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domingo, 27 de abril de 2008

Papelitos, papelitos, papelitos.

Yo era de los que tiraban los recibos y las facturas a la basura inmediatamente, incluso sin mirarlos. Nunca cogía el ticket en el supermercado y, en general, jamás guardaba otros papeles que no fueran los poemas o las letras de canciones que iba componiendo y acuñando. Pero de eso hace mil años, en una vida anterior y despreocupada que ahora me parece ajena y onírica. Yo, que siempre me he negado a la tiranía del papeleo, hoy miro con estupor las carpetas donde archivo papeles y papeles y, precisamente, lo que no encuentro desde hace años son los poemas y las canciones. Ahora el canto a la vida tiene otros textos más prosaicos y no son otros que los que contienen la carpeta de recibos del banco, con hipoteca, préstamos, domiciliaciones y otros conceptos; la carpeta de pólizas de seguros con el seguro del coche, el seguro de la vivienda y el seguro de vida; la carpeta de contratos con las entidades de suministro de gas, de luz, de agua, de teléfono, de internet, y de televisión por cable; la carpeta con las declaraciones de la renta y con los recibos de contribución; la carpeta con los documentos de la entidad médica; la carpeta con las licencias, permisos y títulos, la de…ufffff, marea sólo pensarlo. Ahora mismo estoy viendo sobre la mesa unos cuantos sobres abiertos que esta mañana he recogido del buzón y ahí permanecen, junto con los acumulados de toda la semana, esperando ser debidamente clasificados y archivados, pero me da pereza, y postergo esta acción hasta el momento oportuno, que suele coincidir con la limpieza semanal o con una recogida rápida de lo que hay por medio si es inminente una visita. Eso si, tengo la norma de no cambiar de lugar los papeles, de manera que cuando los toco es para guardarlos definitivamente. Supongo que más que por pereza es por repelús. Esta clase de papeles los manipulo con cierta tensión y con claro desagrado; como quien lava los platos acumulados en el fregadero después de tres días. Lo del fregadero no es mi caso porque tengo lavavajillas con sus correspondientes facturas y recibos.
-Un día tengo que buscar la carpeta de aquellos poemas al amor y a la ciudad-, me digo mientras abro un armario y miro carpetas y carpetas de apuntes de la facultad y de las oposiciones apiladas al fondo. Pienso que tengo que plantar un árbol para compensar mi consumo de celulosa durante todos estos años. ¡Que alguien plante un árbol por mi! Una cosa es tener un arrebato ecológico y otra cosa es ir a comprar el arbolito, buscar un vivero, encontrar aparcamiento y ponerme unas botas un domingo por la mañana para encontrar un lugar donde hacerlo, que esa es otra; habrá que documentarse un poco, porque no creo que prospere cualquier árbol en cualquier suelo ni que te dejen hacerlo en cualquier lugar, y la verdad, que para hacer una labor inútil, mejor estarse quieto y mandar el dinero a una asociación para la reforestación de zonas calcinadas, a pesar de que lo reconfortante sea el acto de hacerlo uno mismo.
Mi cartera es una papelera llena de papelitos que se me caen por doquier cada vez que la abro para coger la tarjeta y enseñarle el deneí a la cajera del supermercado que, una vez cotejado con aquella, me obsequia, a cambio de mi firma, con otro papelito que, a su vez, pasa a engrosar el caos de papelitos arrugados que la habitan y me dificultan el poder encontrar un arrugado papel moneda de cinco euros para alquilar una película en el videoclub. No es una estúpida manía sin sentido, que va, en absoluto. Todo tiene un por qué y esto también. Si paso con el coche por la ventanita del mc donalds, siempre me dan un ticket antes de servirme las hamburguesas y me dicen que me espere más adelante a que una chica me las saque, En ese momento pienso: ¿y si me falta el cartucho de patatas de luxe como las reclamo?, con lo cual introduzco, en un acto reflejo, el papelito en la cartera junto con el resguardo de la gasolinera y el de la zona azul, el vale descuento del supermercado, el comprobante del cajero, el de haberle puesto saldo al móvil y los tickets de la caja registradora y del restaurante.
