La vida está llena de misterios que nos rodean, y no me refiero a las pirámides o la santísima trinidad, me refiero a misterios cotidianos que, por cotidianos, nos pasan desapercibidos. El microondas, el mando a distancia, las gafas de visión nocturna, el móvil, los índices de audiencia televisivos…Eso sí que es un misterio.
A ver cómo demonios saben ellos cuanta gente ve un programa. ¿Es que las televisiones emiten una señal que retorna información a las cadenas? Algo leí sobre el share, pero de todos modos ¿cómo saben cuanta gente está viendo el programa?, ¿es acaso la televisión un aparato diabólico de funcionamiento recíproco?…Es decir, que si tiene algún artefacto secreto incorporado por el cual pueden ver, desde algún sitio, a una familia viendo un programa.
No se queda ahí la cosa, estamos rodeados de misterios de todo tipo; tecnológicos, casuales, religiosos, interpersonales, fisiológicos e incluso mentales. Estos últimos son los más desconcertantes. Hace poco sufrí, durante horas, uno de ellos.
De repente, una tarde, fui victima de una amnesia numérica. Sí, se me olvidaron las cifras más importantes de mi vida. Las verdaderamente importantes digo; no la fecha del aniversario de mi boda, el santo de mi suegra o el día de navidad. Veras…me di cuenta en el video club. Había bajado a alquilar una peli porque estaba aburrido en casa y cuando la chica me preguntó por el número de socio…joder tío, que no me acordaba a pesar de que llevo repitiéndoselo años. Buscando una solución, me preguntó el número del dni, pero que va, tampoco me acordaba, y eso que hace décadas que lo memoricé; en aquellos lejanos tiempos en que rellenaba una solicitud un día sí y otro también.
En vista de la imposibilidad de alquilar una peli decidí cambiar de planes e ir a tomar un cubatilla, para lo cual tenía que sacar dinero en el cajero de enfrente. Como ya habrás imaginado, tampoco me acordaba del número de la tarjeta. Uffff, mi desesperación iba creciendo por momentos, así que saqué el móvil y me dispuse a llamar a algún amigo para contarle lo que me estaba sucediendo y de camino pedirle prestados treinta euros, pero el puto aparatejo me pedía el pink para poder hablar y como es de imaginar tampoco me acorbada…Allí de pie, totalmente paralizado, miré el videoclub, el cajero, el pub y el teléfono y supe que mi vida se había bloqueado misteriosamente. No obstante, aún podía hacer algo aquella tarde. Me fui a casa y tuve una interesante conversación con el tío ese de las estadisticas que me estaba vigilando al otro lado de la tele para ver que programa estoy viendo.