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domingo, 30 de agosto de 2009

Verano raro.

Una noche, a principios de verano, la misma del día en que me dieron las vacaciones, tuve un plácido sueño. Estaba agotado de todo un duro año en el que raramente había conseguido desconectar del trajín diario y del estrés laboral que se va acumulando día tras día. Me refiero a ese estrés que se aloja invisible, pero implacable, y que va deteriorándote con una especie de tensión constante que acaba manifestándose, entre otras formas, con dolores cervicales o lumbares, con ardores estomacales repentinos y con una tristeza incómoda que aparentemente carece de causa.
La única forma que he tenido, durante los últimos meses, de sofocar un poco estos síntomas ha sido escapándome algún fin de semana que otro a un pequeño pueblecito marinero de la costa de Almería que se llama Las Negras. Esta aldea resulta ser una rareza, un remanso de tranquilidad en medio de la vorágine turística que, además, conserva todo el encanto de los pueblos intactos y que resulta ser un lugar dónde puedes encontrarte todo tipo de artistas, intelectuales, gente desnuda paseando por la playa, músicos tocando guitarras y bongós sobre la arena, o alguna bailarina danzando con un precioso vestido blanco en las callecitas con olor a marihuana e incienso de las varillas de los puestos de los hippies. Todo color, gente que va y que viene descalza y libre, en un ambiente realmente relajante. Un poco caro, eso sí.
Como digo, esa noche del día que me dieron las vacaciones, tuve un largo y reparador sueño del que desperté con una especie de optimismo y ganas de emprender el viaje que llevaba tiempo preparando. No sabía en ese momento que había despertado a un verano raro. En todas las playas a las que fui, a lo largo de kilómetros de costa, había desaparecido misteriosamente la práctica del top-les. La chica que venía conmigo llegó a sentirse observada e incómoda inmediatamente después de despojarse de la parte de arriba del biquini. Al principio pensamos que aquello era una playa familiar en la que no había esa costumbre, pero, poco a poco, a medida que pasaban los días y visitábamos otros lugares, percibimos que era igual en todos los sitios. Incluso las chicas veinteañeras tapaban bajo el sujetador sus tetas perfectas.
En la televisión del restaurante, las noticias informaban de las disposiciones del ayuntamiento de Cádiz para prohibir el desnudo en las playas de las afueras de la ciudad, y un juez fallaba a favor de la dirección de un hospital de esa ciudad, que obligaba a las enfermeras a llevar falda. Por su parte, en Valecia se dictaban órdenes que impedían, bajo multa, beberse una simple cerveza en la playa. Desesperados decidimos ir a Las Negras para escapar del enrarecido y mojigato ambiente que se estaba respirando en todos los sitios de costa. Queríamos desnudarnos y estar cómodos, y aquel pueblecito de Cabo de Gata era ideal.
Para nuestra sorpresa y estupor, al llegar tuvimos que pasar por controles de la guardia civil en los que se nos cacheó y se nos trató con inquina. El paisaje estaba totalmente alterado; las calles levantadas, habían instalado un enorme y horrible hotel de lujo en el centro del pueblo, habían aparecido, casi de la nada, innumerables urbanizaciones que se expandían descontroladamente. Ya no era una aldea marinera, ahora era un engendro turístico más, tipo Costa del Sol. Ya no había danzarinas ni hippies en las calles, ni músicos sobre la arena, ni olor a sándalo. La policía los había ido echando cerrándoles los locales, cacheándolos, multándolos e incluso propinando palizas.
Ahora todo estaba plagado de mariquitas de playa vestidos con Lacostes y niñas con mechas y modelitos caros paseándose en descapotables por el pijo y flamante paseo marítimo. En los foros, algunos ciudadanos de la localidad alaban al alcalde, que dispone de su propio blog, por limpiar de indeseables el pueblo…y todo en un verano que ya ha terminado.
Los niños empiezan a llenar las calles para ir al colegio pero la pesadilla aún continúa. No se trata de alumnos de colegios religosos, no. Se trata de alumnos de colegios públicos y acuden en uniforme a las aulas. Un monocromático y deprimente uniforme de falditas grises para ellas y un pantalón igualmente gris para ellos. En la televisión el gobierno anuncia que se va a destinar un presupuesto para pagar los uniformes.

5 comentarios:

Marta dijo...

Ya presumía de vivir en un país libre... pero este año...algo me llamó la atención, muy pocas éramos las osadas...sinvergüenzas tal vez...a provocar con nuestra semi-desnudez. Pero esto no es todo lo que me llamó la atención...al lado de nuestra playa...siempre libre..y semi como digo nudista...había una...la de toda la vida...íntegra en su desnudez. Casi siempre, eran los "mirones" con sus bañadores...de media pata, o casi tangas los que se aventuraban a mirar de reojillo, hacia esa playa.
Pero este año..algo curioso..muy curioso me llamó la atención....eran los nudistas los que atónitos...miraban y remiraban, a las que cubrían sus pechos,y, mi pregunta es clara...puedo seguir presumiendo de vivir en un país libre, o tal vez, pasó a ser...semi.
Después de obligarnos a tapar nuestros pechos... qué será lo próximo...qué debamos tapar...acaso nos perdimos parte de la evolución...??

juanma dijo...

Curioso el caso. ¿De que lugar se trata Marta?

Marta dijo...

Te hablo de diversas playas de Sagunto, en la provincia de Valencia.

puri dijo...

ja, ja, ja creí que esto sólo me había pasado a mí. En Salobreña, Granada, he observado lo mismo.
He estado un verano pensando que era la única que se atrevía a ponerse en tetas en la playa y nada que decir cuando fuí a mi playa naturalista, La Joya, que a pesar de ser de difícil acceso estaba repleta de familias con sus neveras y en plan dominguero y nos tenían a los nudistas arrinconados junto al peñón.
Bueno como tú has dicho un verano algo rarito.
Un saludo.

juanma dijo...

¿Será que la crisis nos está volviendo mojigatos? ¿Tendrá algo que ver tanto prohibir? Ya no sabe uno qué pensar. Por lo que veo el fenómeno ha estado bastante extendido. Saludos, Puri.