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sábado, 29 de noviembre de 2008

Misterios cotidianos


La vida está llena de misterios que nos rodean, y no me refiero a las pirámides o la santísima trinidad, me refiero a misterios cotidianos que, por cotidianos, nos pasan desapercibidos. El microondas, el mando a distancia, las gafas de visión nocturna, el móvil, los índices de audiencia televisivos…Eso sí que es un misterio.
A ver cómo demonios saben ellos cuanta gente ve un programa. ¿Es que las televisiones emiten una señal que retorna información a las cadenas? Algo leí sobre el share, pero de todos modos ¿cómo saben cuanta gente está viendo el programa?, ¿es acaso la televisión un aparato diabólico de funcionamiento recíproco?…Es decir, que si tiene algún artefacto secreto incorporado por el cual pueden ver, desde algún sitio, a una familia viendo un programa.
No se queda ahí la cosa, estamos rodeados de misterios de todo tipo; tecnológicos, casuales, religiosos, interpersonales, fisiológicos e incluso mentales. Estos últimos son los más desconcertantes. Hace poco sufrí, durante horas, uno de ellos.
De repente, una tarde, fui victima de una amnesia numérica. Sí, se me olvidaron las cifras más importantes de mi vida. Las verdaderamente importantes digo; no la fecha del aniversario de mi boda, el santo de mi suegra o el día de navidad. Veras…me di cuenta en el video club. Había bajado a alquilar una peli porque estaba aburrido en casa y cuando la chica me preguntó por el número de socio…joder tío, que no me acordaba a pesar de que llevo repitiéndoselo años. Buscando una solución, me preguntó el número del dni, pero que va, tampoco me acordaba, y eso que hace décadas que lo memoricé; en aquellos lejanos tiempos en que rellenaba una solicitud un día sí y otro también.
En vista de la imposibilidad de alquilar una peli decidí cambiar de planes e ir a tomar un cubatilla, para lo cual tenía que sacar dinero en el cajero de enfrente. Como ya habrás imaginado, tampoco me acordaba del número de la tarjeta. Uffff, mi desesperación iba creciendo por momentos, así que saqué el móvil y me dispuse a llamar a algún amigo para contarle lo que me estaba sucediendo y de camino pedirle prestados treinta euros, pero el puto aparatejo me pedía el pink para poder hablar y como es de imaginar tampoco me acorbada…Allí de pie, totalmente paralizado, miré el videoclub, el cajero, el pub y el teléfono y supe que mi vida se había bloqueado misteriosamente. No obstante, aún podía hacer algo aquella tarde. Me fui a casa y tuve una interesante conversación con el tío ese de las estadisticas que me estaba vigilando al otro lado de la tele para ver que programa estoy viendo.

lunes, 17 de noviembre de 2008

La mujer de mi vida


Ni mi madre, ni mi abuela, ni mi primera novia…¡que va! Para saber quien es la mujer más importante de mi vida hay que remontarse más atrás en el tiempo, hasta mi tierna infancia. Yo no lo supe hasta mucho después; cuando un psicólogo de la escuela freudiana me retrotrajo, a través del psicoanálisis, hasta aquellos días de televisión en blanco y negro con sólo dos canales. Ahí estaba Pipi Langstrum, mandando poderosos mensajes subliminales a toda la población infantil que hoy somos cuarentones. Yo, personalmente, aprendí con ella cosas que han marcado toda mi vida.
Gracias a ella supe que en el desastre está la solución; ya lo había intuido previamente, pero conocerla en la pequeña pantalla fue algo totalmente revelador. En seguida me identifiqué. Con ella aprendí también a ser respetuoso con la naturaleza; fíjate que tenía un mono o un caballo con lunares (no me acuerdo muy bien) al que llamaba, muy ceremoniosamente, Señor Nilson, y lo trataba con más respeto que al padre, que era un pirata borrachuzo. Existe una teoría que asegura que lo de andar todo el día del mono al caballo y del caballo al mono era una clara alegoría que el guionista, que era bastante drogata, introdujo; haciendo referencia a su propia experiencia vital.
En la vida real, Pipi Calzaslargas, tenía un primo que se llamaba Gil y Gil, que también era más respetuoso con los caballos que con las personas, aunque a veces, a Pipi, se le iba el casco y le tocaba los cojones al caballo levantándolo a pulso.
Fue devastadora la influencia que tuvo su imagen a principios de los años ochenta. ¿De dónde crees que salieron los punkis? …pues eso, de sus fervientes seguidores infantiles. Aquellas coletas fueron precursoras de toda una estética estilística y de hecho, Pipi, de mayor, tocaba en un grupo que se llamaba las Vulpes. Cuando oí por primera vez su éxito “me gusta ser una zorra” mi vida volvió a enriquecerse con una visión nítida, sobre el sentido del amor, que ha guiado mis pasos hasta el día de hoy.
Pero la sombra de Pipi es más poderosa de lo que a simple vista pudiera parecer, y la prueba evidente es la influencia que tuvo en la forma de entender la economía de los políticos de principios de los noventa. Sí, la cultura del pelotazo tuvo su génesis en el cofre lleno de monedas de oro con el que vivía haciendo lo que le salía de las calzas…a ver de dónde coño había salido el cofre. Me consta que Mario Conde, Juan Guerra y Roldán no se perdían ni un capítulo.
Y si hablamos del mundo de la moda, ni te cuento… empezó llamándose Ágata Ruiz de la Prada y ha acabado de asesora de imagen de cantidad de ministras. Lo flipas con la Pipi. Sin duda, la mujer de mi vida.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Algunos pensamientos sobre el fútbol


