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viernes, 14 de diciembre de 2007

Índices de audiencia (relato)

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Un fragor contundente ha resonado por toda la avenida haciendo saltar las alarmas de los coches que se encontraban cerca de la explosión. La onda expansiva apenas si ha roto algunos cristales de los edificios circundantes, y no ha habido victima alguna que no sea la de una simple arritmia debida al sobresalto mientras dormían. Quienes han hecho reventar el antiguo monolito de la rotonda han buscado no provocar accidente humano alguno y lo han logrado. En torno a las cinco de la mañana no pasa más de un automóvil por allí cada diez minutos y, precisamente eso, parece ser que era el objetivo: derribarlo sin provocar ningún otro daño. Apenas dos horas más tarde, media ciudad invadía esa arteria principal de la ciudad para ir al trabajo. Media ciudad que miraba desde la acera, desde la ventanilla del coche o desde su sitio en el autobús aquella mole derribada sobre el césped. Demasiado temprano para pensar o hablar del hecho, de manera que los, todavía adormecidos, habitantes de la ciudad pasan sin apenas decir nada al respecto, sólo miran y siguen su camino. En la radio, no obstante, empiezan las primeras especulaciones; la impresión general de todos los locutores es lo extraño del suceso. No se ajusta a nada de lo conocido en estos tiempos, y nada parece explicar a qué se debe. Nadie reclama su autoría y ni de lejos se acerca a un atentado terrorista. Por otra parte, no parece ser, en absoluto, un simple acto vandálico, como podría ser la quema de contenedores o algo así, más bien parece el trabajo de un especialista. Los primeros informes de los periodistas desplazados hasta la zona apuntan hacía un atentado perfectamente planificado y llevado a cabo por expertos. Todo indica que se ha determinado a la perfección la cantidad de explosivo a utilizar y el lugar exacto en el que colocar la carga para derribar la estructura de piedra sin causar desperfecto colateral. Todo se ha ejecutado con una perfección milimétrica. Según iba transcurriendo la mañana, se fueron llevando a cabo las primeras pesquisas por parte de la administración. En realidad, lo único que había en esos momentos era confusión y teorías de todo tipo en los debates radiados a los que acudían representantes de la policía local y del ayuntamiento. Los más cautos sólo decían que habría que esperar para tener datos concluyentes e invitaban a la ciudadanía a que estuviera tranquila. Otros llamaban por teléfono a las emisoras y argumentaban todo tipo de teorías disparatadas, en las que no faltó quien dijo ver a un par de ancianos alejarse del lugar de los sucesos, poco antes la deflagración. Pero lo más sorprendente, lo que más desconcierta a la policía, a los medios de información y, por consiguiente, a la opinión pública, es el informe que a media mañana emitieron las autoridades, según el cual, el material utilizado era un obsoleto explosivo muy común en la guerra civil.
Desde una cabina de teléfonos en las afueras de la ciudad alguien llamaba a la emisora para participar en el debate sobre el incidente, era una voz anciana pero no exenta de vitalidad y firmeza; una voz fibrosa y densa que reclamaba la autoría diciendo así:
-Buenos días, llamo para deciros que hemos sido los supervivientes de la resistencia los autores del derribo del monolito. He creído conveniente llamar para que cesen las especulaciones y las confusiones, y el país se entere del sentido que ha tenido la acción.
-Buenos días, respondió un contertulio del debate abierto aquella mañana a raíz de lo sucedido, y prosiguió preguntando: ...¿usted se llama?
-No voy a contestar esa pregunta, respondió el anciano.
-Y...¿ que edad tiene usted caballero?
-ochenta y dos recién cumplidos.
-¿Me diría usted por qué ha derribado el monolito?
-Le diré simplemente que tenía que caer, que ya era hora.
-¿Iba usted solo cuando perpetró la acción?
_Tampoco voy a responder a esa preguntar, volvió a contestar el anciano.
-Usted lo que tiene son ganas de tomarnos el pelo a todos caballero. Lo primero que tiene que hacer es identificarse, y después ir a entretenerse jugando al dominó en lugar de efectuar llamadas a un debate serio, que es justamente lo que estábamos tratando de hacer hasta que llamó usted. Pero tendrá que ser el moderador quien decida si proseguir con su intervención o prescindir ya de ella para continuar con la investigación.

