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domingo, 26 de julio de 2009

Mi francés

Ha resultado que, pasados bastantes años, después de las largas y aburridas clases de idioma en el instituto y de una novieta belga con la que practicaba cuando venía en verano, (tú la conocías, Antonio, se llamaba Maríe, era la morena aquella de la heladería del mercado) mi francés está bastante mutilado y oxidado y no me da para mucho más que para chapurreos con los que entenderme a la hora de preguntar dónde está tal o cuál cosa o por dónde se va a algún sitio.
Esto lo he podido descubrir en mi reciente viaje al sur de Francia, que por cierto se parece bastante a España salvo en que es ostensiblemente más cara. Nada que ver con las raciones de mejillones al vapor o de rejos que les enfants de la patrie se comen en el pulguilla por siete euros, mientras allí por ese dinero sólo te dan un par de cafés olé (au lait) e voilá.
Viéndolos cenar en un camping, unos menús que a ti te arruinarían el viaje en dos días, uno se siente raro y de inmediato comprendes que, a nuestro pesar, los españoles somos europeos de segunda y que por eso aquí te los encuentras hasta en la sopa, mientras que allí es difícil coincidir con un español aunque se trate de ciudades muy turísticas; eso me llamó bastante la atención. Sirva como referente el hecho de que su salario mínimo interprofesional asciende a más del doble que el nuestro.
De cuando estuve en Portugal he deducido que en estas zonas fronterizas existe una forma bastante extendida de bilingüismo, al menos en comercios y hostelería y, efectivamente, así es también en el sur de Francia, pero no con el castellano sino con el catalán.
Una especie de gesto entre avinagrado y resignado te ponen cuando se dan cuenta que sólo hablas español e inmediatamente se ponen nerviosos.
Aquí, por esta zona del Rosellón francés, existe con los catalanes un fenómeno parecido al de los ingleses en la costa del sol y, aunque son menos, campan a sus anchas y ponen negocios plagados de banderas catalanas, que por cierto son idénticas a las de esta región gabacha.
A los franceses de esta zona les basta un simple cruce de miradas para dedicarte un simpático bonjour, sea la hora que sea, pero otra cosa es cuando necesitas descansar, comer o unos simples servicios después de conducir o visitar ciudades durante horas. En ese momento tu única baza es acercarte hasta dónde veas una banderita catalana y apelar a su trilingüismo que incluye el castellano. Normalmente te solucionan la papeleta y tú te sientes más seguro y contento. Ya ves, ¿quién me iba a decir a mí que me iba a alegrar tanto hablar con un catalán por motivos idiomáticos?









2 comentarios:

Antonio S.A. dijo...

Joder si me acuerdo, tú sabes que esos tiempos nunca se olvidarán, por lo menos las cosas esenciales. A mí me pasa lo mismito que a tí con el francés, porque mientras que tú te ligabas a Marie, yo hacía de intérprete de sus amigas con sus novietes en la disco. Después de eso, el único francés que he oído ha sido en alguna que otra peli francesa subtitulada que echan de madrugada, y claro, de esto hace más de 20 años. ¡Qué viejos somos, joder!

juanma dijo...

Joder, Antonio, me he puesto a recordar y me han venido a la cabeza un montón de cosas. Un día charlamos del tema. Lo malo no son los veinte años; lo malo son las transformaciones brutales, en todos los sentidos, que han experimentado algunas de aquellas personas que ahora me parecen irreconocibles.