Banderas, defender colores, pinturas en la cara, atuendos que uniforman, rituales, jerarquía, eslóganes, gritos sobre el campo, himnos, pasiones contenidas, exaltación, adrenalina, masas humanas enfrentadas, desplazamientos multitudinarios…¿No suena a batalla? Pues hablo de fútbol. Un inocente juego con reglas sencillas hasta el punto de ser entendidas por niños desde edades tempranas, por más que los argentinos quieran hacer una ciencia del mismo.
A mi entender, la experiencia institucionalizada más cercana a la violencia y la guerra; y no por el juego en sí, sino por todo lo que conlleva asociado a una escala impensable para cualquier otro deporte. De hecho, a menudo, estalla en violencia el graderío. Existen ultras, hinchas, hooligans y todo tipo de grupos más o menos aguerridos, pero también conviven en estas mismas gradas, codo con codo, intelectuales y mentes científicas, obreros y poetas, benditos e infames y todo tipo de género humano, aglutinado sorprendentemente como en pocos sitios ocurre.
Se lleva en la sangre, como se lleva, de forma atávica, el instinto natural humano por la lucha y la dominación. David y Goliath, Numancia y Viriato, Roma y Constantinopla, la guerra fría y la fragor de la batalla. Todo lo ha reproducido el fútbol y lo que lo rodea.
Definitivo estimulador de serotonina un domingo de liga, poderoso afrodisíaco contra el tedio marital cuando gana el Madrid o el Barcelona y alimento del sicótico oculto si pierden. Fútbol es fútbol, con tal poder de anestesia social que ya lo quisieran para sí los más importantes políticos, así como la medicina contar con semejante revulsivo de las funciones vitales.
Ni la más hermosa y desatendida de las mujeres podría soñar con levantar pasiones de esa manera ni la más enamorada y virtuosa novia competir en atenciones en una final. Es por eso, tal vez, que desde hace algún tiempo también se suman a esta fiesta, en lugar de esperar asténicas y pacientes a que termine el encuentro.
Con el dinero que mueve esta actividad podría, perfectamente, dotarse de presupuesto un ministerio en un país del primer mundo. Con las astronómicas cantidades que se gastan los clubes en adquirir jugadores podría crearse una infraestructura industrial en cualquier ciudad africana y, de paso, dar de comer, durante mucho tiempo, a toda una región. Sin embargo, miles de personas que repiten de memoria la alineación del Atletic desconocen donde está Monrovia o el hundimiento del sustento de miles de personas en Sudáfrica a causa de la globalización y la monopolización del azúcar.
Hay quien habla del arte de la guerra cuando en realidad la guerra sólo es una monstruosidad y nada más, lo cual demuestra hasta que punto puede adornarse algo hasta concebirse de forma distinta. El fútbol puro, el que se extingue fuera del césped y cuando acaba un partido, posee componentes que, sin duda, hacen disfrutar a sus miles de amantes, pero existe todo lo demás, eso que algunos explican sin explicar diciendo…fútbol es fútbol.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Hoy, almejas


