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martes, 16 de febrero de 2010

Algo que ocultar


Durante mis primeros años de facultad yo tenía una novia con la que dormía al menos una vez en semana, cenaba todas las noches y practicaba sexo diariamente. Compartíamos apuntes, gustos y, sobre todo, horas y horas de vida estudiantil anárquica. Conocía su letra, su firma, el color y el modelo de todas sus bragas, la cantidad de pares de zapatos que tenía, sus vestidos estampados, el par de vaqueros y su carpeta con el boli enganchado en la goma.
El hecho de estar ambos fuera de casa y disponer de una habitación individual en un piso compartido con otros estudiantes suponía todo un mundo de libertades y posibilidades que procurábamos aprovechar. En definitiva sabíamos casi todo el uno del otro, sobre todo porque la escasez de dinero no daba para grandes desmarques.
Reconozco que no compartíamos gustos musicales; yo me sabía de memoria “Amante de cartón” de Roque Narvaja y ella no iba más allá de las cuatro horteradas del momento como el “Calimba de luna”, pero de ninguna manera eso suponía un distanciamiento.
Ni ella desconocía mis escarceos con la putita de la clase ni yo era desconocedor de algunos rumores sobre mi pareja. Como puedes ver…la típica relación de dos veinteañeros universitarios en la que, a pesar de las noches de fiestas en los pubs del Gran eje nada parecía ser anómalo. Eso pensaba yo hasta aquel fatídico día en el que, por primera vez y como suceso excepcional, uno de los profesores pasó lista en una de sus clases. Para mi sorpresa, su rubor irritado y la hilaridad del resto de compañeros, mi novia María, en realidad, se llamaba María Sebastiana. Cierto es que en los dos años de relación nunca se me había ocurrido mirar su deneí ni había sido necesario, pero coño algo así… Recuerdo como se tapaba las tetas con pudor, pero jamás me fijé en como ponía el dedo pulgar sobre la mitad de su nombre cuando tenía que mostrar su carné. Mirándola, algo confuso, después de decir "presente" aquella tarde, en aquel aula, supe que todos tenemos algo que ocultar.

2 comentarios:

Antonio S.A dijo...

Yo afirmaría, tajantemente, que no sólo algo, sino un montón de cosas que ocultar, desde sensaciones, emociones hasta actuaciones o pasados oscuros, en fin, en realidad a mí, lo de ocultar el nombre, me parece una auténtica idiotez, tampoco es tan raro el nombre, hay muchísimos peores.No le doy ninguna importancia al nombre de una persona por muy raro que sea,ya que ni siquiera lo eliges tú.

juanma dijo...

Pues se ve que la chica tenía algún tipo de trauma con el tema. No sabes la cara que se le puso y el extremo cuidado que tenía ocultando su nombre. Por supuesto es una historia totalmente cierta.