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sábado, 15 de diciembre de 2007

Mis diálogos con Pedro y Javier. (I )

Hace mucho tiempo, en el intervalo que transcurrió entre "La mirada del espejo" y el "Subir subir", Hilario vino a actuar a mi pueblo. ¡Emoción! Sus carteles decoraban las calles de mi ciudad, sus ojos limpios e inteligentes nos miraban a todos desde detrás de sus lentes redondas; que a mi me parecían estéticamente coherentes con su pelo hirsuta. Hubo un tiempo en el que esos dos elementos estéticos (pelo rizado y gafas redondas) a mí me parecían ineludiblemente sintomáticos de personas interesantes y espiritualmente elevadas y, de hecho, creo que no erré mucho el cálculo, pues todas las personas que conocí y que respondieran a esta estética, sin duda, resultaban ser diferentes en muchos sentidos. Eran personas intelectualmente activas y grandes fumadores de porros. Yo, que tanto adoraba esa estética, no podía estar más lejos de ella, mi aguda visión y mi pelo lacio, como cola de caballo, además de lo mal que me sentaban los porros hacían de mí algo totalmente diferente a lo que adoraba. Esto, como ya habréis pensado es una estupidez, porque lo importante es el contenido más que el continente, pero pensad que todos, de alguna manera, nos hemos identificado con alguna imagen y lo que esta representa al menos una vez en nuestra vida. Bueno, a lo que iba, el caso es que desde el momento en el que vi el cartel hasta el día de la actuación aún faltaban un par de semanas, y no sabéis hasta que punto la impaciencia se adueñó de mi. La única vez que yo había visto a Hilario fue en la tele cantando el final del viaje...¡Hostiassssss...que pasada!...vestía una chupa militar y hacía gala de un torrente de voz increíble que emitía notas casi improvisadamente, notas que componían una melodía que parecía ser liberada por un instrumento impensable y con capacidad de atravesarme como un rayo. Si habéis reparado en aquel solo de voz que interpretaba después de la letra, en aquella canción, sabréis de lo que os hablo. Creo que aquello fue mi primera invitación al jazz, que hoy en día comprendo mejor y amo. Oír a Hilario era captar un montón de sensaciones que a su vez él había captado y refundido en su estilo personal. Nunca había oído algo igual. Ahí está su grandeza. Llegó el momento de la actuación o, mejor dicho, la noche en la que actuaba. Allí estaba yo, en la puerta con mi entrada en la mano y mi novieta en la otra. Una rubia guapa y ajena a todo esto que por entonces ocupaba mi corazón. Era una caseta de feria enorme, con capacidad para dos o tres mil personas al menos, y tal vez me quede corto, no sé, nunca se me han dado bien esos cálculos. Pues estaba llena. Llenetita hasta la bola. Entré y aún faltaba un buen rato para que empezara la actuación, de manera que la chavalita (hoy madre de familia y felizmente casada mientras que yo sigo siendo un bala) y yo, fuimos a buscar un sitio lo más cerca posible del escenario. Alguien me dijo...oye...¿has visto a Hilario camacho?...está en la barra hablando con nuestro compañero de clase, Ostras...¡no me digas!....Y sin dudarlo arrastré a mi acompañante hasta la enorme barra de caseta de feria, la cual recorrimos de cabo a rabo hasta que dimos con él. ¡JOOOOOOderrrrrrrr!ahí estaba; pasando desapercibido entre el gentío que había entrado a ver la actuación. A mi me parecía extraño, pero ahí estaba, hablando con un compañero mío del instituto y tomando una copita con él. Me quedé mirándolo,atónito, de los píes a la cabeza. ¡Era tan pequeñito!, y yo que me había imaginado algo enorme viéndolo en la tele con aquel vozarrón y esa chupa militar....
La rubia me miraba a mi y lo miraba a él y se reía y después de un rato de ver mi cara de gilipollas va y me dice....¿Y ahora qué? ¿te lo vas a comer con papas o nos podemos ir ya? Como un zombi me acerqué y le pedí un autógrafo que él me firmó en un papel platina de un paquete de tabaco; autógrafo que aún guardo junto a otro de Alan Parsons, y le pregunté que si iba a cantar también canciones antiguas o sólo del último disco. Él me contestó de la forma más sencilla y se dirigió a mí igualmente, con toda la sencillez y la candidez de la que solo son capaces los grandes de verdad. ESOS FUERON MIS TREINTA SEGUNDOS A SU LADO, INOLVIDABLES COMO VEIS.

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