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martes, 28 de julio de 2009

La leyenda de la chica de la carretera. (Verídico)

Seguro que has oído hablar o has leído algo sobre el clásico ese de la chica de la curva que una vez que te ha indicado dónde se mató desaparece inmediatamente del interior del coche, con el consiguiente susto y tal. Bueno, yo no sé si es verdad o no, pero lo que voy a contar a continuación sí que es cierto y me ha pasado a mí, hace unos días, mientras atravesaba Cataluña.
Ciertamente presenta algunas similitudes con el caso de la chica de la curva, pero en este caso yo la ví en una isleta de esas que hay en la carretera, justo antes de una bifurcación.
Ahí estaba, a plena luz del día, sentada bajo una sombrilla, con minifalda y piernas abiertas. Como ya habrás imaginado, lo primero que me pregunté fue ¿y esta qué hace aquí? Con el calor que hacía a esas horas…y te puedo asegurar que me fijé bien y no estaba vendiendo melones ni nada de eso…lo raro es que sólo la vi yo.
Nada de andares etéreos o vestimentas blancas y vaporosas; era rubia y pechugona y no daba nada de susto…bueno, sí que me asusté cuando volví a verla unos ciento cincuenta kilómetros más arriba, ya cerca de Barcelona, era la misma, lo sé, y no sé como pudo llegar hasta allí. Estaba en otra isleta de esas, con la misma sombrilla y la misma abertura lasciva de piernas, y también en esta ocasión sólo la vi yo. Lo cual es del todo desconcertante.
Volví a verla una vez más, ya casi en Figueras y esta vez me miró y guiñó un ojo, pero no dije nada y dejé que el escalofrío me recorriera, electrizándome la espalda. Si alguien la ve que le diga que le he escrito un blues y en cualquier caso que deje razón aquí. Es importante para mí, yo sé que era real. ¿La has visto tú también?

domingo, 26 de julio de 2009

Mi francés

Ha resultado que, pasados bastantes años, después de las largas y aburridas clases de idioma en el instituto y de una novieta belga con la que practicaba cuando venía en verano, (tú la conocías, Antonio, se llamaba Maríe, era la morena aquella de la heladería del mercado) mi francés está bastante mutilado y oxidado y no me da para mucho más que para chapurreos con los que entenderme a la hora de preguntar dónde está tal o cuál cosa o por dónde se va a algún sitio.
Esto lo he podido descubrir en mi reciente viaje al sur de Francia, que por cierto se parece bastante a España salvo en que es ostensiblemente más cara. Nada que ver con las raciones de mejillones al vapor o de rejos que les enfants de la patrie se comen en el pulguilla por siete euros, mientras allí por ese dinero sólo te dan un par de cafés olé (au lait) e voilá.
Viéndolos cenar en un camping, unos menús que a ti te arruinarían el viaje en dos días, uno se siente raro y de inmediato comprendes que, a nuestro pesar, los españoles somos europeos de segunda y que por eso aquí te los encuentras hasta en la sopa, mientras que allí es difícil coincidir con un español aunque se trate de ciudades muy turísticas; eso me llamó bastante la atención. Sirva como referente el hecho de que su salario mínimo interprofesional asciende a más del doble que el nuestro.
De cuando estuve en Portugal he deducido que en estas zonas fronterizas existe una forma bastante extendida de bilingüismo, al menos en comercios y hostelería y, efectivamente, así es también en el sur de Francia, pero no con el castellano sino con el catalán.
Una especie de gesto entre avinagrado y resignado te ponen cuando se dan cuenta que sólo hablas español e inmediatamente se ponen nerviosos.
Aquí, por esta zona del Rosellón francés, existe con los catalanes un fenómeno parecido al de los ingleses en la costa del sol y, aunque son menos, campan a sus anchas y ponen negocios plagados de banderas catalanas, que por cierto son idénticas a las de esta región gabacha.
A los franceses de esta zona les basta un simple cruce de miradas para dedicarte un simpático bonjour, sea la hora que sea, pero otra cosa es cuando necesitas descansar, comer o unos simples servicios después de conducir o visitar ciudades durante horas. En ese momento tu única baza es acercarte hasta dónde veas una banderita catalana y apelar a su trilingüismo que incluye el castellano. Normalmente te solucionan la papeleta y tú te sientes más seguro y contento. Ya ves, ¿quién me iba a decir a mí que me iba a alegrar tanto hablar con un catalán por motivos idiomáticos?









