más remedio que usar uno de los ticket del carrefour para realizar la toilete. Hasta aquel momento, los resguardos no eran todavía tan importantes en mi vida y aún me permitía, sin ningún tipo de desasosiego, hacer este tipo de cosas. No era la primera vez, ya lo había hecho en otras ocasiones con secreciones nasales, con las flemas inoportunas de algún estornudo o para limpiar la varilla después de comprobar el nivel de aceite del coche. Inconsciente de mí; en aquella ocasión, el ticket que usé, para tan escatológico fin, resultó ser el del reproductor de deuvedé que había comprado un rato antes, el cual resultó estar defectuoso. Fue imposible descambiarlo sin el ticket de compra por más que en la caja central supieran que el aparato era del centro comercial y que el vendedor al que le pregunté asegurara haberme atendido hacía un par de horas. Aquel episodio exacerbó mi paranoia con los todopoderosos papelitos y, desde entonces, cada vez que compro un despertador, un calefactor, unas pilas recargables o cualquier aparatito no fungible y susceptible de estropearse, los grapo junto con el manual y la garantía y los voy depositando en una caja de cartón.
Rebelarse es algo innato al ser humano y yo, a veces, me rebelo y tiro un ticket, pero siempre que no haya pagado con tarjeta y no se trate de otra cosa que un kilo de tomates. En esas ocasiones miro con recelo el papelito y me permito el lujo de arrojarlo lejos de mi en un acto más simbólico que revolucionario, evidentemente. En un mundo donde todo se refrenda y se valida con papelitos aún existen lugares donde es posible la liberación. Comprar en un bazar de chinos o poder escribir y publicar sin necesidad de papel, como ocurre con este blog, así lo demuestran. Lo del bazar chino tiene su explicación. Los chinos, tal como pude comprobar esta semana santa en mi viaje a Pekín, son muy listos y no necesitan ticket para saber que hace tres días les compraste un muñequito bailarín que canta en mandarín. Otra cosa es que te lo descambien si se te rompe al día siguiente.

