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jueves, 21 de octubre de 2010

Las follamigas


Un nuevo término viene a enriquecer este nuestro, ya de por sí, rico e ingenioso idioma. En esta ocasión además se trata de una palabra con vocación de definir y sintetizar un complejo y difícil modo de relaciones personales: pues eso...los y las follamigas. Hasta ahora, sólo lo he oído y leído en femenino, aunque el artículo cambie. Sin duda fascinante. Yo, que tengo un ávido interés por comprender los entresijos de todo tipo de interacción humana, sin duda me he visto atraído por el tema.
En principio puede parecer que no se trata de nada nuevo, ya que el término está compuesto de un verbo y un sustantivo totalmente normales que, como mucho, pueden dar lugar a un oxímoron. En definitiva no se trata de otra cosa que follarse a amigas y amigos.
Vale, sí, de acuerdo, pero a poco que uno observe se da cuenta de que se ha convertido en un tipo de relación humana totalmente extendido, y que se entiende como una opción válida en sí misma, asimilándose los trastornos asociados a esta práctica, de la misma forma que un matrimonio acepta los propios de la vida conyugal.
En efecto, se ha convertido en una forma de vida asociada a cualquiera de los cinco estados civiles: solter@, casad@, viud@. separad@, divorciad@, e incluso a personas con pareja estable, si bien tiene menos incidencia en las parejas jóvenes prematrimoniales. El matrimonio conlleva en muchas ocasiones la insatisfacción, el deseo reprimido y la rutina como parte del menú y el “follamigismo” la sensación de vacío y de añoranza ficticia de una pareja significativa que centre y conforte nuestra vida, amén de todo tipo de situaciones ridículas. ¿Que te has enamorado después de tres citas y la follamiga te corta el suministro para irse con otro?...te jodes y llorisqueas. ¿Que la cama de tu follamiga te parece más un taxi que un nidito de ternura y pasión? ...pues eso. Sólo es cuestión de cambiar el chip, y si no te encaja mira el flexo o las lámparas de tu casa con esas enormes y horripilantes bombillas de bajo consumo que regala el gobierno y verás que nada es perfecto.

jueves, 7 de octubre de 2010

El gusanillo



Sí, realmente es cierto eso de que se lleva el gusanillo de la música toda la vida. Desde el 97 no había vuelto a pisar un escenario. En aquella ocasión fue en Madrid, en pleno homenaje a Hilario Camacho, cuando Javier Batanero me ofreció su guitarra y Toi terminó de convencerme para que me subiera a cantar. Esta vez han sido los Guachis; ese grupo gaditano cuyo cantante resulta ser primo mío. Eso fue hace un par de sábados, en la sala “Fama”. Supongo que el par de cubatillas que me había tomado y la insistencia de todo el grupo, desde el escenario, no me dejó otra opción. Imagínate, todo el mundo mirándome y yo, que ni siquiera había ensayado nada, subiendo y cogiendo una de esas guitarras que me ofrecían. ¿Y ahora que canto yo? En breves instantes, mientras me colgaba el instrumento, mi cabeza hizo una revisión veloz del repertorio del que dispongo, y seleccionó un tema teniendo en cuenta que: debía ser lo más sencillo posible para que la banda me pudiera seguir y que fuera lo suficientemente animado como para no mosquear a la concurrencia a las tres de la mañana. Pues ya ves, oye, lo que son las cosas...tan divinamente, como si lo hiciera todos los días. Empecé a cantar “patapalo” que tiene tres acordes mal contados y como resulta que los chavales son buenos músicos, aquello sonó. Bueno, el caso es que la gente bailoteó y canturreó conmigo. Me han pasado una foto del momento hecha con un móvil, no es que se vea muy bien, pero ahí queda como testimonio. Saludos.

domingo, 3 de octubre de 2010

No me arrepiento.


Cuando la vi por primera vez enseguida supe que una venus desubicada iba a regalarme unas horas de su tiempo. Ahí estaba; tiempo atrás habría soñado con algo así, siempre he soñado con ella, era ella. Mi vida habría sido distinta si en su momento esos ojos y esas curvas se hubieran fijado en mí y me hubieran correspondido.
La historia era la misma de siempre, llevaba la marca inequívoca de haber andado entre guaperas desalmados a los que, sin duda, siempre había sido propensa. Habían entrado y salido de su cama durante años, desde que el primero de ellos la desvirgó y pasó al siguiente himen sin tener en cuenta que había sido el inicio del gran canto a la desilusión que iría forjándose a lo largo de los años en ella.
Le dije “vente conmigo, preciosa” y aún no sé si contestó que sí o que no, pero la llevé a casa, después de ver como mandaba un mensaje a alguien en el que se excusaba para quedarse conmigo. Aquella noche, sus besos fueron tan profundos como la penetración que nos mantuvo inmersos en un compás desesperado, y no diré que me regalara nada porque fui yo quien le regaló un torrente de ternura, o más bien lo descargué sobre ella; aún no lo sé.
Llevaba el cartel de peligro por alta tensión impreso en las caderas y en los labios, lo supe porque se dirigía a mí en todo momento con el término “los tíos sois...”, y también cuando, neurótica y desvelada, me despertó de madrugada para cuestionar mis palabras de arriba a abajo aunque realmente yo no le importara nada.
Por más que lo deseaba, ni siquiera me atreví a pedir que me hiciera un hueco en su vida aunque fuera un espacio compartido. Hermosa hasta el punto de hacerme abandonar mis principios para colarme por una rendija hasta ella, lo más hermoso que me dijo fue un simple y descorazonador: "no me arrepiento de haber pasado la noche contigo", pero al menos me lo dijo en francés que siempre suena mejor.