Hoy almejas con limón, que me gustan a mí de vez en cuando de tapita por la noche. !!!¿Pero dónde están las almejas?¡¡¡ En el súper las venden en unas mallas, ya pesadas y preparadas para llevar. Cómo además tenía que comprar algunas cositas, esta tarde, aproveché y bajé. He mirado en todos los rincones del frigorífico y no hay rastro de ellas; ni debajo de los tomates ni detrás de la bolsa de los melocotones. Nada, ni rastro. La cervecita preparada y el cuerpo hecho y las almejas que no aparecen … con lo que jode eso. Incluso he dudando de si las he comprado o no, pero he encontrado el ticket y ahí están reflejadas y bien cobradas. He bajado al coche pensando que igual se habían quedado ahí, pero una vez que he mirado he caído en la cuenta de que fui andando. De hecho, haciendo un pequeño esfuerzo, incluso he podido recordar el recorrido desde el súper hasta mi casa. Pasé por el videoclub, pero las bolsas no las solté porque fue llegar y coger la peli que tenía reservada y ni siquiera tuve que meterme la mano en el bolsillo para pagarla. Luego subí a la casa de mi novia y sí que las solté; aunque Puri asegura que en su casa no están. La he llamado por teléfono para preguntárselo; ya no tanto por recuperarlas como por una cuestión de inquietud y curiosidad. A esas alturas ya me había conformado con una lata de mejillones, pero no van a poder más que yo unas simples almejas. Vamos… que no estoy dispuesto.
Agotando posibilidades, he mirado las bolsas de plástico en las que he traído las cosas y no tienen ningún roto y, pensando pensando, pienso que en el ascensor pude haberlas soltado. Mi vecino asegura que ese ascensor esconde algún misterio. En una ocasión le desapareció la Biblia a un testigo de jehová y la señora de la limpieza no deja de quejarse de que, entre planta y planta, el ascensor extravía botes de lejía y cubos; sobre todo si están recién estrenados.
¿Será que no las metí y las dejé sobre la caja del súper?…La chica me habría avisado rápidamente, como hace otras veces. Pues verás, como resulta que a mi los misterios me sacan de quicio no voy a hacer uno con la cuestión esta de las almejas, así que…hoy mejillones, que me gustan a mí de tapita, de vez en cuando, por la noche.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Cinco con veinte


Entre las cuatro y media y las cinco de la tarde, a veces, en el acostumbrado receso, antes de reincorporarme, me encuentro con Marta y tomamos juntos un café. Han abierto un local nuevo en la calle paralela y hemos decidido visitarlo..bueno pues…por hacer algo diferente; ya ves tú.
Nada, un ratito apenas y nos vamos para el curre rápidamente que hay que fichar. Pago yo esta vez. ¿Me dices que te debo chica? Ha sido un cubata y un cortado.
-Pues.. cuatro euros del cubata y uno veinte del café… cinco veinte. Eso esperaba yo escuchar mientras iba preparando la cantidad extrayendo monedas del puñado que tenía en la otra mano. Un simple y rapidito cálculo mental, dos palabritas y ya está, pero que va; la chica se da la vuelta sin decir nada y comienza a golpear compulsivamente una pantallita con el dedo. Ha debido equivocarse y vuelve a hacerlo otra vez. La operación se ha bloqueado y comienza a teclear por tercera vez. Un ruidito extraño en una maquinita periférica irrumpe y la chica se aleja. Joder, con la prisa que tengo. Marta me mira inquietándose; hemos apurado el tiempo del que disponíamos y casi que llegamos tarde. No es bueno vivir con este estrés, me digo a mi mismo y me relajo por un momento hasta que aparece la camarera con un rollo de papel que introduce en una impresora de tickets antes de comenzar de nuevo a toquetear cuadritos en la dichosa pantalla sin prisa ninguna. En la pantalla aparece un mosaico con dibujitos de refrescos y demás y a mí se me antoja que lo hace adrede y cada vez la veo más ralentizada. Sus movimientos son pausados como los del bicho ese que tarda dos horas en subir treinta centímetros de árbol y mis nervios empiezan a funcionar como los de cualquier ser urbano encorsetado en un horario.
Oye, ten piedad, le digo a la chica. Cóbrame y sigues con la maquinita todo el rato que quieras, a mi no me hace falta ticket ni nada, sólo quiero irme ya.
La chica me mira y responde malhumorada, aunque no sé exactamente qué, pero da igual; desde la época de Sardá y sus ilustres invitados uno se ha acostumbrado a muchas cosas en este país.
Ya me había pasado antes en una droguería. En aquella ocasión pregunté por el precio de unas brochas y tuve que esperar un buen rato mientras el chico consultaba tranquilamente, en un ordenador, el material del que disponía, los distintos modelos y sus precios correspondientes, para después alargar la mano detrás de él y darme un paquetito que ya tenía el precio marcado en una etiqueta. ¡No fastidies tío! Mira la estantería y punto, que es más rápido y más sano y de camino te metes el ordenador por ahí mismo.
Después de todo un día de atascos, cámaras por doquier y ordenadores hasta en la sopa, uno merece otro trato; aquel que te dispensaban los camareros cuando te decían sin dilación…cinco euros con veinte. Si señor, sin software ni pollas, que para eso estaban los mostradores, las tizas, y las orejas para sostenerlas.