domingo, 13 de abril de 2008

Lo que hace el aburrimiento

Mis largos días con sus interminables noches, a veces, pueden llegar a resultar de lo más extraño; como ustedes podrán comprobar en este relato que no por increíble resulta ser incierto. Cómo mucho algo alegórico, pero sin duda riguroso en cuanto a la exposición de los hechos y la presentación de los datos.
Dada mi condición de separado solitario y cuarentón, mis derroteros no dan para mucho más que vivir la pasión desenfrenada de los días de fútbol y algún que otro escarceo con las chicas de mi edad. Salvo por estas pequeñas debilidades, propias de fin de semana, y siempre que haya liga o salte la liebre en algún lecho ajeno, las horas suelen pasar tediosas y lentas. Lo que hace el aburrimiento, hay que ver.
A mí me da por ir al pub de la esquina y ponerme a hojear el periódico, que a esas horas ya está manido y lleno de lamparones y, una vez que lo tengo visto, me da por ponerme a observar, con discreción, a la gente que entra. He visto de todo, a mi lado, en la barra; desde una rusa hablando por el móvil con acento de espía en una película de James Bond hasta el fantasma de un desaparecido. Al final, la rubia resultó ser una trabajadora sexual que se cita en el local y el desaparecido, su hermano pequeño que, años después, es idéntico al finado. Pero entre unas cosas y otras, uno se monta su película y las tardes discurren de lo más distraídas. De todos los visitantes del pub, ayer apareció el que a mí, con diferencia, me parece el más desconcertante. Qué tío más raro. Pocas veces suelo interaccionar con los parroquianos, pero esta vez fue él quien se sentó a mi lado y permaneció, durante un rato, mirándome y callado hasta el punto de incomodarme.
- ¿Oye nos conocemos?, le pregunté ante su insistente actitud.
El tipo, de pelo rubio, casi albino, me contestó que sí, que desde hacía tiempo habíamos compartido muchos malos y buenos momentos, y continuó mirándome y hablándome con su comedida sonrisa de Gioconda. Que tío más lechoso, este es noruego por lo menos, pensé. Es más, le falta el canto un duro para ser tía. A este le pones unas botas de tacón, una cazadora roja, le pintas los labios y pasa por protagonista de película porno. Ví clara la broma, no es que quisiera seguirle el juego, pero me sentí intrigado por el personaje. Así tan amaneradito, tan indefinido, y con ese perfume intenso a jazmín...este tío va ser gay, ya verás. Lo dice la ley de San Andrés; el que lo parece es que lo es. No falla.
Reconozco que era guapísimo y que incluso parecía emitir un fulgor tenue que lo rodeaba como un halo, de manera que, sin cortarme un pelo, le pregunté:
-¿Y tú que bebes, tío? Te encuentro brillante; no sé si es el neón que tienes encima, pero nunca había visto algo similar.
-Es que los ángeles brillamos, y yo soy tu ángel de la guarda. Vengo a comunicarte mi dimisión, respondió.
Me quedé examinando su aspecto similar al del cantante de Nirvana vestido con traje a lo Travolta mientras, con tono grave, pero sin perder ese único gesto suyo, semejante a una sonrisa mosqueante, seguía diciéndome:
-Vale que tengas el azúcar a doscientos y sigas bebiendo cubatas, vale que hayas vuelto a fumar después de dos años, vale que hayas dejado de hacer ejercicio, vale que te hayas atrevido a enfrentarte a tu jefe o que a estas alturas quieras hacer oposiciones a la administración de justicia, pero esa afición tuya por las separadas cuarentonas está acabando con tu salud mental y, contra eso, no hay dios que pueda echarte una mano. A tu edad: abstinencia o puticlub, como está mandado, pero últimamente te estás luciendo. No se te ocurre otra cosa que salir con la ex de tu amigo los fines de semana que él tiene a los niños e irte con él, al Daniel´s, los sábados alternativos que los tiene ella. Tu muerte moral y la de tu equilibrio mental es inminente, así que yo, desde este momento, abandono, me largo, no te aguanto, porque es que además me caes como el culo…Y sin dejar de lucir su sonrisa angelical; ese gesto perfecto y único que mostraba su semblante aunque sus palabras me estuvieran condenando a la desprotección divina, se levantó y se fue, dejando tras de sí un rastro de pequeñas plumitas blancas flotando. ¿Ves las plumitas? Ya lo decía yo que San Andrés no falla.
Joder, lo que hace el aburrimiento oye, iba pensando al salir del pub, para dirigirme a mi casa, cuando en ese momento, al torcer la esquina, dos tipos me pusieron contra la pared e inmovilizándome con una torsión dolorosa del brazo me quitaron el reloj y diez euros que me quedaban en el bolsillo. Como me resistí y protesté, encima, me llevé dos hostias. Para colmo, esta mañana me ha llamado mi editor rechazando mi última novela y con una amiga he pegado gatillazo. Hace un rato me he tenido que volver del pub porque Manolo dice que no me pone más cervezas, asegurando que ayer me dio por hablar solo durante un buen rato en la barra y que al salir me caí en la esquina.
¿Serán estas las primeras consecuencias de no tener ángel?

