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lunes, 26 de marzo de 2012

Queridos camaradas


Los albores de la democracia llevaban incluidos los últimos coletazos del franquismo en muchos de sus aspectos. Hoy día parece parece mentira que ocurrieran aquellas cosas y que salieran impunes sus artífices. Me refiero a los castigos físicos en la escuela. No digo yo, ni mucho menos, que lo correcto sea esa actitud errónea, fomentada durante la logse en estos últimos tiempos, merced a la cual el niño es un semidiós al que hay que alabar, llevar entre algodones y darle todo lo que pide para no traumatizarlo. Ni Don Pedro ni pedrín. Pero aquello que yo conocí, señores, eran torturas permitidas e incluso tenidas por eficaces. Muchas son las personas que opinan que un buen cachete a tiempo evita muchas tonterías, pero a lo que yo me refiero es al recochineo, al sadismo y al gozo con el que bastantes de los maestros que yo tuve, en los años setenta, aplicaban su idea de la educación.
Los había que eran simples bestias que hacían que te tragaras las pizarra de un guantazo sólo por decirle el nombre de un reptil cuando te preguntaba los anfibios, tal era el “método pedagógico” de semejante energúmeno. Existe el mito sobre uno que cogió de las orejas a un alumno y así lo tuvo suspendido por la ventana de un primer piso, pero esto más bien parece una de esas leyendas urbanas de las que todos han oído hablar y que realmente nadie ha visto directamente, no obstante yo sólo cuento los que he presenciado.

Había otro que con sumo placer te sentaba en su regazo bocabajo y te aplicaba lo que él llamaba, con “fina ironía”, “la silla eléctrica”, que consistía en un lote completito de golpes en las posaderas desnudas con uno de esos palos que ellos llamaban palmeta. Porque esa es otra, las palmetas disponían de nombres rimbombantes que a estos señores les parecían graciosos y que, muy simpáticamente, te recordaban con una sonrisa bastante poco graciosa. Que yo recuerde algunas de estas palmetas se llamaban “la sinforosa”, “la justiciera”, “la silenciosa” y “la pica-pica”. Maravillosos instrumentos estos con los que estos maravillosos docentes aplicaban su didáctica destrozándonos las palmas de las manos y los dedos, a la vez que te apartaban con un empujón en la barriga mientras agarraban tu mano bien colocadita antes de volver a golpear de nuevo al quejumbroso alumno que se retorcía de dolor y tiraba con todas sus fuerzas para sacar la mano de aquel potro de tortura.
Recuerdo la heroicidad de los alumnos que permanecían impasibles para mostrar su valentía ante los demás y las fórmulas de ajo y distintos mejunjes con los que se suponía que dolería menos el maderazo y que no servían para otra cosa que dejar un desagradable y permanente olor en los lápices y en los cuadernos.
Pero no todos eran tan primitivos con los castigos, claro que no; los había que experimentaban novedosos y sutiles métodos con los que infringir dolor con elegancia. Uno de ellos inventó una especie de capirote, mezcla de coscorrón y pellizco, que iba perfeccionando día a día con la práctica, ya que cada día era más agudo e insoportable el dolor que provocaba. Ese mismo, para nuestra desgracia, patentó otro sistema manual con el cual posaba sus enormes y peludos dedos sobre tu frente y en un doble movimiento preciso y contundente te golpeaba sucesivamente con los dedos y con el hueso que hay bajo el pulpejo de la mano. Acabó siendo un temido golpe magistral con denominación de origen.
Recuerdo el olor a meados en la clase por la falta de higiene y por lo propio que ocurre cuando te llenan el cuerpo de miedo y golpes. Hay quien los justifica diciendo que esos hombres se preocupaban por enseñarnos y que aquellos tiempos eran así, y que no hay que juzgarlos con nuestro punto de vista actual, y hay quien afirma que a ellos les dieron en su momento una buena torta y no les ha pasado nada, pero a mí nunca me ha parecido coherente este comentario cuando recuerdo sus sornas y sus castigos aleatorios y desproporcionados, en los que estaban más interesados que en buscar una manera mejor de enseñarnos.
No sé si algún comentario ha provocado en ti alguna evocación que te haya hecho sonreír en algún momento de la lectura de este texto, pero te aseguro que no ha sido mi intención, sobre todo porque cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Afortunadamente eso ya pasó y hoy hay profesionales que saben hacerlo mejor.Yo he tenido la oportunidad de conocerte y me consta que lo estas haciendo muy bien.Gracias,que descanses en estos dias. Saludos

Manuel J. Iniesta dijo...

A mi me partieron una regla de madera (la dolorosa) en la espalda, no os diré el colegio solo os dire que tengo 23 años y juanma sabe que yo no suelo mentir.

Antonio S. dijo...

¿Cómo se ha podido pasar de un lado al opuesto del péndulo?¿Es que no cabe un punto intermedio en el que el péndulo esté en equilibrio?. Al fin y al cabo la posición de equilibrio es la más estable.En los tiempos que vivimos, he visto casos de que un niño de 12 años, más bien pequeño y delgado, amenazaba a un profesor muchísimo más corpulento, con pegarle unas hostias. La situación, aparte de grotesca, daba risa. En fin, espero que esto cambie algún día y vuelva la cordura a la gente.

juanma medina dijo...

Como habéis visto, he cambiado el formato del blog y ahora no me avisa de los comentarios; de ahí que haya tardado en verlos y contestarlos. Seguramente tengo que configurar alguna cosilla. Incluí la moderación previa para evitar el Spam...¡me tienen frito!
Oye...que me alegro de ver que seguís por aquí y que incluso comentáis. Todo un lujo, sí señor. Saludos Antonio. Manu, quiero ver fotos de ese evento que tienes para el día 9, la tarjeta...una pasada)