Mi pequeño Saltamontes, es el momento de elevar tu alma y abrir los ojos de tu mente con nuevas enseñanzas al despuntar este nuevo día. Has de saber que muchas verdades irrefutables encierran grandes contradicciones que enturbian su pureza.
Para ilustrar lo que digo te obsequiaré con algunos ejemplos representativos de como el ser humano convive ciegamente con paradojas mil y con prejuicios que nublan su mente hasta impedirle ver con claridad.
Mi pequeño saltamontes, ¿sabías que allá, por las lejanas tierras de Iberia, causa repugnancia la imagen de un chino comiendo saltamontes a la barbacoa o sopa de serpiente? Los españoles ponen toda clase de gestos raros cuando ven en televisión algún documental sobre nuestras costumbres culinarias y, mientras tanto, se llevan a la boca una taza entera de mucosidades viscosas que ensartan con palillos de dientes después de extraerlas de su concha. Y eso por no hablarte de los chorreones de caldo que recorren sus antebrazos una vez terminada esta desconcertante práctica de comer caracoles.
Mi pequeño Saltamontes, también he de hablarte, en esta ocasión, de cómo muchos creyentes de la religión que profesan mayoritariamente por aquellas latitudes europeas, ven como bárbaras, ridículas y atrasadas algunas de las costumbres de las culturas vecinas y sin embargo están familiarizados con la visión de rodillas ensangrentadas y destrozadas después de subir intrincadas calzadas de piedra, movidos por una promesa. Los hay que laceran sus carnes con cilicios y fustas y veras, mi pequeño saltamontes, que curiosamente, esos suelen ser los más críticos e intolerantes para con otras formas de pensar.
Pero también descubrirás que detrás de las grandes personalidades que forjaron la cultura del sol poniente existen no menos caras oscuras. Uno de sus grandes científicos y amante de la paz, un tal Einstein, hoy pasaría por maltratador psicológico, según se desprende de una carta suya que se conserva, en la que imponía humillantes condiciones a su mujer para vivir con él. Mi pequeño saltamontes, incluso uno de los grandes de la poesía francesa de todos los tiempos, Françoise Villon, era un reconocido asesino y ladrón, sin que esto impidiera que produjese las más bellas odas al amor y a la justicia social.
También es costumbre por allí despreciar a otras civilizaciones, y prueba de ello es la gran ignorancia que demuestran al asegurar que la pasta es italiana, cuando en realidad todos sabemos que la llevó hasta allí Marco Polo, después de un viaje por nuestras tierras.
No menos curiosa es la gran veneración que tienen a un tal Davinci; sabio del renacimiento que diseñó todo tipo de armatostes que no andaban ni a empujones, como bien han demostrado las numerosas reproducciones de los mismos. Como ideas no estaban nada mal, pero que se sepa sólo consiguió hacer funcionar un león de madera al que daba cuerda para que caminara unos cuantos pasos y se encabritara.
Un mecanismo de lo más primitivo y tosco comparado con los prodigios que, trescientos años antes, puso en funcionamiento Al Yasari. Te hablo de sofisticadísimos y enormes relojes de agua que anunciaban las horas y sus fracciones mediante grupos de autómatas, tan complejos y articulados que incluso tocaban, de forma real, melodías en una flauta. Y Leonardo sin saberlo, pero es que quinientos años después siguen sin saberlo por allí.
Bueno, pequeño saltamontes, ahora toca hacer kung fu y después barres el Lian Shan Po, que mañana te contaré algunas cosillas más.
Para ilustrar lo que digo te obsequiaré con algunos ejemplos representativos de como el ser humano convive ciegamente con paradojas mil y con prejuicios que nublan su mente hasta impedirle ver con claridad.
Mi pequeño saltamontes, ¿sabías que allá, por las lejanas tierras de Iberia, causa repugnancia la imagen de un chino comiendo saltamontes a la barbacoa o sopa de serpiente? Los españoles ponen toda clase de gestos raros cuando ven en televisión algún documental sobre nuestras costumbres culinarias y, mientras tanto, se llevan a la boca una taza entera de mucosidades viscosas que ensartan con palillos de dientes después de extraerlas de su concha. Y eso por no hablarte de los chorreones de caldo que recorren sus antebrazos una vez terminada esta desconcertante práctica de comer caracoles.
Mi pequeño Saltamontes, también he de hablarte, en esta ocasión, de cómo muchos creyentes de la religión que profesan mayoritariamente por aquellas latitudes europeas, ven como bárbaras, ridículas y atrasadas algunas de las costumbres de las culturas vecinas y sin embargo están familiarizados con la visión de rodillas ensangrentadas y destrozadas después de subir intrincadas calzadas de piedra, movidos por una promesa. Los hay que laceran sus carnes con cilicios y fustas y veras, mi pequeño saltamontes, que curiosamente, esos suelen ser los más críticos e intolerantes para con otras formas de pensar.
Pero también descubrirás que detrás de las grandes personalidades que forjaron la cultura del sol poniente existen no menos caras oscuras. Uno de sus grandes científicos y amante de la paz, un tal Einstein, hoy pasaría por maltratador psicológico, según se desprende de una carta suya que se conserva, en la que imponía humillantes condiciones a su mujer para vivir con él. Mi pequeño saltamontes, incluso uno de los grandes de la poesía francesa de todos los tiempos, Françoise Villon, era un reconocido asesino y ladrón, sin que esto impidiera que produjese las más bellas odas al amor y a la justicia social.
También es costumbre por allí despreciar a otras civilizaciones, y prueba de ello es la gran ignorancia que demuestran al asegurar que la pasta es italiana, cuando en realidad todos sabemos que la llevó hasta allí Marco Polo, después de un viaje por nuestras tierras.
No menos curiosa es la gran veneración que tienen a un tal Davinci; sabio del renacimiento que diseñó todo tipo de armatostes que no andaban ni a empujones, como bien han demostrado las numerosas reproducciones de los mismos. Como ideas no estaban nada mal, pero que se sepa sólo consiguió hacer funcionar un león de madera al que daba cuerda para que caminara unos cuantos pasos y se encabritara.
Un mecanismo de lo más primitivo y tosco comparado con los prodigios que, trescientos años antes, puso en funcionamiento Al Yasari. Te hablo de sofisticadísimos y enormes relojes de agua que anunciaban las horas y sus fracciones mediante grupos de autómatas, tan complejos y articulados que incluso tocaban, de forma real, melodías en una flauta. Y Leonardo sin saberlo, pero es que quinientos años después siguen sin saberlo por allí.
Bueno, pequeño saltamontes, ahora toca hacer kung fu y después barres el Lian Shan Po, que mañana te contaré algunas cosillas más.