visitas desde el 23/07/2008

viernes, 14 de diciembre de 2007

LAS DUDAS DE SOFIA (relato)


Durante largo rato Sofía había permanecido inmóvil y meditabunda hasta perder la noción del tiempo. Mientras tanto, su mirada anduvo perdida en la escena familiar que muestra la fotografía que hay sobre la mesa redonda; esa que está frente a las cortinas del salón. Siempre ha estado ahí, junto al teléfono, imperturbable como una visión tranquilizadora y omnipresente. A veces, mientras sus ojos vagaban por la estancia, se encontraban por azar con en el contenido de aquel marco de madera, y esto la hacía caer en la cuenta de lo lejano que le resultaba aquel momento en que se tomó y lo distintos que estaban todos ahora; sobre todo después de ver a Cesar merodeando por el salón. Aunque ya no era el niño de carita redondeada que devoraba video juegos, durante largas horas ante el ordenador, siempre ha conservado esa expresión sosegada e inequívocamente suya; esa en la que podían reconocerse fácilmente los rasgos familiares. César es ahora un chico de voz grave que supera el metro ochenta, en el que Sofía puede ver los ojos de papá y esa languidez en los gestos que denota que nada malo puede pasar. Ella nunca sintió la más mínima prisa por que creciera e incluso obviaba, de forma semiinconsciente, detalles que delataban a gritos que Cesar maduraba sin pausa; tanto, que fue él quien tuvo que percatarla un buen día de que ya no era momento de llevarlo de la mano al colegio. Recordaba algunas conversaciones con su tutor de primaria, quien alababa continuamente la excelente labor que estaba haciendo, a pesar de encontrarse sola ante su educación. La eterna pregunta de si habría sido mejor, para él, la presencia de la figura paterna y los muchos pensamientos, inevitablemente impregnados de ciertos sentimientos de culpabilidad, a veces la perturbaban en horas perdidas y, a menudo, hacían mella en la seguridad de sus planteamientos y de sus razones; esa seguridad que le insuflaba fortaleza a diario y que, afortunadamente, siempre estaba presente cuando más la necesitaba. De hecho, de no haber sido por ese talante suyo y un poco de fe, nunca habría estado tan segura de poder salir adelante sola en la ciudad .
Cesar aún seguía yendo al pueblo algunos fines de semana y durante algunas temporadas por vacaciones, pero desde hacía un tiempo se mostraba reticente a hacerlo. Durante aquellos días permanecía en casa de su padre y su nueva pareja o bien en casa de sus abuelos, donde antaño había sido sujeto pasivo de rencores y comentarios que llegaban a sus oídos por parte de unos y otros. Pero ya nadie pregunta ni dice nada, porque incluso las cicatrices más indelebles hacía tiempo que desaparecieron y aquel ruido tórrido de cristales rotos pasó, paulatinamente, a convertirse en un frío murmullo que por fin, dio lugar a un silencio pactado tácitamente.
Sofía decidió un buen día que había llegado el momento de acabar con su enclaustramiento en casa de los padres de su ex marido; donde vivían, todos juntos, en una suerte de convivencia matriarcal en la que se sentía anulada y no tenida en cuenta por un hombre que vivía, cómodamente, siguiendo las directrices de su todopoderosa madre; un hombre que siempre desoyó las palabras de su mujer reclamando intimidad y vida propia. Largos años le costó madurar aquella decisión, pero no pudo aguantar por más tiempo y ante el estupor y la incomprensión de todos, incluso de su propia familia, quienes al principio no la apoyaron, salió de allí segura de sobrevivir. Su primera apuesta fue comprar un pisito en la ciudad con el dinero que obtuvo de la venta de algunas tierras en el pueblo tras el reparto, y comenzar allí una nueva vida llena de oportunidades y de ventajas para el chico. La universidad estaba dos calles más allá y pensó que siempre tendría más donde elegir llegado el momento. Al principio, sólo contaba con su fuerza y con un dinerito que le iba a permitir cierta autonomía hasta encontrar trabajo. Afortunadamente, el chico parecía adaptarse bien a su nueva vida, y ella pronto encontró cierto alivio a su soledad en su amistad con algunas vecinas y conocidas con las que coincidía en el parque, cuando bajaba algunas tardes con el pequeño César. Una vez leyó que las relaciones humanas deben entenderse como las noches de los erizos, esto es, manteniéndose cerca de los demás para darse calor mutuamente, pero no hasta el punto de pincharse, y así lo hizo, convencida de que la clave de una vida tranquila era adoptar cierta distancia prudencial para con los demás.
En su afán por conseguir unas condiciones dignas y estables, pensó en aprovechar el margen que le daba disponer de cierta holgura económica durante un tiempo, así que empleó ese tiempo en retomar sus abandonados estudios, sabiendo que siempre habría tiempo de buscar un empleo de los que se aceptan en condiciones de supervivencia. Sofía quiso hacer de su vida un puerto seguro, y en eso volcó todo su esfuerzo; preparando interminables cursos de auxiliar, que al cabo de unos años la llevaron hasta una entrevista en una empresa privada, la cual supuso la solución definitiva para ella una vez cumplidos los primeros contratos de prácticas.