En aquel momento la voz del anciano ganó en dureza expresiva a la vez que en elocuencia.
-Mire caballero, ustedes pueden cortarme el teléfono cuando deseen, lo único que trato de hacer es aclararles lo sucedido. Por supuesto pueden seguir horas y horas hablando de lo mismo y confundiendo a la audiencia, pero la verdad es la que he contado.
El moderador decidió dejarlo hablar un poco más. Al fin y al cabo era la intervención más interesante que se había producido hasta el momento y aquel señor parecía no ser ningún patán.
-Lo que estoy dispuesto a decirle, si está usted dispuesto a oírme, es que serví en el ejército republicano durante el último año de contienda. A continuación pasé a formar parte de los grupos de resistencia que se establecieron en esta zona montañosa cercana. Puedo decirle el día exacto del año cuarenta y uno en el que levantaron ese monumento a la ignominia, y el día exacto que recibimos la orden de derribarlo. Sepa usted que ha permanecido ahí por una sucesión de acontecimientos fortuitos, pero que su fin estaba determinado desde hacía muchos años. Hoy puedo decir que la misión ha sido realizada con éxito.
El debate fue ganando en interés y los índices de audiencia se dispararon después de aquellas palabras que abrían al menos una línea de dialogo nueva e inquietante. Y precisamente por una cuestión de índices de audiencia, más que de credibilidad, se le dejó seguir hablando a este señor y los tertulianos siguieron preguntando. Pero aquel señor no estaba dispuesto a seguir ningún interrogatorio, por lo que continuó hablando a su libre albedrío. La única pregunta que contestó fue la referente al tipo de explosivo, a la cantidad utilizada y la ubicación de la carga para provocar aquel derribo tan perfectamente ejecutado, si se tiene en cuenta que ni un solo cascote hirió o provocó daño alguno en las inmediaciones, y que la totalidad del monolito cayó derruido hacia el mismo lado, dentro de la rotonda; sin que ningún trozo interfiriera siquiera el trafico. Fue aquel conocimiento exhaustivo y certero lo que alertó a la policía, que en seguida se personó en la emisora, indicándole al locutor, a través de una nota, que siguiera hablando con aquel hombre hasta que localizaran la llamada. Pero aquel hombre ya había supuesto que algo así había ocurrido cuando notó una extraña y sospechosa receptividad en sus interlocutores, y anunció que volvería a llamar pasados unos minutos. La policía estuvo en jaque durante largo rato mientras este señor cambiaba de cabina telefónica cada cinco minutos. Más que por miedo a ser detenido; que ya nada tenía que temer, por la oportunidad de poder aprovechar inteligentemente la ocasión que le estaban brindando de hablar; de hablar lo que le daba la gana por primera vez en público, ante una audiencia considerable.
Durante la segunda llamada confirmó que los explosivos eran efectivamente de la guerra civil, provenientes de un excedente que aún andaba guardado en un zulo en el monte al que había vuelto a ir hacía un par de días, para revisar y coger los que aún estaban útiles, y siguió diciendo:
-Sepan ustedes que ese monolito debió haber caído el día veintitrés de agosto de mil novecientos cuarenta y uno, día en el que estaba prevista la primera acción, tanto a nivel humano como logístico, pero un simple dolor de muelas, que resultó ser insoportable, impidió la misión aquella madrugada, y los siguientes días anduve escondido por el monte enjuagándome a todas horas con alcohol, después de que una extracción a base de tenaza y anís Machaquito me provocara una hemorragia y una infección galopante en las encías. Para cuando hubo pasado el dolor los explosivos y el apoyo estaban siendo utilizados en otra misión lejos de aquí.
A continuación volvió a colgar el teléfono y a buscar otra cabina a sabiendas de que andaban esperándolo en el debate, que para entonces se había convertido en un asunto casi de estado, seguido por todas las autoridades civiles de la zona.
En la tercera llamada se dispuso a relatar el siguiente momento en el que el monolito se salvó milagrosamente de la quema. La expectación que había levantado a esas alturas era algo que no ocurría en la historia de la radio desde hacía mucho tiempo.
-También deben saber ustedes que la segunda vez que iba a ser derribada tuvo lugar dos días antes de la incursión desde Francia para realizar la ofensiva del Valle de Aran, donde tuvimos que acudir casi de improviso con todos los recursos. Como ven, una vez más tuvo que esperar la acción, la cual ya se había convertido en un objetivo importante, más por una cuestión de moral que por la importancia estratégica o militar; que como podrán imaginar no era mucha, ya que el objetivo era más amedrentar y hacer mella psicológica que eliminar elementos subversivos. Pero llegó la tercera ocasión, y esta vez sí que se colocaron las cargas y se accionó el detonador. Lamentablemente aquel material estaba defectuoso y no pudo completarse la misión.
Para la última llamada volvió al primer teléfono que había utilizado. En la emisora, el debate seguía y se interrumpía inmediatamente, con toda expectación, cuando este señor aparecía de nuevo con otra llamada.

-La última vez que no pudo llevarse a cabo fue por motivos más tristes y lamentables. Por entonces las fuerzas del estado infiltraron espías entre nosotros, pero eran fáciles de detectar. Alguien que vive en el monte huele totalmente distinto a como olían aquellos tipos que a pesar de su indumentaria desvaída, similar a la nuestra, destilaban un olor a loción de afeitar inconfundible. Hacía años que nosotros curábamos las grietas de nuestras manos con nuestra propia micción y que la ropa había adquirido un olor a miseria reconcentrada. Pero aún así consiguieron engañar a algunos colaboradores y casi nos cogen desprevenidos a todos en el monte. En aquella refriega cayó algo más que una posición. Desde entonces nada volvió a ser lo mismo, y todo fueron repliegues y retiradas. El resto de la historia...es otra historia. Así que como ustedes comprenderán, simplemente era cuestión de tiempo que cayera, sólo porque tenía que caer. Era una misión pendiente que aquel monolito, desde su esbeltez insolente, me recordaba cada vez que pasaba por allí. Y ustedes se preguntarán que por qué hoy ha sido el día. Pues muy sencillo, porque ayer cayó en un hospital el último de mis compañeros, y de ninguna de las maneras podía yo permitir que el dichoso monolito nos sobreviviera a todos. ¡Hostias, eso si que no!

Todo el dispositivo de seguridad ciudadana andaba a la búsqueda en aquellos momentos del anciano maqui de las cabinas telefónicas. Consiguieron ubicar la primera llamada y hasta allí fueron a personarse cuando este señor estaba terminando su última disquisición. No era difícil dar con él en esas circunstancias, sobre todo porque tuvo el poco acierto de volver a aquella primera cabina ya localizada. Al igual que el monolito, era sólo cuestión de tiempo que también él cayera; curiosamente casi el mismo tiempo, sesenta años.

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