jueves, 10 de abril de 2008

Melendi y compañía

Frank Zappa defecaba en el escenario mientras su música estridente hacía vibrar al público, Jim Morrison mostraba sus genitales en una de sus últimas actuaciones con su danza etílica mientras sonaban los acordes surrealistas de “light my fire”. En su versión española Alberto Comesaña enseñaba el paquete interpretando “prográmame para el amor”. Ozzy arrancaba la cabeza a un murciélago con los dientes ante cientos de espectadores y los geniales Red Hot Chilli Peppers tocaban sin nada más que un calcetín cubriendo sus partes pudendas. Estos y algunos más no dejaron un solo exceso sin convertir en rutina. Uno ha crecido asociando estas excentricidades a una música contundente que, en su momento, resultó reveladora, de manera que, entre mito y realidad, mi generación ha ido consolidando su estética y sus códigos. Bob Marley y sus rastas, para nosotros, son sinónimo de Reagge, de marihuana y de reivindicaciones sociales en los años sesenta y Lou Reed, su romance con el alcohol y sus textos sobre la locura, el deseo y la traición, son el paradigma de las verdades profundas musitadas. Todo esto ha ido dando lugar a una manera de entender que hemos ido asimilando e interiorizando hasta el punto de abrir nuestras mentes y nuestra percepción, pero yo, personalmente, sufro un bloqueo desde hace algún tiempo. A mí, que nunca me escandalizaron estas provocaciones y que ni siquiera me resultó repelente la estética punk, ahora se me hace imposible digerir algunas cosas. Es que no las veo coherentes. Vamos a ver: aparece el tal Melendi, con unos pantalones de rapero, con un pelo mezcla entre indio Arapahoe y rastas jamaicanas y a uno le parece un tío de lo más radical que va a arrancarse con temas experimentales cargados de guitarras distorsionadas y textos subversivos, pero que va; el maromo se pone a cantar por rumba de la más pachanguera. Yo es que no me entero, me he quedado algo pillado; por muy abierto que intente ser, esto no me parece nada decente. Ni siquiera se trata de rumba callejera como la de los Chichos, cantándole a los macarras de barrio, con su contenido social y tal. No, ni mucho menos; se trata de no sé qué de pantomimas y de fútbol. Cagonlaleche chaval ¿me estás tomando el pelo o qué? Mucho ruido y pocas leches es lo que es.
Un notas, si señor, pero resulta que su hazaña más destacable no es otra que emborracharse en un avión y alardear de tener dinero. Y encima lo sacan en la tele como noticia. Aquí pasa algo raro. Vamos hombre no me jodas; uno se emborracha en un bar, donde te pueda dar una hostia, bien dada, el camarero o el segurata, o donde puedas tirarle un vaso de güisqui a una tía pesada como hizo Sabina o, mejor, en un escenario, donde se demuestra la hombría, como Ramoncín, impertérrito ante huevos y pedradas, pero no en medio del acojonado pasaje de primera clase con tripulación medio pijotera incluida. ¡Si señor, Melendi, esas son movidas y no las de Sid Vicious!
Y no es el único caso, es más, una especie de corriente absurdo-comercial invade el panorama musical. Tíos llenos de pearcings en las cejas y la lengua te cantan baladas de lo más baboso-recalcitrante, luciendo, sin complejos, una cresta repeinadita con gomina. Ya te digo, que no me cuadra. Ni eso son crestas ni nada, y para pearcings: aquellos imperdibles ochentenos clavados por todo el cuerpo sin tanto brillo glamuroso.
¡Si los Sex Pistoll levantaran la cabeza!..te ibas a enterar Melendi.

viernes, 4 de abril de 2008

Pero mira como beben

No es lo mismo, que dice una canción, beber de una manera que de otra, ni beber una cosa que otra, ni el lugar, ni las formas, ni el propósito, ni la compañía ni algunas otras variables que convierten esta práctica en todo un hecho social y personal, una actitud ante la vida; que decía Piaget . Desde la elegante y enorme copa de cristal en la que los más sibaritas ni beben ni nada, pero tontean con un culillo de tinto con pedigrí, hasta el cubata guarrindongo que usa, como combustible en largas noches de juerga, la plebe, joven y no tan joven, hay toda una enorme gama de posibilidades. Bueno, esto de los cubatas, aunque, básicamente, sigue siendo lo mismo, ha cambiado en cuanto a la variedad de licores. Basta con ponerse en la barra de una discoteca a partir de las una de la noche y uno cae en la cuenta de que ha estado viajando por el espacio o que sus relaciones sociales son pobres como para preocuparse. ¿Un qué?, coño…¿qué pide esta gente?, ¿eso que es?, ¿ginebra, ron, güisqui? ¿es que han hecho un cursillo de marcas raras o lo aprenden viéndose unos a otros? Nada que ver con aquellos “destornilladores”, “persianas”, “logumbas”, “san franciscos” y “vacas verdes” de antaño. Vaya nombrecitos que se aprenden ahora. No digo yo que vuelvan los bloody mary o los daiquiris, pero ¿qué habrá sido del Cointreau o del Licor 43?, ¿Sólo sobreviven en botellas con el tapón azucarado, e imposible de abrir, en el mueblebar de las abuelas?

