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lunes, 6 de abril de 2009

Lo mejor de él

Al niño de posguerra que fue mi padre le fue imposible disfrutar de juguetes sofisticados y bonitos; igual que a miles de niños con rodillas sarnosas y caras sucias que jugaban entre los charcos de las calles embarradas, lejos del aristocrático empedrado del centro de la ciudad.
Fue después, bien entrados los años sesenta, y más que cumplidos sus treinta, cuando pudo comprarse su primer juguete; un precioso tren de hojalata que giraba y bufaba con un pequeño motor accionado con pilas, pero para entonces ya no era tiempo de jugar (nunca lo fue para él), ya no era tiempo de infancia. Para entonces se limitaba a engrasarlo y deleitarse observándolo los domingos por la mañana. Ese gran juguete fue el único que tuvo en toda su vida.
A mis manos llegó a mediados de los años setenta, pero inerte, a pesar de las muchas horas de dedicación de mi padre para volver a hacer funcionar aquel hermoso y desahuciado artilugio. Aún así, inútil e inmóvil, me parecía el más bonito del mundo y el mejor de los juguetes que jamás hubiera visto.
Por entonces no eran mucho mejores las cosas, pero sí que me permitía atesorar algún que otro soldadito y una caravana con caballos de plástico; nada comparable con la majestuosidad del tren verde y su gran profusión de detalles pintados en sus chapas. Por entonces, igual que mucho tiempo después, aquel juguete roto me transmitía extrañas e intensas sensaciones que me inundaban densamente por algún extraño conducto anímico. Siempre pensé que tenía alma.
Mucho después, cuando ya no reparaba en su presencia de largos años sobre el mueble del comedor, un hueco vino a sustituirlo. Mi madre decidió que era hora de que pasara a la siguiente generación de niños y se lo regaló a mi sobrino.
En el dormitorio de Sergio ya existían video-consolas y todo tipo de juegos electrónicos y cinéticos que relegaron a aquel desvencijado armatoste a un ignominioso rincón donde yacía apilado, entre las cosas molestas que no disponen de lugar propio. Yo lo vi en medio de aquel desdén, pero ante mis ojos brillaba digno y espléndido. Aquel tren siempre fue, ni más ni menos, que un reflejo de infancia a destiempo o, al menos, lo único que queda de un niño que nunca fue. Lo mejor de él.

4 comentarios:

Antonio S.A. dijo...

Me ha encantado, me ha hecho aflorar muchos recuerdos de infancia.

juanma medina dijo...

Gracias Antonio, me alegra que te haya gustado. Justo esta mañana me han comentado algo parecido. Que pases unas buenas vacaciones de Semana Santa.

Maria Jose Ortiz dijo...

A mí me ha recordado cuando mi madre me tiro a la basura mis muñecas cuando me case, cuando volví del viaje de novios ya no estaban, como no me las quise llevar a mi nueva casa, y además mi habitación paso a ser de mi hermano y la trasformo por completo, que trauma yo que ya venia del viaje de novios arrepentida, como para retomar mi vida anterior. Para mi fue un golpe muy duro. Esas cosas te marcan estoy de acuerdo contigo juanma, un beso.

juanma medina dijo...

No me digas que seguiste casada porque ya no estaban las muñecas...¡¡¡que fuerte!!! jajajajaja. Un beso María José, encantado de verte por aqui de nuevo.