Antes me ocurría que, cada vez que consultaba los movimientos de cuentas por internet o en la carta mensual del banco, pasaba una tarde angustiosa con la certidumbre de que el mundo conspiraba contra mi, consumiendo mi saldo lenta, sutil e inexorablemente. Nunca sabía a qué correspondía tanto gasto anónimo y notaba que mi propia vida escapaba a mi control. No tuve más remedio que guardar todos los comprobantes como única posibilidad de ser un poco dueño mi rumbo o, al menos, conocedor del mismo. Ahora sé en todo momento a qué obedece cada uno de los movimientos que se reflejan en mi cuenta y cuando aparece uno, del que no tengo recibo o comprobante, comienzo una guerra hasta aclarar su origen. Tengo todo tipo de estrategias para ello; desde poner en cuarentena la cifra, hasta que recibo comunicación por correo, a llamar al banco directamente, pasando por todo tipo de consultas retroactivas y comprobaciones. Sólo después de ser cotejados debidamente, tiro los comprobantes a la papelera y miro con alivio mi cartera, gozando de ella durante el poco tiempo que va a permanecer diáfana.
En una ocasión infame, hace ya tiempo, tuve la necesidad imperiosa de entrar en un servicio público; y digo imperiosa con toda seguridad porque de no haber sido así habría evitado entrar en este lugar para estos menesteres. Como quiera que el servicio no disponía de papel higiénico, no tuve más remedio que usar uno de los ticket del carrefour para realizar la toilete. Hasta aquel momento, los resguardos no eran todavía tan importantes en mi vida y aún me permitía, sin ningún tipo de desasosiego, hacer este tipo de cosas. No era la primera vez, ya lo había hecho en otras ocasiones con secreciones nasales, con las flemas inoportunas de algún estornudo o para limpiar la varilla después de comprobar el nivel de aceite del coche. Inconsciente de mí; en aquella ocasión, el ticket que usé, para tan escatológico fin, resultó ser el del reproductor de deuvedé que había comprado un rato antes, el cual resultó estar defectuoso. Fue imposible descambiarlo sin el ticket de compra por más que en la caja central supieran que el aparato era del centro comercial y que el vendedor al que le pregunté asegurara haberme atendido hacía un par de horas. Aquel episodio exacerbó mi paranoia con los todopoderosos papelitos y, desde entonces, cada vez que compro un despertador, un calefactor, unas pilas recargables o cualquier aparatito no fungible y susceptible de estropearse, los grapo junto con el manual y la garantía y los voy depositando en una caja de cartón.
Rebelarse es algo innato al ser humano y yo, a veces, me rebelo y tiro un ticket, pero siempre que no haya pagado con tarjeta y no se trate de otra cosa que un kilo de tomates. En esas ocasiones miro con recelo el papelito y me permito el lujo de arrojarlo lejos de mi en un acto más simbólico que revolucionario, evidentemente. En un mundo donde todo se refrenda y se valida con papelitos aún existen lugares donde es posible la liberación. Comprar en un bazar de chinos o poder escribir y publicar sin necesidad de papel, como ocurre con este blog, así lo demuestran. Lo del bazar chino tiene su explicación. Los chinos, tal como pude comprobar esta semana santa en mi viaje a Pekín, son muy listos y no necesitan ticket para saber que hace tres días les compraste un muñequito bailarín que canta en mandarín. Otra cosa es que te lo descambien si se te rompe al día siguiente.