Otro tema es la actitud, una cosa es la forma de beber de un chaval ludópata y aficionado que está más pendiente de la máquina tragaperras que de la consumición, y otra cosa es la escenografía de un animal de barra. El primero la coloca, descuidadamente, sobre la superficie inclinada del cristal resbaladizo y vapulea sin cesar el armatoste, a pesar de lo cual, el cubata, sobrevive milagrosamente durante horas. Pero el segundo es otro cantar, este conoce perfectamente la posición que exigen los cánones de la alta escuela, esto es: codo apoyado en la barra, sobre la que deja caer el cuerpo ligeramente en posición lateral, con una leve inclinación; suficiente como para no dar la sensación de estar muy retrepado, pero que a la vez permita cruzar un pie sobre el otro, de manera que descanse en el suelo sobre la puntera. Imprescindible no mostrar prisa ni tener asido el vaso continuamente; este debe reposar en todo momento sobre la barra, cerca del paquete de Wisnton y de la esclava de oro que se lleva sobre la muñeca de la mano que permanece flexionada hacia abajo, merced al peso de la otra, que la agarra suave pero firmemente. El acto en sí de coger el vaso es tal vez lo más significativo en todo este asunto. Basta con reparar en este simple detalle y sabremos ante que clase de bebedor nos encontramos e, incluso, estaremos en la pista de cual es su filosofía. El chaval aficionado y discotequero normalmente coge el vaso como si de meneársela se tratara, esto es, con toda la mano y todos sus dedos, apretando toscamente hasta el punto de derretir el hielo en breves minutos. En cambio, el animal de barra usa dos o tres dedos a lo sumo, y deja al menos el meñique levantado, como Dios manda. El animal de barra casi acaricia el vaso, no lo agarra, más bien lo sostiene distraídamente y con suavidad, de manera que este pueda balancearse para que los cubitos tintineen repetidamente antes de verter un trago escueto sobre los labios. No es condición indispensable, pero si conveniente el uso de chaqueta. Como es de imaginar, entre aquel y este, hay toda una variedad que escapa a una clasificación exhaustiva, pero que merece ser mencionada en algunos de sus casos. ¿Qué pensar del típico lingotazo con inmediata huida?; ese que se da la señora que llega a un bar nerviosa y revolviendo continuamente en el bolso hasta dar con el móvil para ver si tiene algún mensaje. Esta forma tiene su antípoda, que no es otra que la del señor que siempre ves sentado en la misma mesa de la terraza de una cafetería leyendo el periódico con una copa de coñac. Está cuando vas, cuando vienes y cuando vuelves a pasar y no se le gasta ni el periódico ni el coñac, Esto en cuanto a la ingesta solitaria porque en lo referente a beber en reuniones existe toda una variedad también con formas y bebidas propias. No es lo mismo una reunión de chicas universitarias y alternativas con fulas palestinos que una reunión de compañeros al salir de la oficina al medio día. Las primeras no beberán otra cosa que calimochos y pillarán el puntillo hablando largo y tendido de teatro conceptual, mientras que los otros tendrán los dedos ocupados con las gambas y durante media hora se tomarán un par de cañas hablando de fútbol o de la nueva. Como puede observarse, dos maneras bien distintas de entender el mismo acto.