Aquélla noche en que sonó el teléfono, Sofía preparaba en la cocina, primorosamente, el plato preferido de César para cenar, y en absoluto podría haber imaginado que esta vez la llamada proviniera de una comisaría de policía. Alguien pronunció su nombre y preguntó por la familia de César T. Procediendo a continuación a la confirmación de algunos datos y a invitarla a personarse en las dependencias lo antes posible. No quisieron adelantarle nada más por teléfono, de manera que fue elaborando toda una serie de conjeturas al respecto mientras se dirigía a coger el coche. Durante el tiempo que duró el recorrido recordó las distintas ocasiones en las que el jefe de estudios del instituto la había llamado para comunicarle las repetidas e injustificadas faltas de asistencia de César. En aquella ocasión le sorprendió desconocer esta faceta del chico y la existencia de comunicaciones por escrito que la dirección del centro le mandaba periódicamente para hacérselo saber. Sólo después de escrutar concienzudamente los cajones de su cuarto y de buscar entre las páginas de sus libros, descubrió que escondía aquellas misivas que nunca llegaban hasta ella. Aquello nunca dejaron de ser chiquilladas propias de su edad, se decía, segura de que estos episodios de absentismo dejaron de producirse al poco tiempo...¿o tal vez no?, se preguntaba ahora.
Una vez hubo llegado hasta allí, un agente la acompañó hasta el despacho del comisario López, donde entró con la preocupación propia de las circunstancias y ese encogimiento en el estómago que a veces se le aloja cuando es consciente de que se avecinan acontecimientos traumáticos. No obstante, consiguió mostrarse tranquila en la medida de lo posible, merced a la seguridad que tenía de que César no podía haber hecho nada que no pudiera solucionarse. Enseguida preguntó por él.
-¿Dónde está? ¿Está bien? ¿Qué ha sucedido?.
El comisario la tranquilizó, diciéndole que se encontraba perfectamente, sólo un poco nervioso a lo sumo, pero bien.
- ¿Dónde está su marido?. Sería conveniente que también estuviera aquí en estos momentos.
- El padre del chico y yo estamos separados desde hace años, pero sigue teniendo relación con él durante los fines de semana que va al pueblo. Si me dice usted cual es el motivo, podría llamarlo al móvil ahora.
- Hágalo señora, Cesar está detenido provisionalmente y de momento no podrá regresar a casa .
A Sofía se le hacía un nudo en la garganta mientras llamaba, de manera que casi no pudo acabar la conversación, porque siempre le ocurre, en estos casos, que alguna glándula le segrega una sustancia pastosa y blanca que le deja la boca totalmente seca. Al cabo de una hora y media entraba por la puerta de la comisaría su ex marido y padre del chico. Durante este tiempo, le trajeron agua y esperó intranquila en los bancos del pasillo.
Ambos, padre y madre, allí sentados sin apenas mirarse entre sí, escucharon de boca de aquel señor, de aspecto pulcro y tranquilo, que César pertenecía a una banda juvenil, detrás de la cual andaban desde hacía tiempo y que no era la primera vez que pisaba las dependencias policiales. Pero esta vez había llegado demasiado lejos y ahora recaían sobre él cargos muy graves, tales como peleas entre bandas y palizas en las que habían dejado gravemente herido a un chico sudamericano y había resultado muerta y violada la novia de éste. Sofía oía todo aquello obnubilada, como si de otra persona se tratara, hasta el punto de preguntar: -¿Pero de quien me está hablando, señor comisario?
- De su hijo señora. Ahora podrán ustedes pasar a verlo e incluso a traerle lo que necesite, porque desde esta noche pasará a disposición de los servicios sociales y del tribunal de menores, dado que aún le faltan meses para cumplir la mayoría de edad.
César permaneció en silencio y cabizbajo cuando recibió la visita de sus padres, y aunque ambos lo hicieron por separado, a ninguno de ellos dijo nada que no fueran monosílabos y sonidos guturales como respuesta.
Poco después, llegó el momento de su internamiento en un centro de menores y los insufribles juicios en los que Sofía iba escuchando, una a una, todas las pruebas irrefutables que señalaban a su hijo como un ser desconocido para ella, alguien de quien jamás hubiera sospechado algo semejante. Fue doloroso doblegarse a la realidad de aceptar que las cosas eran así y que todo quedaba demostrado. Testigos, hechos, pruebas, acusaciones, y la irreconocible actitud de César, esgrimiendo un desconcertante perfil sicótico cuando hablaba o miraba desafiante a la familia de las victimas.

