visitas desde el 23/07/2008

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Vivir al margen

Seguramente por alguna causa relacionada con mi bagaje y mis experiencias asocio la idea de vivir al margen con la estética del desaliñado. No hablo del forajido polvoriento de las películas del oeste; más bien pienso en el personaje de Nancho Novo en “El astronauta”, el de Chete Lera en “Finisterre” o el de Alberto San Juan en “Bajo las estrellas”.
En su versión musical y totalmente real te hablo de Quique González; el cantautor que me habría gustado ser, y que además lleva la vida que me gustaría vivir; retirado en una casa rural de Cantabria con su perro, componiendo todo el día en soledad, mirando por la ventana una pasada de paisaje, acudiendo a la civilización sólo para pillar costo y güisqui o llenar la nevera de pizzas y comida preparada y haciendo lo que le sale de los cataplines. Reconozco que me pierde esa actitud existencial de la dejadez y la despreocupación, tal vez porque nunca me he podido entregar a ella, o quizás porque la asocio con el bienestar interior que nunca he tenido a causa de las presiones incómodas que siempre me han rodeado.
Qué quieres que te diga, puestos a elegir, yo hubiera preferido tener un padre hippie que hubiera estado en Paris en mayo del 68 y un hermano mayor que me hubiera pasado condones e ideas libertarias, pero lo que tuve fue un padre fieramente proletario y un hermano mayor facha. Y digo puestos a elegir porque salvo Ismael Serrano, que se sigue creyendo universitario con 37 años, soy consciente de que los hijos de los progres reaccionarios y cultos tampoco han estado nunca demasiado satisfechos con su vida, y siempre han reprochado a sus progenitores no haber tenido con ellos un poco de mano dura. Evidentemente los muy gilipollas no saben lo que están diciendo, pero vale…
Hace tiempo dejó de cernirse sobre mí la sombra represora de la familia y empecé a ejercer en mi trabajo; un trabajo que me estresa y me coloca ineludiblemente en una posición ante la sociedad de la que no puedo escapar. Se espera de mí y se me exigen posiciones, actitudes e ideas que detesto. Para cuando todo esto me resultaba demasiado insoportable ya era tarde; sobre todo porque las cosas no están como para andar buscando cambios ideales con los que realizarse laboralmente. Escapo, claro que sí, pero sólo hasta la esquina y en una carrera desesperada que termina en un parón jadeante por falta de aliento. Supongo que, como para casi todos, es la única huída que puedo permitirme y supongo también que más que una huida resulta ser una fantasía domesticada y previsible.
Hace unos días coincidí en un bar con una vasca de gente que yo siempre he mirado de lejos, con cierta envidia y un poco sorprendido, como si se tratara de una raza aparte, precisamente por ser de esta manera que ando contando. Siguen juntándose en grupo en torno a las cañitas y tal, como antaño lo hacían. Son los mismos desaliñados y demacrados de siempre, los de la cabaña del turbo, pero ahora con hijos tan demacrados y desaliñados como sus padres, y la verdad es que ya no me parecen tan libres como me lo parecían en su momento.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Una de complejos


En su momento yo tenía un complejo enorme. Siendo, como era, izquierdoso y cantautor no podía concebir que no me gustara Serrat. Es como si a un escritor y ávido lector no le gustara El Quijote, que por cierto me parece un plastazo, por mucho que en las clases de literatura me hicieran ver la dimensión artística de la obra.
En fin, que yo procuraba esconder y disimular esta desconcertante circunstancia. En una ocasión lo declaré y me tacharon poco menos que de hereje, así que en las reuniones de amigos con la guitarrita y en las sesiones jam, con otros músicos, procuraba eludir la cuestión cuando se me solicitaba interpretar algo del cantante catalán; bien haciéndome el sueco o ausentándome para que no notaran que no sabía ni tararearlo. Joder, es que me sentía hasta un intruso.
Fíjate que todos los autores que a mi me gustaban hablaban de Serrat como el maestro. Pues nada, y mira que hice esfuerzos eh…y no es por ser cerrado; que a mi me gustaba hasta Quintín Cabrera, pero esos gorgoritos trémulos de mi tocayo es que me resultaban insoportables. Llegué a pensar incluso que no me gustaba porque le gustaba a todo el mundo, pero por esa regla de tres no debería haberme gustado Sabina o Silvio Rodríguez. También pensé que tal vez nunca le perdoné que viniera a mi pueblo a actuar cumpliendo con todos los cánones de lo que yo entendía, por entonces, que era un cateto en toda regla, es decir: con unos pantalones de tergal acampanados y una camisa de satén con los picos del cuello de más de una cuarta. Sí ya, vale…que es un poco estúpido por mi parte hablar así; es que estoy hablando de los años ochenta. Bueno que, con todos mis respetos y reconociendo su valía a la que parezco no ser sensible, al final llegué a la conclusión de que simplemente no me gusta Serrat.