8 comentarios:

carmen dijo...

Me ha echo reflexionar.sobre como nos vemos arrastrados por esta sociedad en la que vivimos.yo que siempre me resisti al final termine comprandome un movil.y hace poco menos de un mes asta me saque la tarjeta de credito.al fin boy sucumbiendo como todos.me da pena que esos papelillos nos agan olvidar y ser mas importantes que los que de verdad importan como la letra de una cancion o una poesia u una carta que te an escrito.yo como en mi joyero no tengo joyas tengo una carta asi la tengo siempre a mano para cuando me apetece leerla

Lola dijo...

Jajajaja me ha encantado, como me he reido, los maniáticos que podemos llegar a ser y los desastrosos a la vez.
He pensado, ya que tú no tienes tiempo, paciencia ni voluntad jejeje plantaré yo el árbol por tí y lo dejaré crecer para que un día utilices su madera para poder volver a guardar todos los recibos habídos por haber, eso sí... todos por orden de categorías y preferencias.
Jejeje

lola dijo...

Esta sociedad en la que el resguardo es imprescindible nos ha convertido en neuróticos, que se obsesionan con lo irrelevante y olvidan lo fundamental.

sonata dijo...

Me siento totalmente identificada con el tema de la documentacion, carpetas, etc,, jajaj, parece que me estas viendo por un agujerito,, me gusta tu forma de describir,, ( eres algo asi, como un Almodovar en la escritura.. ) describes situaciones cotidianas,, y las plasmas muy bien, en serio me gusta.. M.J.

Anónimo dijo...

Muuuuuuuuuuy bueno. Me ha encantado. ¡Qué bien que explicas las batallas del burgués medio con su vida burguesa! Impresionante ejercicio. Cada frase es una nueva vuelta de tuerca. PD: Y bien que está ser un burgués medio. Ojalá fuera lo menos que se pudiera ser en este mundo.

Anónimo dijo...

igual. tengo el bolso lleno de papeles y tickets que guardo... y lo peor de todo que alguno se descoloran con el paso deltiempo.

Anónimo dijo...

Yo también he soltado más de una carcajada con este relato, y es que te comprendo a la perfección. En casa, soy yo quien lleva todo el papeleo, absolutamente todo, y como has podido comprobar, los tickets del Carrefour también.Sin embargo, hay algo en que difiero de tí, y es que yo nunca he tirado ni un solo papelito, que no haya comprobado antes su inutilidad. Al principio, lo guardaba en carpetas y cajetas, y en previsión de lo que me venía encima al pasar el tiempo, me dispuse a comprar un archivador, ya me hacía yo con él en mi imaginación, y veía como mi mente pasaba a estar algo así como más ligera, ufff, que desahogo voy a tener-pensaba yo para mis adentros-sin embargo, la alegría duró poco, tanto como el tiempo que tardó la parienta en saberlo: -¡¡quéeeee!!, ¿para qué quieres tú un archivador?, además, ¿dónde lo vas a poner?
-No te preocupes mujer que ya lo tengo todo pensado, hasta el sitio, y no va a estorbar nada, he encontrado un hueco en el despacho y he visto uno que tiene las medidas adecuadas para el hueco.
Mi mujer, con cara de pocos amigos, me dijo muy seriamente:
-Sigo pensando que es una tontería,yo creo que para guardar unos pocos papeles no hace falta un armario de esos.

Yo, por no seguir discutiendo, lo dejé pasar por el momento. Está claro que mi mujer no tiene ni idea de lo que significa llevar el papeleo de la casa, parece cosa simple, visto desde fuera por alguien que no tenga esa tarea, pero la realidad-que tú conoces tan bien-es muy diferente, parece mentira la cantidad tan grande de diferentes papeles que se pueden acumular en la casa, sobre todo, si te atienes a la regla de los años que tienes que guardarlos mientras tengan vigencia legal. Pasaron los meses,luego los años,y como comprenderás, los papeles fueron creciendo en tamaño, peso y cajetas, ¡todo un caos!.Cuando ya no podía más, me armé de valor, medí el dichoso hueco, y me fuí a comprarme el archivador que mejor encajara en él, eso si, sin decirle ni mu a la parienta, no vaya a ser que me quite las ganas otra vez. Dicho y hecho, por la tarde ya estaba el mueble encajado perfectamente en el hueco, y la mitad de las etiquetas puestas para los diferentes usos que les iba a dar.Me quedé mirándolo alejado un par de pasos y era bello, muy bello, de madera, con sus dos pisos de cajones color pino y además, a juego con el mobiliario. Pensaba que era imposible que me pudiera regañar por algo tan bonito, por lo menos para mis ojos,sobre todo por que no estorbaba en absoluto.Al fin llegó mi mujer y me pilló en plena faena de disfrute poniendo etiquetas, sorprendentemente, tan solo dijo: "al final te lo has comprado", lo miró un poco, y después de hacerle yo una comprobación de su valía y de sus infinitas ventajas, se salió del despacho y se metió para dentro de la casa como si tal cosa.

Supongo que estuve haciendo el tonto por no comprarmelo antes, pero es que ¿Quién entiende a las mujeres?

Ahora, utilizamos el archivador los dos y cuando mi mujer ve la cantidad de información y de papeles ordenados que hay en él, por su complacencia, observo que le gusta tanto como a mí, y creo que comprende mejor la tarea que supone ordenar todos los papeles de la casa.

Anónimo dijo...

Jajajajaja, Antonio, me ha encantado el post-relato que has colgado. Tío, escribes muy bien para ser de ciencias. Gracias por la historia y por favor no dejes de contarme más cosas, me he divertido cantidad leyéndote.