Hay quien bebe con ansiedad buscando soluciones en el fondo del vaso, hay quien simplemente bebe para acompañar la tapita, hay quien bebe de barril, hay quien lo hace de reserva, hay quien bebe gritando mientras ve un partido, hay quien lo hace brindando y también compulsivamente y por vicio. De los botellones ni hablar porque no se trata de analizar fenómenos de masa, pero si puedo hablar de la relación entre el carácter y los hábitos bebedores de las mujeres que he conocido. Alguien me dijo una vez que no me fiara de las que no beben porque siempre están tensas y carecen de espíritu de camaradería. No sé hasta que punto es verdad, pero la experiencia me ha hecho recelar de las que beben mojitos o sólo coca-cola.

martes, 1 de abril de 2008

La realidad paralela

Mi vida discurre tranquila, no soy dado a grandes excesos ni tampoco me suceden imprevistos desde hace tiempo. Podría decir que tengo casi todo bajo control: dejé el tabaco hace tres años, la cantidad de alcohol que consumo es razonable y siempre justificable, el trabajo, el camino diario hacía el mismo, las labores culinarias y demás quehaceres domésticos, mi exigua vida sexual, los fracasos con las mujeres, las decepciones con las pocas amistades que entran y salen de circulación, mi barriguita algo más que incipiente, el clareo sospechoso en alguna zona del cráneo, las dermatitis ocasionales, los bajones de ánimo, la falta de un abrazo cuando esto sucede, el sentimiento de culpabilidad por no hacer más ejercicio, mi complejo por no saber inglés, la ropa amontonada en la canasta, los sustos con la salud, la cama sin hacer, el no saber qué hacer ni a dónde ir cuando estoy de vacaciones, la improvisación, mi claudicación e, incluso, la hora de despertarme sin necesidad de despertador.
Soy consciente de mis limitaciones; las de siempre y las que van surgiendo y tengo que digerir como buenamente puedo. Hasta no hace mucho tenía muchas cosas claras y, sin saberlo, contaba con algunas prerrogativas de las que no era consciente hasta que noté su ausencia. Ya no me es suficiente una cita con una chica para llegar a mayores, ahora son necesarias tres, como mínimo, hasta que accede, y sin grandes maravillas, es más, incluso tragándome mi ración de desaires, lo cual me recuerda que he perdido facultades. A veces, incluso, con la extraña sensación de que me están haciendo un favor. Pero eso es lo que hay y para nada vale recurrir a aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor. Yo jamás había oído frases como: se me perdió tu teléfono, te quiero como amigo, he estado muy liada…y ahora he descubierto que existe todo un repertorio extensísimo del que ni tenía noticia.
Anoche bajé al pub a tomarme mi cervecita Mezquita, que me gusta a mí y además es de la tierra. Jugaba el Madrid y el local estaba hasta la bola . Normalmente me tomo mi consumición tranquilamente, pero esta vez me sorprendieron las voces de un tipo al que siempre he visto solo y callado, un tipo serio de los que van de perdonavidas y parece que le cuesta soltar una sola palabra. Había que verlo riendo como un loco y hablando en voz alta a alguien que no existía, salvo en su mundo, porque se encontraba solo en medio de toda aquella gente. Seguía con el cuerpo la trayectoria de una jugada hasta el punto de casi caerse de la banqueta. Totalmente imbuido en su mundo, el tipo reía, se levantaba, se sentaba, se enfadaba, se ponía irónico y gesticulaba sin ningún reparo. Fue terminar el partido y volvió a su ostracismo; pagó, descolgó su chaqueta y se largó sin despedirse de nadie. Supongo que, un poco, todos tenemos un mundo irracionalmente desconectado de nuestras otras realidades; un mundo o una realidad paralela que nos convierte en contradictorios con nosotros mismos. Es un lugar al que nunca accedemos para juzgar o