Mientras su vista se perdía en aquella fotografía que hay sobre la mesa redonda junto a las cortinas del salón, Sofía sufría en su cabeza toda una sucesión de imágenes y sonidos desfilando de golpe, en secuencias, o en fotogramas congelados. César llevaba ya meses interno y, desde entonces, no pasaba un solo día en el que ella no hiciera un análisis mental de todo lo sucedido, repasando sus vidas durante estos últimos años y rebuscando convulsivamente las causas, los errores, los descuidos o lo que quiera que fuera culpable de todo aquello. En un intento de racionalizar aquella demencia sin sentido daba una y mil vueltas enloquecedoras sobre la misma y descorazonadora realidad, pero tan sólo venían a su mente sucesos vagos e inconexos que, seguramente, nada tenían que ver. ¿Tal vez debió haberse alarmado cuando César insultaba al árbitro y gritaba viendo un partido de fútbol en la televisión? Lo más que llegó a decirle fue: “tranquilo chico, que no se acaba el mundo”, y nunca prestó mayor atención.
El cuarto de César tiene colgadas en la pared una bufanda de Ultra Sur y otra con la bandera de España, sobre la que se puede leer en letras incandescentes: infierno blanco. Sofía, realmente siempre ha pensado que son decorativas, y nunca reparó en los eslóganes y símbolos que ambas contienen, aunque ahora piensa que realmente rayan en la violencia y en la provocación. Pero el hecho en sí no tiene mayor importancia, y por eso no comprendió el comentario que, al respecto, hizo una amiga a la que le enseñó la casa en una ocasión, respondiéndole que siempre será mejor eso que tener que ver la habitación empapelada con pósters de futbolistas y chicas desnudas.

