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sábado, 16 de julio de 2011

Contrastes en las aceras.

Este tórrido calor y la globalización dan lugar a escenas curiosas en las aceras de esta ciudad semiagraria del valle del Guadalquivir, porque, en definitiva, esto no es una gran urbe cosmopolita, ni Dios que lo ha visto. La prueba evidente es el estupor ante los contrastes que provoca la inmigración de culturas de todo tipo que van incrustándose entre nosotros contra todo pronóstico, dado lo jodidas que están las cosas.
Imagínate, las cuatro de la tarde, saliendo de una cafetería y cruzándote con dos sudamericanas despampanantes de minifaldas y culo imposible que caminan en dirección contraria a un marroquí ataviado con siete metros de túnica recargada de arabescos bordados y gorrito sufí, y en medio tú; un españolito, que ronda el medio siglo y que de repente se encuentra en medio de una situación a la que asiste algo desubicado a pesar de estar taraceado de ideas sociatas de los años ochenta. Digo esto porque al moro no se le ocurre otra cosa que mirarme y comentarme, con cierta complicidad improcedente a mi parecer, “las minifaldas en verano....” a la vez que hace un gesto que señala sobre su pierna la escasez de tela de la prenda de las chicas, esto es...a ras del coño...como se dice por aquí. Y uno, que conoce lo que se dice sobre los moros y su idea sobre las mujeres, responde muy convencido: ...bonito ver piernas...falditas buenas, contento de haber hecho todo un alegato aleccionante por la libertad, a lo que Mohamed responde con una sonrisa y sigue su camino.
Hay quien dice que le daría un yuyu si hiciera tal o cual cosa que no coincide con sus ideas. A mí, a estas alturas, deberían haberme dado ya varios yuyus por romper con las preconcepciones, pero lejos de eso, disfruto con los contrastes y abro mi mente ante las escenas suculentas que pueblan las aceras y veo ancianos del brazo de jóvenes rumanas a pesar de que lo único que todavía tienen en vigor es el carné de conducir.