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martes, 14 de julio de 2009

A mí no me tocan la polla

A mí no hay quien me toque el pito; y no es una bravata de machito cabreado, que es un trauma, y en cualquier caso una expresión en sentido literal. Pronto decidí que siempre iba a ser así y desde entonces nadie, sin excepción, ha puesto sus manos en mis genitales. Las últimas ocasiones fueron las cuidadosas manos de mi madre y mi tía tirándome hacia abajo de la piel del pene para conseguir que el prepucio desenfundara totalmente, y lo hacían a diario, suave pero persistentemente. Por su parte, papá insistía en que yo también me tirara cuando fuera a hacer pis. Aquella manía me tenía, ya a mis tres añitos, bastante harto de que me tocaran los cojones, y me rebelaba pidiendo que me dejaran vivir y mear en paz.
Un buen día, poco después de mi cumpleaños, me llevaron a ver al médico o mejor, a que el médico viera la evolución de mi descapullamiento.
-Esto va muy bien Alvarito, me dijo, ya casi está terminado, no falta casi nada. Apenas terminada esta frase, aquel doctor, ajeno a las consecuencias, me intervino quirúrgicamente con el último y definitivo tirón que dejó expuesto de por vida mi maravilloso glande. Un dolor repentino e intenso me sobrevino con aquel enérgico gesto, de tal manera que hasta no hace mucho tiempo mi madre relataba lo sucedido aquel fatídico día. Durante unos minutos, toda mi actividad mental infantil se detuvo de súbito, y la palidez se adueñó de mí junto con un estado de mutismo absoluto. Creo que me sentí desorientado por primera vez en mi vida ante lo dolorosa que podía llegar a ser. Posiblemente los términos hijoputa o cabronazo todavía no estaban incluidos en mi, por entonces, limitado vocabulario; de ser así lo recordaría. Tal vez todo se quedó en un “tonto ya no me junto, ya no eres mi migo”…
Poco después descubrí que mi flamante capullo y su color raro abría ante mí todo un mundo de posibilidades entre las que de ningún modo se incluía que alguien me la tocara. Ni hablar de barcos. Desde aquel día, poco después de recuperar la conciencia, pataleé y chillé cada vez que veía una mano acercarse hasta esas partes por una u otra razón.
Hoy, mi vida sexual es prolífica y satisfactoria a pesar de haber tenido que cambiar varias veces de novia por esta razón. No todas entienden mi fobia a la manipulación ajena.


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