¿Cómo podría yo saber si me mentía cuando decía que me quería? Uno sólo tiene una especie de balance ambiguo para juzgar algo tan confuso; una lista de convencionalismos cumplidos a rajatabla dentro de un edificio recorrido por grietas inquietantes. Uno nunca llega a saber qué es mejor.
Cuando se es agua pasada, uno se siente como atendido por una enfermera con tacones de aguja mientras te realiza una extracción; agradecido por tan sugerente detalle a las nueve de la mañana y a la vez descolocado. Algo similar a oír la palabra cultura; utilizada tanto para identificar la forma de vida de una tribu de indígenas en la selva, como para reconocer el gran conocimiento y erudición de un individuo. Como cuando se dice que alguien tiene carácter, atribuido a quien simplemente es un maleducado agresivo; ni siquiera mal carácter. Algo tan ridículo como la visita de un conocido, después de meses sin dar señales, para preguntarte si le queda bien una camisa.