ser coherentes; es nuestro espacio privado y en él nos permitimos todo tipo de licencias impensables fuera, el lugar en el que el policía varonil se viste con tutú, la funcionaria monjil se embute en cuero negro y tú, posiblemente, no puedes evitar apagar los interruptores con el codo o sentirte fascinado por Georgi Dan. A mi amigo Ramón le dio por pintar grafitis, una noche, después de beber un par de chupitos de absenta. Me contaba que los mejores cuadros del siglo pasado y las mejores composiciones poéticas se escribieron bajo los efectos de ese líquido verde y diabólico y me decía:
-Piensa en Toulouse Lautrec, Baudelarie, Gauguin o Van Gogh, la mayoría de las veces, acompañando la ingesta de un ayuno prolongado que les provocaba todo tipo de peripecias mentales con visiones llenas de texturas rugosas y colores intensos… Aquel fue un fin de semana algo pesado. Sobre todo después de soportar a Ramón sobre mis hombros para que pudiera ultimar algún detalle en lo más alto de su obra. Y hablando de mundos paralelos, no dejo de pensar en lo que ocurrió ese mismo fin de semana. Una llamada inesperada y una amiga que se mete en la cama conmigo de la forma más entregada y apasionada. Quién lo diría después de tanta frialdad y gesto estirado antes y después del suceso. Tonto de mí que no hacía otra cosa que preguntarle por el mecanismo mental que la llevó desde el más aséptico de los tratos hasta las convulsiones ruidosas y los abrazos. Por supuesto no me lo iba a decir, sería mucho explicar, imagino. Pero ahora que lo he pensado, he caído en la cuenta de que le pasaba algo parecido a lo del tipo reservado que veía el futbol vociferando. Ella terminó su partido y después no quiso ni que le cogiera la mano. Cosa que me dejó algo descolocado, pero bueno…cada cual entra y sale de su realidad inconfesable cuando y como le da la gana y ahí yo sólo era un invitado.
Hoy me he quedado atrapado, al salir de la cochera, entre dos camiones. El tipo se pone a descargar tranquilamente unas cajas y el de atrás pitando. -Voy a llegar tarde, eso es una realidad ya inevitable, pensé. En mi mundo paralelo me habría bajado y le habría dicho una frase contundente y persuasiva tras la cual, el camionero corpulento, no habría tenido más remedio que dejar de descargar las cajas y dejarme pasar, pero se trata de un inmisericorde lunes y eran las ocho y media de la mañana y, además, me saca dos cabezas. Iba pensando en que tenía que imprimir un documento que llevaba archivado en el lápiz óptico para entregarlo a primera hora. El ordenador se bloquea, el director me apremia para entregarlo y me exige copias. La fotocopiadora se queda sin papel, luego sin tinta, y mi ex me llama para pedirme no sé qué del importe de unas facturas. Le cuelgo y le digo a la secretaria que si vuelve a llamar mi ex que le diga que me he ausentado. La chica, que tiene ganas de polémica, me dice que no es “mía” que ya es una mujer independiente y que tengo un lenguaje machista. En ese momento mi mente se detiene durante unos intensos y silenciosos segundos. Una mirada fulminante se posa sobre sus ridículas gafas de montura blanca y ella pregunta: ¿qué?, ¿pasa algo? …En mi realidad paralela e inconfesable le habría dado un bonito golpe al ordenador, me habría fotocopiado los genitales y le habría entregado las copias al director con dos horas de retraso y a la secretaria le habría respondido..sí pasa bonita, que además de ser desagradable tienes halitosis, un gusto pésimo y una cara de mal follada que no puedes con ella. Pero no, no era la hora ni el momento y simplemente respondí:
-Perdona que discrepe contigo, pero creo que el hecho de que use un pronombre posesivo para referirme a la persona de la que me he separado no me convierte en posesivo ni machista. El posesivo es el pronombre, no yo.