A falta de un lugar más placentero en el que refugiar sus pensamientos, Sofía encontraba alivio recordando como César fue creciendo y cambiando hasta convertirse en un hombrecito. Por más que busca no sabría decir donde estuvo ese punto de inflexión en el que, de repente, su cabeza empezó a albergar esos incomprensibles instintos destructivos. Seguramente debió ser un proceso que le pasó desapercibido en todo momento, porque a la memoria sólo acuden recuerdos totalmente coherentes con la clase de persona y de educación que quería para él. Nunca quiso presionar al chico, tal vez por esa incómoda preocupación que flota en la cabeza de algunas madres separadas, la cual les hace temer por la posibilidad de que los chicos decidan optar por la alternativa de irse con su padre y albergar rencores irreconciliables para con su progenitora, o cuando menos, manifestar amargas comparaciones sobre con quien se encuentran mejor. No obstante, nunca se había privado de regañarle o de mostrarle su disgusto; como venía haciéndolo desde que le dio por ir pelado como un soldado y llevar unos pelillos de punta por flequillo.
Sofía recordaba su sorpresa cuando descubrió la madurez de los genitales de César, aquel día en que, por casualidad, entró en el baño justo cuando él salía de la ducha. De no ser por sucesos decisivos como éste, o encontrar una revista pornográfica en el fondo del armario, Sofía, como muchas otras madres que conviven con la idea de pureza e inocencia perpetua de sus hijos, nunca habría tomado conciencia del despertar sexual de su vástago. Consecuentemente, también recordó el momento de la ineludible conversación que ambos mantuvieron con respecto al tema del sexo, de los preservativos y de las precauciones que se debía tomar en todo momento.
No hace mucho, Sofía decía a una compañera que César es un cielo de chico, explicándole que en él encuentra una gran compañía, que siempre la besa al salir y al volver a casa, que jamás protesta por nada, y que además le es de gran ayuda, porque para cuando ella llegaba ya había puesto la mesa y había comprado el pan. Todo esto pasaba por su cabeza, además de la última discusión que tuvo con él porque no se ponía la ropa que le había comprado. Últimamente, a Cesar le había dado por vestir camisetas con dibujos truculentos y calzar botas militares.
-¡Mira que eres tonto¡, ahora que no hay que hacer la mili te vistes tú de paracaidista, y yo... gastándome dinero para que se te pudran las camisas en el ropero. Esto le dijo en alguna ocasión, pero realmente siempre ha pensado que Cesar sólo hace lo que los chicos de su edad, esto es, dejarse llevar por la moda imperante en el barrio, y que antes o después maduraría en ese sentido.
De lo que no cabe duda, es de que es un chico cariñoso y de que no elude sus responsabilidades, tal como comentara a su compañera en aquella ocasión en la que pormenorizó todas sus virtudes, diciéndole que se encargaba de recogerlo todo, que nunca deja nada por medio y que también la acompañaba a hacer las compras.
-“Si no fuera por los gustos tan raros que tiene últimamente, yo diría que es un chico ejemplar”.
Es cierto que en una ocasión apareció con un hematoma en la cara, pero ¿qué chico de su edad no ha tenido alguna vez un encontronazo o una discusión? De todas formas, no tenía razón alguna para no creer su versión de haberse dado un golpe. ¿Debería haber tomado algunas cosas como indicativo de que algo no iba bien? ¿Qué podría haber hecho que no hubiera sido hablar con él?, cosa que nunca he dejado de hacer...Sofía seguía buscando respuestas, pero no se le ocurría otra cosa que culparse por la torpeza de no haber sabido ver lo que posiblemente había detrás de algunos hechos aislados a los que no dio mayor importancia que la que parecían tener en esos momentos: aquellos rancios himnos que oía en su estéreo, las banderitas en sus prendas, el falsificar sus notas en alguna ocasión....¿Qué tendría que haber hecho al respecto?, o ¿tal vez los tensos episodios que pudo ver cuando su padre y yo nos separamos, tengan algo que ver?...
Hace algunos meses, saltaron a las páginas de los periódicos noticias sobre actos vandálicos en la ciudad, y todos pudieron enterarse de lo que es un skinhead. Si a Sofía en algún momento le pasó por la mente la idea de que César tuviera algo que ver con ellos, rápidamente la desechó, mirándolo mientras ponía el lavavajillas o sentado en su escritorio. De esta manera siempre anduvo a salvo de intranquilidades que la importunaran.



6 comentarios:

sonata dijo...

Tu forma de contar las cosas ,tan clara,transparente,sencilla, llega a ser cercana, parece que son momentos vividos hace un rato unos dias, a cualquier persona que nos rodea.. esa claridad nos hace cercanos.. casi que se puede tocar con los dedos,, ( tengo los mismos sentimientos que cuando veo una pelicula de Almodovar,)Algo teneis los genios que os hace unicos..excepcionales...M.J.

Anónimo dijo...

Es un claro reflejo de la venda que amenudo tenemos las madres con los hijos, como podemos adornar la realidad cuando no queremos verla. los padres son diferentes, mas realistas,de ahí la importancia de estas dos figuras en la educacion de los hijos. Muy bonito relato,que madre no se sentiria identificad. un beso

Anónimo dijo...

Gracias sonata por esos halagos. Un beso.

Anónimo dijo...

Gracias por tu aportación María José. Un saludo afectuoso.

puri dijo...

has conseguido, k se me salten las lágrimas. K duro es darte cuenta, k has vivido una mentira, k la persona cercana, sea madre, padre, hijo, pareja, amigo es totalmente distinta, irreconocible de un día para otro, es decir un extraño.
Duele tanto como su muerte, y, es k en realidad es cómo si hubiese muerto.

juanma medina dijo...

Bienvenida a este tu blog, Puri. Me alegra que te haya resultado emotiva la historia. Efectivamente, los seres humano, incluidos los que mejor creemos conocer, suelen ser bastante más complejos y desconocidos de lo que a veces quisiéramos.Todos conocemos alguna que otra historia al respecto. Saludos.