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jueves, 5 de febrero de 2009

Sórdido

Yo no lo busqué, simplemente sonó el teléfono y una señorita me confirmaba la reserva para Javier en un hotel de Valencia. Javier iba a Barcelona ese fin de semana, según me dijo; como hiciera otras veces por motivos laborales. No era un error; quien se supone que estaba con él me lo corroboró, extrañado, cuando lo llamé. Después, el mismo Javier, acorralado, declaró con exasperación que estaba con Maite; la mujer de su socio. Y lo hizo desafiante y violento, imponiéndose cínicamente.
No me di cuenta. De verdad que no reparé en nada. Mi sistema nervioso era el piloto automático de un avión y mi cabeza un caos de rabia e imágenes inconexas. Pero lo peor era la incertidumbre; la incertidumbre ante lo impensable.
Mamá se quedó con los niños, preocupada y resignada, y yo subí en el coche y conduje con intención de llegar hasta allí, sin saber exactamente para qué. Imagino que años de matrimonio y seguridad imprimen una inercia absurda a las acciones. Tal vez me presentaría en el hotel y llamaría a la puerta de la habitación para sorprenderlos. Montaría en cólera y reclamaría violentamente lo que me pertenece. Tal vez era esa la razón de mi viaje hasta allí.
El coche avanzaba, zigzagueante y peligroso, al compás de mis pulsiones y los kilómetros se sucedían en mi cabeza enajenada, que viajaba ajena a los detalles del salpicadero. Alguien, detrás, se percató de que algo no iba bien para quien estaba al volante de ese automóvil y me siguió durante unos kilómetros.
Se paró, el coche se paró porque había tantas cosas chapoteando en mi mente que mi atención no estaba en disposición de ver que el indicador de reserva llevaba encendido demasiado tiempo. Y ahí, de verdad de que no me di cuenta, todo se paró… o todo empezó; no lo sé muy bien. Tal vez iba hacia el abismo, escapaba de él o me deslizaba por su rápido y devorador tobogán en esos momentos.
No llegué; hasta la puerta de aquella habitación de hotel quiero decir, pero sí llegué a otros lugares hacia los que me condujo aquella inflexión en la línea desesperantemente lineal de mi vida.
Detrás de mí paró el automóvil que me había estado siguiendo, y de él bajó quien en pocos minutos hizo que dejara de importarme llegar a ninguna parte. Todo se detuvo y dio lugar a un reconfortante dejarse llevar que mis nervios interpretaron como una alternativa a romperse definitivamente.
Aquel hombre se encargó de solucionarlo todo mientras yo permanecía sentada y después me fui con él. Me daba igual a dónde. Me daba igual su respiración profunda mientras me penetraba, me daban igual sus billetes de quinientos euros cada vez que sacaba la billetera para canjear en el casino, me daba igual la automática en la guantera, me daba igual aquel lujo de tapicería de cuero blanco en el bemeuve y en los sofás del salón, y también me dio igual el cuerpo tendido después de aquel sonido atronador del disparo.

8 comentarios:

sylvi dijo...

Es tan real como la vida misma, y por culpa de haber pasado por una historia semejante perdí la oportunidad de conocer a un hombre maravilloso.

Anónimo dijo...

Me encanta el estado de "dejarse llevar" que describes para la protagonista, harta de su vida lineal y rutinaria, de no saber lo que realmente quiere, y mientras se entera, se abandona a la corriente de la vida, en un intento vano de solucionar sus problemas, de desconectarse de la realidad mundana y cotidiana.
Bravo por el relato.

Anónimo dijo...

Bienvenida a este tu blog, sylvi. Lamento que hayas tenido que vivir algo así. Soy consciente de estas historias ocuren con demasiada frecuencia. Saludos afectuosos.

Anónimo dijo...

Buenas noches, Antonio. Esta es una historia real que alguien me ha contado y no deja de ser un episodio de esos que suponen un antes y un después en la vida de las personas a quienes les sobreviene. Coincido contigo...a veces el abismo es dulce, por lo que supone de liberación. Saludos.

Anónimo dijo...

tenias razón..es diferente...muy bien relatado y con una historia que hace pensar..."dejarse llevar" es un estado dulce, casi irreal, donde vivimos sin tener que ser nosotros, sin tener que...simplemente sentir...
Es meter la cabeza en el agujero...como la avestruz...Pero siempre volvemos a la realidad...

Me gusta mucho...un beso

Anónimo dijo...

Hola Leonor, me estoy planteando seriamente cambiar el nombre al relato y llamarlo "dejarse llevar". Hoy he sabido que esta historia es mucho mas compleja y rica de lo que ahí describo. La llamé sórdido porque es el primer adjetivo que se me vino a la cabeza una vez escrito. Saludos y agradecimientos por tu atención.

Anónimo dijo...

Emociona la sensación tan dulce que deja al leerlo, teniendo en cuenta el dolor que relata.
Yo pienso que lo que realmente le daba igual es quien o que sujetaba la cuerda a la que se agarraba cuando se estaba ahogando.
Maravilloso j.ma

Anónimo dijo...

Hola María José. Por tu comentario, tengo la sensación de que conoces este tipo de situaciones. Igual has visto de cerca algo parecido. Saludos.