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jueves, 20 de marzo de 2008

No nos da igual donde meterla

¿Y qué si a los hombres nos da igual acostarnos con unas que con otras? De todos modos yo no estoy de acuerdo con la afirmación femenina de que somos capaces de metérsela a una escoba con falda. Es cierto que a las tres de la mañana, con tres copas encima y en el lugar oportuno uno va bajando los niveles de exigencia a base de frustraciones con las guapas del lugar que, por otra parte, están ocupadas, todas, con los mismos individuos. Es fácil ver a grupos de mujeres en torno al mismo tío, y no me creo eso de que sea gay necesariamente. Por otro lado puede observarse diversos grupos de tíos, solos, mirando indecisos y temerosos por el patinazo inminente que supone acercarse a las inasequibles diosas de la noche. Es que no se trata precisamente de lucirse hablando sobre impresionismo pictórico, ahí no me defendería mal; se trata de algo mucho más difícil. Todo esto es cierto, hasta el punto de que a esas horas las féminas ganan en esplendor y belleza aunque carezcan de esta a plena luz del día. Eso es posiblemente a lo que se refieren cuando aseguran nuestra total voracidad indiscriminada. ¿Indiscriminada? No hombre, no señor, me niego a aceptar esa premisa. Uno empieza por decirle guapa a la morenaza del pelo rizado y acaba asiendo los flotadores de la rolliza de la esquina, pero hasta este momento ha ocurrido todo un proceso en el que el cazador ha ido renunciando paulatinamente a las piezas más suculentas. Durante tal singladura uno ha tenido que encajar desplantes tales como tener la sensación de hablarle a la pared mientras despliega su mejor sonrisa y su repertorio más divertido ante la rubia llamativa, uno ha tenido la extraña experiencia de que la tía del escotazo te habla por la oreja derecha; porque no se ha dignado en ningún momento a mirarte de frente, amén de todo tipo de lenguaje corporal displicente como miradas inquisitivas tras un roce involuntario o rictus labiales semejantes a los que haría quien se extrae succionando un resto de comida de entre los dientes. Después de todo esto y aunque sólo sea por amor propio uno mira al rincón buscando un alivio y ahí está ella; la chica carente de encantos, como pez en el agua y permitiéndose desplantes a diestro y siniestro. No se ha visto en otra y disfruta de la atención de varios candidatos a hacer realidad aquello de sábado sabadete. Así que no me digas a mí que la metemos en el primer agujero cabreado que encontramos porque no es fácil encontrar agujeros, ni cabreados ni gozosos. De todos modos siempre se ha dicho que bajo un bombardeo, cualquier agujero es trinchera, y puedo darte más razones amparadas por todo tipo de frases sentenciosas para demostrarte la consistencia de lo que te digo. Además, si así fuera, siempre es una concepción más democrática que la elitista actitud femenina. Si por ellas fuera aquí no mojaban nada más que los mismos de siempre, y a los demás que nos den. Nunca he entendido que detesten tanto los harenes cuando en realidad son ellas las que fomentan esta práctica. Si no que se lo cuenten al “chinga”. En cambio nosotros abogamos por el derecho de todo el mundo a echar un quiqui; sin discriminación física o psíquica y sobre todo sin exigir compromiso alguno ¿acaso no es más noble y más natural?
Lamentablemente carezco de tirón erótico que me permita tener una vida sexual y emocional a la carta, pero tampoco es que vaya buscando solo fornicio. Uno tiene su corazoncito, y si no... ¿por qué me hice doscientos kilómetros para conocer a una chica de internet? Entre la gasolina, la cena, las copas y el hotel, te aseguro que me salió tres veces más caro que el mejor de los burdeles, y encima ni me unté. Eso sí, se me quedó una cara de gilipollas peor que la de krahe con Marieta. Así que, a mi no me digas que nos da igual donde meterla...

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