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sábado, 6 de julio de 2013

Menú de chiringuito playero

 
     Me quedaban sólo doce euros y pico y gasoil suficiente para regresar, así que no me preocupé demasiado por haberme dejado olvidada la tarjeta en casa y me dispuse a comer antes de regresar tranquilamente después de unos días de escapada a la costa. La verdad es que tenía bastante apetito y me dirigí a la terraza de un chiringuito para sentarme y pedir uno de esos menús que ofrecían justamente por doce euros.
-Tráigame usted la bebida mientras decido qué voy a comer, le dije al camarero mientras leía en la pizarra e iba decidiendo entre los varios platos que figuraban escritos. El camarero, que no daba a basto, se fue a servir en las otras mesas y en un huequecito me trajo  la cerveza y un aperitivo. No tenía demasiada prisa. Se estaba bien a la sombra refrigerada por la brisa marinera. 
     Hasta ahí todo bien, lo malo es que en la pizarra no ponía nada de los platos añadidos que incluía el menú de chiringuito playero y que no son otra cosa que la visita incesante de chicos negros, uno detrás de otro, ofreciéndote deuvedés piratas, gafas de sol, bolsos, relojes, calzoncillos y demás bagatelas. Hasta cinco conté. A estos con un simple “no, gracias” y no mirarles la mercancía es suficiente para que no te insistan. Después llegó un quinqui de voz aguardentosa vendiendo no sé qué boletos, insistiendo duramente y casi rayando en la imposición.
-Venga tío, que yo también tengo derecho a comer, que tengo chiquillos y tal...Vale, que yo entiendo todo esto y sé que soy un cabrón privilegiado que puede comer menú en mesa de bar, sé lo jodida que está la vida y el derecho a buscársela que todos tenemos, pero es que de verdad que, precisamente hoy, no tengo para darte nada, pensé mientras me imbuía en una especie de desconexión resignada. Fue a fuerza de no hacerle caso que el quinqui se fue a otra mesa, aunque no sin antes soltar un comentario desairado que consiguió que empezara a incomodarme. No obstante, lo que hasta ahora sólo habían sido simples incordios pronto pasó a ser una situación realmente tensa cuando a continuación aparece un marroquí con dos relojes y una carterita con esa actitud de... me compras por cojones sí o sí, porque si no lo haces voy a estar aquí soltando impertinencias hasta que te quite las ganas de comer porque a mí me da igual molestarte ya que no tengo nada mejor que hacer. Después de haber entrado en algunas tiendas de Ceuta y de la calle San Miguel de Torremolinos, para ver la marroquinería que tanto me gusta, yo ya conocía estas maneras desagradables que algunos de ellos tienen y he presenciado la descortesía con la que hablan a las mujeres y el tono belicoso con que tratan a los turistas y lo último que me apetecía era aguantar malos rollos así que, antes de explotar, ni regateé, le di los cinco euros que pedía por la porquería de carterita de plástico y me dejó en paz. Llamé al camarero para decirle que anulara el menú y me diera un bocadillo que aún podía pagar, pero en ese momento aparece un sudamericano con sombrero de paja y una guitarra cantando eso de...si Adelita se fuera con otro y como, mira tú por dónde, el camarero no aparecía y al cantante todo el mundo le echaba unas monedas en el sombrero, por no quedar mal y no ser un borde yo también hice lo propio. O le pedía prestada la guitarra y me ponía a cantar yo para poder pagar o iba a acabar fregando platos si me traían el menú, así que me apresuré hasta la barra y pagué la cervecita, cuando todavía podía hacerlo, excusándome con el argumento de que me había surgido un problema urgente y tenía que irme.
 Ni loco intento yo comer más en la terraza de un bar de playa, iba yo pensando por el camino mientras conducía famélico hasta casa. Aproximadamente tres horas después ya estaba en los bares de siempre, en los que el servicio, irritado con el calor insoportable de este pueblo, no te trata con la misma simpatía con la que lo hacen en la costa y en la que el único morito que había en el bar estaba desbancando la máquina tragaperras.