martes, 14 de julio de 2009

A mí no me tocan la polla

A mí no hay quien me toque el pito; y no es una bravata de machito cabreado, que es un trauma, y en cualquier caso una expresión en sentido literal. Pronto decidí que siempre iba a ser así y desde entonces nadie, sin excepción, ha puesto sus manos en mis genitales. Las últimas ocasiones fueron las cuidadosas manos de mi madre y mi tía tirándome hacia abajo de la piel del pene para conseguir que el prepucio desenfundara totalmente, y lo hacían a diario, suave pero persistentemente. Por su parte, papá insistía en que yo también me tirara cuando fuera a hacer pis. Aquella manía me tenía, ya a mis tres añitos, bastante harto de que me tocaran los cojones, y me rebelaba pidiendo que me dejaran vivir y mear en paz.
Un buen día, poco después de mi cumpleaños, me llevaron a ver al médico o mejor, a que el médico viera la evolución de mi descapullamiento.
-Esto va muy bien Alvarito, me dijo, ya casi está terminado, no falta casi nada. Apenas terminada esta frase, aquel doctor, ajeno a las consecuencias, me intervino quirúrgicamente con el último y definitivo tirón que dejó expuesto de por vida mi maravilloso glande. Un dolor repentino e intenso me sobrevino con aquel enérgico gesto, de tal manera que hasta no hace mucho tiempo mi madre relataba lo sucedido aquel fatídico día. Durante unos minutos, toda mi actividad mental infantil se detuvo de súbito, y la palidez se adueñó de mí junto con un estado de mutismo absoluto. Creo que me sentí desorientado por primera vez en mi vida ante lo dolorosa que podía llegar a ser. Posiblemente los términos hijoputa o cabronazo todavía no estaban incluidos en mi, por entonces, limitado vocabulario; de ser así lo recordaría. Tal vez todo se quedó en un “tonto ya no me junto, ya no eres mi migo”…
Poco después descubrí que mi flamante capullo y su color raro abría ante mí todo un mundo de posibilidades entre las que de ningún modo se incluía que alguien me la tocara. Ni hablar de barcos. Desde aquel día, poco después de recuperar la conciencia, pataleé y chillé cada vez que veía una mano acercarse hasta esas partes por una u otra razón.
Hoy, mi vida sexual es prolífica y satisfactoria a pesar de haber tenido que cambiar varias veces de novia por esta razón. No todas entienden mi fobia a la manipulación ajena.


sábado, 4 de julio de 2009

Lenguaje sexista

Se habla desde hace tiempo del aspecto sexista del lenguaje y se ha hecho lo posible para subsanar esta realidad, reconozco que bastante evidente en muchos casos. Ya es un hecho institucionalizado el recurrir, sobre todo en lenguaje administrativo, a añadir la barra y la a después de sustantivos y adjetivos o se ha recurrido a términos colectivos neutros tipo alumnado o profesorado.
Por otra parte, existen también una serie de expresiones clásicas que identifican lo masculino con algo bueno y señalan lo femenino como algo peyorativo, como demuestran las tan usadas “cojonudo”, "chominá" o “coñazo”.
De esos pequeños logros y de concienciarnos de esas deficiencias son responsables las mujeres que iniciaron un encomiable camino hacia la igualdad que aún continúa y que ha mejorado de forma palpable su rol en la sociedad, pero sólo se ha hecho la mitad del trabajo en cuanto a la erradicación del lenguaje sexista o, mejor dicho, sólo se ha trabajado en una sola dirección.
Desde hace años venimos oyendo como ellas usan coloquialmente y con toda naturalidad, frases y expresiones que incluso circulan por internet, sin que nadie se alarme ni diga nada. Son expresiones que, utilizadas por el género masculino en referencia a las féminas, serían tachadas inmediatamente de discriminatorias y machistas. No hace falta pensar mucho para identificarlas rápidamente, me refiero a lindezas tales como: “sólo tienen una sola neurona y está ocupada pensando en follar, sólo les interesan los coños, pensáis con la cabeza de abajo, detrás de todo buen hombre hay una mujer sorprendida” e incluso refranes dados por sabios como ese que asegura que una vez metido se acabó lo prometido, etc, etc, etc. Todo un repertorio para hacer justo lo mismo de lo que llevan tanto tiempo quejándose: denostarnos. Es evidente que existen hombres más o menos primitivos, pero no son todos, ni mucho menos, y yo digo que lo que en un momento dado pudieron resultar chistecitos hembristas ingeniosos, hoy en día, que un hombre puede pasar rápidamente a las dependencias policiales por una denuncia de acoso, demostrable o no, con todo el deterioro social y laboral que eso supone, no me parecen nada graciosas tales ocurrencias. Esto ya no es una cuestión de chascarrillos de sarao de sobremesa, son claras manifestaciones androfóbicas. Ahora no estaría mal empezar a exigir un poco de sensibilidad hacia algo tan serio; tan serio que incluso ha llevaddo al suicidio recientemente a un profesor.